Así se vive en un pueblo dominado por las Farc y ‘Marquitos’ Figueroa

Conejo (La Guajira). Ya han ocupado el lugar que dejó vacante ‘Marquitos’ Figueroa en su región natal. Algunos miembros de la familia Amaya, antiguos socios del capo, llevan años en el negocio del contrabando de gasolina y el robo de ganado, y han vuelto a ensanchar sus dominios hasta donde les permiten los jefes del frente 59 de las Farc, verdaderos amos y señores del área.

“Los Amaya, que viven en Fonseca, no son narcos ni tan poderosos. Y tampoco lo era Marcos”, comenta un lugareño en Conejo, corregimiento de Fonseca, a tiro de piedra de Venezuela, en las faldas de la serranía del Perijá, que vio nacer al otrora narcotraficante más buscado del país, arrestado en Brasil en octubre pasado.

Los que lo conocen desde niño aseguran que a Marcos –nadie en estos parajes lo llama por su alias– le subieron el perfil los cachacos para hundirlo, nunca fue el amo de La Guajira que pintan las autoridades. Sus únicos líos, aseveran, datan de una vieja pelea entre clanes resuelta hace doce años. “Si le matan a usted al papá y dos hermanos, como le ocurrió a él, queda ardido y ahí va el desquite. Empieza la cosa chica y termina crecida”, señala uno de sus primos, residente en Conejo, localidad tórrida y adormecida, de tan solo 900 almas.

El fin de la guerra con los Ariño, que causó un sinnúmero de muertos, se pactó en el centro de Fonseca. Marcos Figueroa convocó a ambas familias a un local público, se reunieron más de doscientos y firmaron las paces, aunque el odio entre ellos sigue latente. “Cómo sería de gente la que acudió, que mataron cinco reses y no alcanzó para todos”, recuerda un asistente. A partir de entonces, indican, se dedicó “a sus negocios”: contrabando de gasolina y otros productos, y tráfico de drogas.

De los Figueroa, además de algunos parientes, solo queda en el pueblo la casa de la mamá, junto al parque principal, una sencilla vivienda, igual de impersonal y despintada que otras de los alrededores. La habita un amigo de la familia porque la mamá se trasladó a Fonseca. ‘Marquitos’ visitaba Conejo con alguna frecuencia, hasta su detención, aunque nunca pernoctaba, permanecía unas pocas horas y marchaba a alguna de las fincas de los alrededores.

“Cuando ese señor llegaba al pueblo, parecía que llegaba un gobernador, repartía billetes hasta a los bebés”, cuenta con entusiasmo una muchacha. “Es muy humilde, muy sano”, recalca, pese al abultado prontuario del narco.

Tampoco coinciden los lugareños con las autoridades en lo referente a las actividades a las que se dedican. Los investigadores afirman que la mayoría vive del contrabando de gasolina. Del centro urbano parten muchos Ford Triton –camiones cargados de canecas de combustible– para engrosar las caravanas que transportan el líquido hasta los lugares de acopio, pero en las últimas semanas ha disminuido el flujo. Los nativos niegan el señalamiento.

“Mucha gente se salió porque se puso muy peligroso. Aquí ya no les gusta trabajar en eso. Este pueblo es agrícola y le vamos a echar tierra a la gasolina”, dicen varios conejeros, aunque, cuando hablamos, hay un par de Ford Triton en el parque principal.

“No hay en La Guajira un pueblo donde haya tanta paz, a pesar de lo que le quieran inventar”, afirma un comerciante. “No es cierto lo que dicen”.

No solo Conejo era feudo de ‘Marquitos’. También lo es de las Farc, lugar de abastecimiento y uno de los corredores principales que desde hace lustros emplean los ilegales para pasar a Venezuela. El capo debió utilizarlo porque era aliado de la guerrilla y mantenía estrecha relación con distintos mandos del frente 59: ‘Chivolo’, ‘Jaír’, ‘Sigfredo’, ‘Beltrán’. La cooperación en el tráfico de estupefacientes y el contrabando los beneficiaba a ambos, además de que los jefes guerrilleros le hacían encargos de cosas que ‘Marquitos’ podía conseguirles.

Las Marimondas

El corredor de Conejo comienza en el centro urbano y sigue por una empinada trocha hacia Las Marimondas, caserío de 26 fincas regadas por un cerro de vegetación espesa que el frente 59 siempre utilizó para cobrar ‘vacunas’ y negociar secuestros. La vía estrecha debería tener placa-huella en los tramos más intransitables, un total de cinco kilómetros, pero la plata solo alcanzó para la mitad. En el ascenso, en mototaxi, pasamos junto a la carcasa de una camioneta quemada.

Las Farc le prendieron fuego porque la constructora se retrasó en la ‘vacuna’.

“Alegaron orden público para no cumplir con el total de la obra, pero es una excusa sin sentido, porque después de la quema estuvieron un mes trabajando”, explica un miembro de la comunidad de Las Marimondas, que encuentro reunida en una de las fincas.

