Doble lectura

Cada día que pasa en La Habana es un día que se suma a la conciencia crítica de los colombianos.

De hecho, el pensamiento crítico se va alimentando gracias a una pedagogía en la que las palabras y los hechos coinciden a la perfección.

Lejos de percibir lo que sucede en la Isla como algo radicalmente distinto a lo que sucede en Colombia, los ciudadanos han aprendido a asociarlo orgánicamente.

En otras palabras, han desenmascarado la falacia aquella de “negociar como si no hubiera terrorismo y combatir al terrorismo como si no hubiera negociación”.

También han entendido a la perfección cuán nociva es la inercia política en una democracia y que un gobernante obsesionado debería saber cuándo detenerse aunque eso signifique aceptar que estaba equivocado.

Saben los ciudadanos que casi tres años más tarde, no resulta responsable seguir sosteniendo que, ahora sí, la negociación “se medirá en meses y no en años”.

Dicho de otro modo, el pensamiento crítico le permite ahora a la gente comprender que los costos de una negociación prefallida pueden ser insostenibles aunque el responsable se empecine en desvirtuarlos.

En tal sentido, los ciudadanos han entendido que la negociación puede ser una herramienta formidable en el marco de un proyecto revolucionario de amplio espectro.

Y a pesar de tanta propaganda, contratada o espontánea, la sociedad civil ha asimilado con toda claridad que el llamado posconflicto no es más que la continuación del conflicto, solo que por otros medios.

En definitiva, el ciudadano ya sabe que si el gobernante no cambia el rumbo catastrófico del proceso es porque espera firmar un acuerdo y lanzarlo a los cuatro vientos (Su Santidad incluido).

Acuerdo que, en todo caso, será inconcluso, repleto de pendientes y salvedades, y ante el cual ya no servirá de nada la rimbombancia aquella de que “nunca antes se había llegado tan lejos”.

Acompañado de violencia selectiva y por encargo, la población ya sabe que tras ese acuerdo van a querer embaucarla con una Asamblea Nacional Constituyente prenegociada a la medida de los victimarios.

Como sea, ya es muy tarde. Cuando las trampas han quedado al descubierto, el 29 por ciento en las encuestas no se recupera con simples malabares grafológicos y tiende a convertirse en 20, o 15, verdadero legado de La Habana.

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