Al azar de las apariencias

Se desembocó en emergencia energética por la confianza ciega en el potencial de la dotación e interconexión, creyéndola autosuficiente y en capacidad financiera de proveer, con sus sobrantes, recursos a otros sectores.
Impresiona cómo el país se ha ido dejando arrastrar por la indiferencia frente a los hechos, junto a la crisis de fe en determinados principios y premisas. Es así como se desembocó en la sorpresa de la emergencia energética por la confianza ciega en el potencial de la dotación e interconexión eléctrica, creyéndola autosuficiente y en capacidad financiera de proveer, con sus sobrantes, recursos a otros sectores. El riesgo de apagón, todavía en perspectiva, ha venido a abrir los ojos de los más crédulos y confiados.

El Gobierno ha optado por la alternativa aleatoria del ahorro de consumidores y usuarios, quienes han respondido con relativa eficacia a sus invocaciones para conjurar la posibilidad de racionamiento forzoso. Convencidos ellos de que los cargos de confiabilidad, durante cerca de diez años, hubieran servido para capacitar a las plantas térmicas a compensar la merma de los embalses de las hidroeléctricas en tiempos de sequía general, acabaron desentendiéndose de la hipótesis de escasez, resuelta como parecía de antemano. No obstante, a diario la vemos renacer en la medida en que los aguaceros bienhechores se interrumpen o bajan de intensidad.

De pronto, se ha vuelto a reencontrar la necesidad del fluido eléctrico que en años pasados se confundió con el proceso de desarrollo y con los vientos de modernidad. No otra cosa significaba su luz en las dispersas casas campesinas y no digamos en los enjambres urbanos, donde no se concibe el progreso sin los dispositivos y aparatos que de esa fuerza dependen. Su desconocimiento o incapacitación era casi como volver atrás.

Precisamente para prevenir los ciclos de bajos y localizados rendimientos, se ideó e impulsó la interconexión eléctrica que al parecer cubre a todo el país. Pese a la cual persisten los peligros de escasez si algunos de los productores fallan y no se les compensa con la generación de otros. En el caso actual, con la de las térmicas que no parecen, algunas al menos, a la altura de sus responsabilidades. En sana lógica, ha debido mantenerse el ojo vigilante sobre su funcionamiento y eficiencia, aunque no sobraría hacerlo ahora sobre sus presentes ejecutorias, tanto como se tiene, prioritario, sobre consumidores o usuarios.

A la memoria viene el caso singular de mi ciudad nativa, Bucaramanga, ahora núcleo central de su área metropolitana, donde se encendió esta clase de luz en el anochecer del último mes del siglo XIX, por la época de la terrible batalla de Palonegro. Es estimulante que tras tantas involuntarias crisis, ocasionadas las más de las veces por disparatadas políticas librecambistas nacionales, haya vuelto a brillar, en el panorama colombiano, por el vigor de su ímpetu creador y de su paradigmático equilibrio social.

La dicotomía, anotada atrás, se da también en otros ángulos. Se predica la necesidad de preservar el costo de la vida, pero al mismo tiempo se le suelta, a la loca, una de sus variables fundamentales: el tipo de cambio que determina el nivel básico de precios. Por cierto, en la actualidad con reajustes hacia abajo y, por lo mismo especulativos, como lo fueron hacia arriba.

Tal contradicción se da, asimismo, en situaciones de naturaleza distinta. Por ejemplo, respecto de la Fiscalía General de la Nación, cuyo período constitucional se halla a punto de vencérsele a su controvertido titular, si es que no se le venció ya. No parece haberse caído en la cuenta de que su característica primaria debiera ser la ecuanimidad, o sea la imparcialidad de juicio. Todo concurre a mostrar que esta virtud esencial pasó de moda en Colombia. So pretexto de la justicia penal acusatoria, se toma partido contra el supuesto reo de turno, se le acosa y aun sin pruebas se le somete a toda clase de vejámenes.

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