CÍNICOS

En un país donde los cínicos abundan, los campeones son las Farc. Pero no solo porque mienten descaradamente. Recuerdo rápido tres mentiras monumentales y recientes: negaron el intento de asesinato de Fernando Londoño, su responsabilidad en la masacre de los diputados del Valle del Cauca y la tenebrosa bomba en el club El Nogal. En todos los casos se probó, fuera de toda duda, su responsabilidad.

Ocurre que el cinismo es consustancial a la doctrina política de la guerrilla. El marxismo leninismo del que se alimenta está construido sobre las premisas de que el fin justifica los medios y de que no solo es lícito sino que es indispensable combinar todas las formas de lucha para alcanzar el poder. Con semejantes pilares éticos, mentir sin sonrojarse no es solo posible sino un deber. Para quien asesina a placer el embuste es una nimiedad.

Pero la cosa no acaba con ser mendaz. La trampa, el engaño y la calumnia son el desarrollo normal del cínico. Es de antología la respuesta de las Farc ante la tortura y asesinato de dos policías a los que secuestraron desarmados y de civil.

Primero, impúdicos, dicen “lamentar la trágica muerte” de los dos policías y, caraduras, se atreven a “hacer llegar su voz de aliento a sus familiares y compañeros”. Después, procaces, justifican el asesinato diciendo que los guerrilleros secuestradores estaban “acosados por helicópteros artillados y múltiples patrullas [y] se vieron obligados a proceder contra ellos”. Y para justificar matarlos a palos y degollarlos, agregan con desvergüenza absoluta que debieron “cuidarse de no emplear armas de fuego por razones de seguridad”. La verdad es que, según el director de Medicina Legal, las necropsias muestran “múltiples lesiones en diferentes partes del cuerpo, con diferente intensidad, lo que les produjo intenso dolor. No hay duda de que presentaron signos de tortura”.

Ver a los criminales “lamentando” sus asesinatos y dando voz de aliento a quienes sufren por los mismos produce indignación profunda. Que excusen el homicidio cuando podían liberarlos, como obliga el derecho internacional humanitario, rabia. La defensa de la tortura “por razones de seguridad”, ira profunda.

Pero si no fuera el colmo, las Farc se vienen contra quienes han criticado su conducta y terminan, en el súmmum de las falacias, haciéndolos responsables de la violencia que ellos cometen. Dicen los angelitos que negocian en La Habana que “no faltan las voces enfermizas que ante estas situaciones lanzan las más rabiosas diatribas y llamamientos al odio y a la guerra. Estos son los responsables del desangre que padece nuestra nación desde hace décadas”. Para las Farc los culpables de la violencia no son ellas, que llevan 40 años dedicadas a matar, aterrorizar y secuestrar civiles, inocentes y personas inermes, sino quienes se atreven a criticarlas. Obscenidad descarada.

Y el remate vino más tarde cuando las Farc agregaron que no nos podemos quejar porque las reglas de juego son las de negociar en medio del conflicto y añaden, con apoyo de algunos académicos y políticos que se debaten entre la idiotez útil y la complicidad, que la solución sería un cese al fuego bilateral.

Lo que no dicen los serafines es que una cosa es el conflicto y otra muy distinta los crímenes de lesa humanidad y de guerra que cometen sin cesar. No hay conflicto que justifique la barbarie. Tampoco dicen que la trampa del cese al fuego bilateral es que convierte todo el país en una zona de distensión, caguaniza todo el territorio nacional, al hacer imposible la acción de la fuerza pública contra los bandidos.

El Presidente, mientras tanto, solo atina a decir que sueña con ver a los “representantes de las Farc sentados en el Congreso” y con “pasar navidades con un proceso de paz firmado”. Así que el diálogo seguirá. Ya Santos dijo que solo “haría explotar el proceso […] un atentado a una figura importante”. Nos queda claro y fuera de discusión que para él un uniformado torturado y asesinado fuera de combate no lo es.

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