¿Cuál es la diferencia?

Loable ver una sociedad viva, que reacciona solidariamente ante eventos como el accidente aéreo en el que perdieron la vida los integrantes del equipo de fútbol Chapecoense, o que se vuelca indignada a protestar en las calles ante hechos tan repugnantes como el secuestro, la violación y el asesinato que sufriera la pequeña Yuliana Andrea Sanboni. Sin embargo, es a su vez muy preocupante que estas mismas manifestaciones de fraternidad o censura, no solamente no se den siempre que se conocen conductas similares, sino que en ocasiones son ignoradas o incluso justificadas.

Síntoma este, sin lugar a dudas, de que algo anda mal porque una sociedad que por momentos es indolente, o que rechaza o enmienda crímenes dependiendo de quién los cometa, es una sociedad descompuesta, una sociedad enferma, degradada, una sociedad que padece de doble moral.

Cómo entender que los que hoy con tanta vehemencia reclaman justicia para el caso de Yuliana, esos que a voz en cuello, empezando por el presidente Juan Manuel Santos, exigen que “todo el peso de la ley recaiga” sobre Rafael Uribe Noguera, presunto asesino de Yuliana, son los mismos que no han hecho más que defender, de una u otra manera, y por cuestiones meramente políticas, crímenes iguales a los que hoy censuran, que fueron cometidos por las Farc: secuestro, acceso carnal violento, tortura, asesinato y explotación sexual de menores de edad.

Y no son especulaciones para denigrar de los aborrecidos militantes de las Farc. No. Son casos debidamente reseñados tanto en la Fiscalía General de la Nación, como en otras entidades nacionales y que los colombianos conocemos de sobra, porque los hemos visto en documentales en televisión, o porque hemos leído en la prensa o escuchado desgarradores testimonios en diferentes emisoras radiales, sobre los más asquerosos ultrajes cometidos por esos terroristas contra miles de niños campesinos que han enrolado abusivamente a sus filas, como también todos los que han cometido contra la población civil.
Tantos, tan repugnantes y sistemáticos infanticidios que darían para que día y noche durante años, permaneciéramos en las calles de todos los rincones del país, reclamando justicia. Razón suficiente para que todos, absolutamente todos los colombianos, le hubieran dicho NO a ese grotesco proceso de paz que no solo los exime de esos aberrantes delitos, sino que da paso a que esos depravados se conviertan en legisladores y dirigentes políticos.

Y esto no es, como dicen los defensores de los narcoterroristas, esos que hoy se desnucan por lograr una “selfie” con cualquiera de esos bandidos, que quienes así opinamos, es porque pretendemos cosechar réditos políticos. No. Esto no es más que coherencia con lo que siempre hemos denunciado, un asunto de elemental justicia.

¿Cuál es la diferencia entre la violación de la que fue objeto Yuliana, y las cometidas contra todas las yulianas de las Farc? ¿No merecen todos ser castigados de igual manera?

P. S.: Las Farc no han devuelto los niños que tienen en sus filas, ni tampoco a los secuestrados. No dan razón de los desaparecidos ni han entregado las armas. No han dejado el negocio de la coca y se niegan a ir a zonas de concentración. ¡Y el presidente Santos, en Oslo recibiendo el premio Nobel de Paz!.

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