También hay que pasar la escuela abandonada, no funciona porque no hay niños en la vereda. A veces la utilizan como centro de reunión de los campesinos y la guerrilla cita en ese lugar apartado y solitario a las víctimas de sus extorsiones.

“Hace años es cierto que negociaban secuestros en la vereda, pero ya no”, indica un labriego, aburrido por mi pregunta sobre la continua presencia de las Farc en Las Marimondas. “Hemos tratado de aislarnos de cualquier conflicto. El Ejército se retiró desde que salió Uribe, y vivimos tranquilos. Somos cafeteros”. De los 26 propietarios, ninguno reside de manera permanente en la finca con la familia, las mantienen en Conejo o Fonseca. Solo acuden a trabajar los cultivos.

Les pregunto la razón para que el solo nombre de Las Marimondas produzca temor en Fonseca y los tilden a todos ellos de milicianos. “Esta vereda es un canal. Y si pasan, ¿quién los va a atajar?”, admite un agricultor. “No somos enemigos de nadie, unos y otros llegan y se van”.

Les preocupa que el Ejército planee aumentar el pie de fuerza en la zona fronteriza, no porque tengan nada contra los militares, se aprestan a aclarar, sino por el peligro de quedar en medio de los combates. Si por ellos fuera, optarían por “más placa-huella en la vía y ayudas para cultivar antes que soldados”.

Los elementos del desastre

Conejo y caseríos como Las Marimondas forman parte de una estratégica lengua fronteriza, enclavada en la serranía del Perijá, que las Farc quieren convertir en zona de reserva campesina, según fuentes castrenses. En ella incluyen los vecinos Cañaverales, El Tablazo y Corralejas, un trío de poblados polvorientos, sitos en la ruta que siguen las caravanas de combustible de contrabando.

Corralejas es el umbral de otro corredor de las Farc, además de vereda natal y fortín de ‘Beltrán’, un destacado y sanguinario comandante del 59, tan popular en el área como ‘Marquitos’. Sus papás y hermanos viven en el pueblo y aunque el citado comandante es un objetivo de alto valor para el Ejército, es imposible detenerlo cuando visita a su familia porque todo el mundo en Corralejas lo protegen, bien por parentesco o porque le temen, como ocurría en Conejo con ‘Marquitos’.

Son 184 casas en una localidad pobre, sin alcantarillado, ni botadero de basuras, ni agua potable, que también sobrevive con la gasolina ilegal. La agricultura y ganadería apenas generan beneficio, máxime tras los diez meses de sequía que han padecido. “Por estar cerca de la sierra y porque las personas se encargan de difamar, dicen que somos guerrilleros.

Pero aquí no se ve violencia, con esa excusa nos tienen abandonados”, se queja una líder local, que pide que omita su nombre.

Lo cierto es que muchos comerciantes y ganaderos deben atravesar sus calles para subir a alguna de las fincas donde las Farc los convocan para que cancelen las ‘vacunas’, una fuente de ingreso que se disparó en las últimas semanas porque tanto las guerrillas como las bandas de delincuentes quieren hacer caja de cara a las vacaciones de diciembre.

“Hay un solo computador para todo el pueblo, no hay dónde ganarse un jornal, la energía funciona pésimamente, el único futuro es que venga la mina de carbón”, sigue recitando con enfado. El que Corralejas sea el pueblo de ‘Beltrán’ y Conejo de ‘Marquitos’, y el área tenga fuerte influencia de las Farc, no le parecen razones para que los estigmaticen y marginen.

Tampoco quiere que el Ejército intensifique su presencia, prefiere inversiones sociales. Pese a la oposición de los habitantes de los poblados mencionados, en el 2015 la región contará con un nuevo y numeroso contingente destinado a la frontera, anunció el general Adelmo Orlando Fajardo, comandante de la Décima Brigada Blindada. Pretenden intensificar la campaña que emprendieron este año para neutralizar los corredores de movilidad entre los dos países, así como debilitar al frente 59, que recibe órdenes directas de ‘Iván Márquez’ y es el más activo en el departamento. Cuenta con un centenar de combatientes, que permanecen en campamentos del lado venezolano y cruzan para cometer sus atentados. Los comerciantes y ganaderos de Fonseca y pueblos como San Juan del Cesar o Distracción, sin embargo, piden a gritos mayor presencia militar.

También el Eln y diversas bandas de delincuentes representan una amenaza, que no se detiene con la captura de ‘Marquitos’ y otros jefes. La raíz de los problemas del sur de La Guajira sigue siendo un amargo coctel de incontables ingredientes. Una cultura de la ilegalidad muy arraigada, corrupción en dosis atosigantes –solo el Ejército expulsó este año cuatrocientos integrantes por soborno–, juventud de formación precaria –sin horizontes–, proliferación de grupos criminales, eterno abandono estatal, minas de carbón a cielo abierto como única tabla de salvación, ganadería y agricultura en caída libre, un país vecino ahogado en crisis y una institucionalidad escuálida.

“Hay mucha gente joven con ganas de cambiar el destino”, asegura un concejal de Fonseca. “Falta que nos pongan atención en Bogotá”.

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