Duro y a la cabeza

El presidente Juan Manuel Santos pidió nuevamente a los colombianos apretarse el cinturón en momentos en que las vacas flacas aparecen en el escenario de las finanzas nacionales.

Mas esa austeridad que predica el jefe del Estado la debe practicar en su gobierno, gestión en la cual el presupuesto nacional no ha sido vacunado contra el uso y abuso del populismo.

La economía colombiana tiene hoy varios talones de Aquiles al descubierto. Y por ellos puede entrar la gangrena que dé al traste con las intenciones de generar empleo, disminuir la pobreza y lograr rebajar los índices de inequidad que aún son desafiantes.

La industria nacional sigue de capa caída. Crece por debajo del promedio de incremento del PIB. Se evidencia un proceso de desindustrialización preocupante, sin que se levanten voces con autoridad para reivindicarla. Al mismo sector privado –dice Anif- “le faltó entereza para decirle al Gobierno lo que tenía que hacer”. La Andi calla como una ostra. Cuando rompe con su mutismo solo hace tímidas observaciones debido a que quien la preside es una cuota inocultable del gobiernismo. Ya las épocas de Fabio Echeverri o de Luis Prieto, en las que esa entidad hablaba claro, con independencia, sin eufemismos para defender los intereses nacionales y gremiales como un todo, se agotaron. La industria, motor del progreso colombiano, recorre su viacrucis sin doliente ni defensor eficaz alguno.

La caída del petróleo afectará en materia grave las finanzas del país. El mismo Santos lo ha reconocido. Como lo decía recientemente el presidente de Anif, “la situación económica es difícil”. Y agregaba que “no hay realmente mucho para enfrentarla, puesto que lo que se ha debido hacer años atrás era prepararse para las épocas de las vacas flacas que sabíamos vendrían”.

Ya algunos centros de pensamiento como Fedesarrollo estudian fórmulas mágicas para arbitrar recursos fáciles y disponibles. Las sacan del cubilete de los conejos. Y son tan delirantes como provocadores: gravar las pensiones por encima de los 5 salarios mínimos. Medida absurda e injusta. Solo golpearía una vez más a las clases medias, el emparedado exquisito para los paladares de la voracidad oficialista. Visión facilista e irresponsable de aquellos improvisadores que predican siempre a espaldas y en contra de los más indefensos que carecen de voceros efectivos para enfrentar las ambiciones desmedidas de tecnócratas alcabaleros. La clase media sin doliente en esos teatros de la insolidaridad y del abuso de poder, será nuevamente vapuleada por los excesos tributarios.

En estos sistemas de gobiernos livianos todo parece improvisado. Y es por la falta de visionarios, de estadistas ausentes hoy del Estado colombiano. Vivimos, como decía alguien, “a la penúltima moda”. Sobre la marcha creemos encontrar las soluciones mágicas. Pocas veces se va al fondo de las cosas para prevenir y enfrentar. Es el signo de los gobiernos inseguros y faranduleros. De los que mantienen la mermelada como única receta para halagar la gula de los demandantes de los almíbares presupuestales.

Mientras no se implante la austeridad como política de Estado, no habrá caudal de impuestos que fecundice la esterilidad de las finanzas oficiales.

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