El santismo está de cacería

Desde hace más de dos años el Presidente Juan Manuel Santos está de cacería. Con una gran manada de perros adiestrados, les ha dado la partida para que saquen su presa donde se encuentre. Los ladridos se oyen a distancia y hacen un coro desabrido, desafinado pero muestra los dientes afilados en la sala barroca y subterránea de la casa oficial de Gran Cazador. Dispuesto a alcanzar su objetivo, Santos, vestido a lo dandy, los días que en los clubes y embajadas asiste a los cocteles de la gran logia bogotana de los taxidermistas que muestran en sus paredes las cabezas disecadas de sus enemigos y a las cuales les han puesto ojos de vidrio para que puedan observar el regocijo de sus vencedores. Santos, vestido como Indiana Jones, los días que se reúne en las cortes y en las oficinas de crisis, frente a los mapas y pantallas GPS que le indican cuándo y dónde se encuentra su meta inalcanzable hasta ahora. Santos, ungido de camuflaje prestado por el Ministerio de Defensa, aceitando su bolígrafo, con mira telescópica y rayo laser. Afilando su lengua tres rayas,  para despellejar la presa cuando la alcance y la ponga derrotada a sus pies. Juan Manuel Santos, Presidente de la República, está de cacería hace rato, da órdenes a sus subalternos por su propia boca con silenciador para que no lo oigan sino exclusivamente ellos.

 

La jauría santista está en los más diversos cargos del reino. Aúlla en la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes. En la Fiscalía hay cachorros que descubren descubrimientos ya descubiertos. En la mesa ancha y mantelada de Consejo de Ministros se cruzan instrucciones los “chateadores” silentes, mientras expone el bienamado Ministro de la Desesperanza Habitacional. En los teléfonos celulares de los Gerentes de las empresas comerciales del estado brincan  las orientaciones para usar la cetrería en este oficio de complementar la cinegética presidencial. Sumados y sumisos los locutores periodistas dan pistas y analíticos informes sobre las huellas dejadas por la presa buscada. Mas los acicalados funcionarios de la “comunidad internacional” que nunca necesitan invitación alguna y que se guían por el olfato burocrático de la zurda “proletaria”.

 

Los socios del Gran Cazador, además, tienen unas tareas que ni el cazador de elefantes que vive en Madrid se imagina allá en la olla honda de su arrepentimiento, presuntamente deportivo y senil. Los socios externos actúan de manera automática. No tiene el Gran Cazador que tocar el cuerno ni la corneta de grumete que le regaló la Naval pedantería. Esos socios son enemigos naturales del objetivo a cazar. Están en las cárceles extranjeras y otros están sentados en la mitad de los sillones de la mesa de negociación de La Habana. En fin, todos ellos están de cacería del único ejemplar que queda de la tigrería colombiana y cuyo nombre está prohibido decir en el Palacio de Nariño: Uribe.

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