La cigarra griega

Para todo en la vida hay dos caminos. Y luego está el término medio. Esto queda meridianamente claro en la fábula de la cigarra y la hormiga. Veamos. El cuento, atribuido precisamente al griego Esopo, narra las tribulaciones de una cigarra más perdida que un paraguas. En pleno verano, mientras la hormiga se deslomaba de sol a sol acaparando grano para el invierno, la cigarra de marras se pasaba el día de cháchara a la sombra. Una tarde, con el calor castigando de justicia, espetó la burlona cigarra al paso de la hormiga: “¿A dónde vas con tanto peso amiga? Con este bonito y caluroso día que hace se está mejor aquí en la sombra cantando y jugando”.

Pero hete aquí que llegó el crudo invierno y la cigarra, sin nada que llevarse a la boca, fue a tocar a la puerta de la hormiga a mendigar alimento. Pero esta se lo negó, recriminándole su gandulería y su pereza. Desconocemos si la pobre cigarra sobrevivió al justo desplante o la diñó de hambre, una muerte horrible, por otro lado.

Sea como fuere, ahí se ven claros los dos caminos: el ascetismo protestante frente al relajo caribeño. Pero como yo soy un europeo bien mestizo, me quedo con las lecciones de otro griego al que nunca me cansaré de citar. Aristóteles y su “en el término medio está la virtud”. Así que ni “carpe diem” ni “ora et labora”. Un poquito de todo en la coctelera y tan contento.

La fábula se ha recreado ahora en Grecia. La cuna de la civilización occidental (de la suya también, desde Alaska a Tierra del Fuego) y madre de Europa, pues de un mito griego toma su nombre la mayor alianza política y económica nacida desde la diversidad de naciones dispares e históricamente enfrentadas a tortazos, ha quedado atrapada en su propio cuento.

Sin grano ni recursos más allá del turismo hipnotizado por la belleza de sus islas y sus ruinas, Grecia tocó a la puerta de sus socios europeos y de un par de hormigas más. Y no se la cerraron. De hecho, le dieron un grano y otro grano mientras en sus casas las pasaban canutas. Alemania, primer acreedor, le ofreció 56.000 millones de granos; Francia, 42.000, e Italia y España, sumidas en severos recortes de alimento en sus graneros, le prestaron 37.000 y 25.000 millones más, respectivamente. Pero Grecia, que seguía tocando la cítara a la sombra, pedía más. Hasta que el granero se ha cerrado. Ahora los griegos deben decidir el domingo si comienzan a recoger su propio grano con ayuda de Europa o se despeñan por el Monte Taigeto, donde los espartanos se deshacían hace siglos de aquellos niños que no servían para sus ejércitos.

Cuando se entra en bancarrota, cuando ya no quedan granos, hay dos opciones. La que tomó California cuando el 1 de julio de 2009 decretó la emergencia fiscal para hacer frente a un déficit de 60.000 millones de dólares o la que han tomado otros gobiernos, como Venezuela o Argentina, abocada a un segundo corralito inminente.

Hoy, tras los ajustes y el control del gasto público, California tiene un superávit de entre 1.200 y 4.400 millones y ha presentado este año unos presupuestos públicos récord de 113.000 millones, sin gastarse todo lo ganado. Una receta que también ha funcionado en España, donde se crecerá este año al 4 % y se crearán más de 600.000 empleos.

¿Y el camino de en medio? Se preguntarán ustedes. A veces simplemente no lo hay. Por eso, a los griegos solo les queda una salida: o votan el domingo a favor del acuerdo con sus acreedores o tendrán que pedir trigo a Zeus. Con suerte, caerán dracmas, no euros.

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