LA FÁBULA DEL BOTICARIO DESPIERTO

Decía Louis Pauwels en su no bien conocida obra ‘Lo que yo creo’: “La Felicidad personal y la felicidad colectiva no coinciden nunca. La primera depende de una elección íntima. La segunda es el producto de un orden público. O bien, hay que hablar de la felicidad de los hombres que no son nada por sí mismos y cuya única condición es la condición social. Que haya hombres así es una desgracia. Aunque una mirada profunda y más conversaciones nos harán descubrir que tales hombres no existen y no han existido nunca. El ideólogo pretende que esta desgracia sea el destino común. Se afana por convencernos de que no tenemos más condición que la condición social. Que todo nuestro ser se confunde por entero con la situación política. Que no hay más existencia que la movilizada y la militante. Que un partido es toda la vida. Esto hacen unos hombres que no se sostienen más que como la pelota de celuloide en el surtidor del tiro. O guerrilleros o nada. La pelota puede cambiar de surtidor. Pero si se corta el agua, se cae.”

“Siendo lo que es este mundo nuestro, resulta cada vez más difícil convencer al ciudadano de que no puede vivir sino es en la brecha. Mi padre tenía razón. La finalidad real del movimiento obrero es conquistar una vida privada, gracias a la seguridad, al desahogo y el tiempo libre. Lo demás es demagogia.”

Releyendo el pasaje anterior y recordando algunas de las sabias palabras de mi mentor, el otro sabio catalán, Alberto Assa Anavi, quien vino a embarrancar su alma en Barranquilla La Bella, refugiándose del dictador español, cuando ya mozuelo le alardeaba de mis pinitos socialistas en la Escuela Superior de Idiomas, le indagaba: “¿Por qué cuándo te pregunto algo de política, evades el asunto y me dices que tú eres músico y te acuestas a las ocho?” Un día memorable me develó el misterio. Me dijo, con su cuidado español aprendido en los avatares de la guerra civil como miembro de la Cruz Roja Internacional, y su sabiduría oriental (era turco – judío, ciudadano de Cataluña), siempre observador y alerta, pendiente de las discrepancias peligrosas, apóstol incomprendido de la educación hasta su último aliento: “Colombia, Pedro, es como una botica con las etiquetas mal puestas, en donde el boticario se ha ido a dormir y el ayudante fiel cree ciegamente en lo que ha organizado el boticario.” Me quedé lelo, pues esa respuesta sobrepasaba mi experiencia, sobre todo cuando remató: “Todos tratan de despertar al boticario y cuando unos pocos lo hacen y les habla, siguen creyendo que la culpa de sus desgracias es de la vaca.” (Para traducir a mi mentor en términos de ‘exitología’ del 2014). “No, Pedro, cada quien se monta en el carruaje que le apetece y no se da cuenta que el cochero también está dormido, pero hay que ayudarlos; amar es servir. Pero también hay límites.” Me vinieron estas remembranzas ahora que estamos ad portas de otra contienda electoral, en la que todos tratan de ‘despertar’ al boticario, vale decir, en este caso, una conciencia adormecida de algo o por algo que impide ver el quid de la cuestión, que en este caso es el éxito de cada quien, para unos; la viabilidad y el progreso de la patria, para otros; a pesar de que no se dan cuenta de que fracasan en lo importante, es decir, que el carruaje va directo al precipicio, con boticario, ayudante y familia. Lo que impide que el boticario despierte son las contradicciones obvias; pues el terrorista funge de humanista, un comunista como Gerardo Molina era más bien un pensador humanista de buenas maneras; el supuesto godo dirige una Constituyente, ciertos liberales cortan libertades y han destruido el salario, muchos informadores e informantes desinforman; algunos médicos son en realidad sepultureros; otros dictadores se autoproclaman demócratas, el ejército del pueblo lo conforman niños engañados con padres amedrentados; el poder judicial se ve sometido a la conveniencia ideológica; los legisladores son a la carta; y de todo este caos se organizan tercerías, cuarterías o ‘cuatrerías’ (el arte de robar ganado y tierras, como si nada) de quinta. Y vienen entonces los ‘matrimonios’ quedando uno aturdido sobre el engendro que puede resultar de un comunista caviar, asociado con neoliberales calculadores en trance de ganar elecciones a como dé lugar y cuyos invitados de honor son unos terroristas ricos, influyentes y bien despiertos sobre lo que quieren. Ante semejante barahúnda  de conceptos encontrados mi mentor religiosamente se acostaba a las ocho, porque era obvio que el poder se deslizaba entre los dedos y ya no era tan fácil hacer planes, como lo ha comprobado recientemente Moisés Naím en su excelente obra “El fin del poder.” O si no, miren lo que le acaba de pasar a Santos.

