¿De Maduro a podrido?

Venezuela ha caído en un abismo de inseguridad y violencia cotidianas con cifras aterradoras para un país que no está en guerra.

“Este arranque de año, urge poner los ojos en La Habana”, me dijo, optimista, un alto funcionario de la Casa de Nariño. Yo le sugerí un ajuste: “Pongamos un ojo en La Habana y otro en Caracas”. Es cierto que la hora definitiva del proceso de negociación con las Farc puede estar próxima a sonar –para bien o no tanto, según los acuerdos que la mesa alcance–, pero lo que ocurre en Venezuela exige del gobierno de Juan Manuel Santos y del conjunto de la sociedad colombiana un seguimiento constante.

Para empezar, porque de la suerte del desvencijado régimen chavista que preside Nicolás Maduro depende, entre otras, la velocidad con que las Farc se decidan a avanzar en la negociación. Si Maduro sigue tambaleándose, ‘Timochenko’ y su combo deben darse por enterados de que con él se tambalea el refugio seguro de que han gozado durante estos años. Ahora que el realismo político y económico de Raúl Castro ha empujado a Cuba a los brazos de un impensable salvador –Barack Obama–, a las Farc se les acaban los paraísos.

Pero, además, porque un estallido social y político en Venezuela amenazaría la estabilidad de toda la región, empezando por Colombia. Algunos analistas no descartan olas de refugiados si la falta de alimentos se agrava y el desenlace resulta muy violento. La olla a presión del vecino está por estallar. La inflación, de más del 60 por ciento el año pasado, puede alcanzar pronto los tres dígitos: la producción de bienes básicos está casi paralizada por las expropiaciones y el saqueo de la burocracia chavista, y la falta de dólares –agravada por la brutal caída de los precios del petróleo– impide importar lo necesario.

La falta de oferta para atender la demanda no solo dispara las colas; también, los precios de leche, harina, arvejas, papel higiénico, pañales, azúcar –que falta en el 85 por ciento de los comercios–, mantequilla, margarina y cientos de medicamentos. Para un país donde incluso sectores de la clase media baja estaban acostumbrados a contar casi siempre con lo básico, se trata de una situación explosiva que ya ha generado disturbios.

Venezuela ha caído en un abismo de inseguridad y violencia cotidianas con cifras aterradoras para un país que no está en guerra: casi 25.000 muertes violentas en el 2014, que significan una tasa de 82 por cada 100.000 habitantes, por encima de lo que Colombia tuvo en sus peores años, cuando guerrillas, paramilitares y carteles de la droga actuaban a todo motor.

Desesperado por la falta de recursos después de años de descomunal despilfarro, con altos componentes de corrupción –que ya había antes del chavismo–, Maduro salió a darle la vuelta al mundo en pro de dos objetivos: un acuerdo de los países petroleros para frenar la producción de crudo y, de ese modo, empujar los precios al alza, y créditos frescos e inversión para activar la economía.

Los resultados de la gira son cuando menos inciertos. China le prometió 20.000 millones de dólares en inversiones, sin comprometerse con fechas. Se trata de recursos ya ofrecidos en el pasado y que no han aterrizado. Con los países petroleros no consiguió acuerdo alguno. Y en cuanto a Rusia, obtuvo algunos compromisos muy generales de Vladimir Putin sobre los que no debe hacerse ilusiones, pues ese país también está terriblemente golpeado por los bajos precios del crudo y afronta una gravísima crisis fiscal.

La incompetencia de Maduro es tal que ha hecho ver competente a Hugo Chávez: en el propio chavismo, muchos piensan que se le acabó el tiempo. Una salida podría ser que la oposición entrara a negociar con esos sectores, pero está dividida y los chavistas anti-Maduro tienden a ser más radicales y nada quieren saber de la oposición. La cuestión es tan delicada que, como dicen en Venezuela, puede pasar “de Maduro a podrido”.

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