En ese escenario, para fundamentar mejor lo del boticario dormido que se despierta, digamos que de pronto apareciera un sabio que dijera: “Los líderes de las Farc tienen razón; no deben pagar cárcel, sino campo.” Antes de que terminara, el pobre sabio estaría muerto. Si lo dejaran hablar, (los dueños de las cadenas de televisión se encargarían de que así fuera) esa entrevista sería el gran negocio, pues prometería trompadas, pelea, drama, debate. La audiencia sería la de millares de abogados ricos mezclados con rateros y oportunistas de toda pelambre con saco y corbata; o guayabera, vaya uno a saber; muchos saldrían contentos del auditorio grandioso de la democracia. Esa discusión no tendría fin. Que si los mandan a Cómbita, a La Picota; que si no se entregan. Que los juzguen. ¿Quién? ¿Para qué juzgarlos? Para conocer la verdad. ¿A quién le interesa la verdad y para qué? Para establecer un ejemplo. ¿Para qué establecer ejemplos si los asesinos son autistas morales por conveniencia? Para hacer justicia. Etcétera. Finalmente el sabio logra decir: “Apresémoslos con todas la garantías de televisión al final del día, helados, pizza y celular controlado. Y juzguémoslos con la  obvia justicia retributiva, de la buena, que le sirva a la humanidad, al ecosistema, al fundamento de la paz y a sus almas, si les queda. Porque también hay una justicia retributiva de la mala, que se parece a la venganza, y con la que no estoy de acuerdo.” Silencio en el auditorio. “Propongo que cada uno de los condenados por narcotráfico, en las áreas que sirvieron para sembrar matas de coca o marihuana, las arranquen una a una y en su lugar siembren árboles frutales, hortalizas, vida. Las ZRC deben admitirlos como operarios sostenedores del ecosistema, no como gerentes, o capitalistas. Timochenko puede dirigir la operación y solicitar ayudantes. Se les pagará por su labor y se les consignará su dinero que será el ahorro para cuando salgan libres al final de la tarea. ¿De qué nos sirven en las cárceles hacinadas? Si los norteamericanos insisten en la extradición, podremos enviarlos con la condición de que no envejezcan en una cárcel de alta seguridad, sin sol, aire, inmóviles, sin dignidad, sino que siembren los desiertos de California, Colorado, Arizona de la marihuana que tanto les gusta.” “Para sus delitos de lesa humanidad,” continuaría el sabio, “propongo que conozcan el resultado de sus actos, que trabajen y recen en los cementerios por los muertos que llevan a la espaldas; que estudien Constitución y Educación Civica; que en  los hospitales recojan los desechos de cirugía, y en los crematorios las cenizas. Y que al final del día, vayan a una cámara de reflexión, similar a la que usan los masones en su iniciación de primer grado, con calavera, tibias y ataúd incluido, se cuestionen frente a esa realidad, y escriban en un diario: ¿Qué memoria quiero dejar de mi paso por la vida? ¿Qué hice hoy para construir esa memoria? Porque Hasta hoy la única memoria que existe de sus actos es la de ¡Basta Ya! Después de salir de la experiencia de los ‘pasos perdidos’, que ha sido su vida y entrar a la etapa de reflexión, deben pasar a la última de arrepentimiento (arrepentirse no quiere decir darse golpes de pecho, sino evolucionar en el pensamiento y sentimiento, en la ‘sensoconciencia’) y al final del día de trabajo, rezar un rosario de 50.000 cuentas y repetir: ‘Nunca más. Perdóname.’

No deben rezarle a lo que crean que es  Dios, sino a aquella parte íntima, profunda de su ser, que desconocen, a su chispa divina que obra maravillas, a su alma real, (que no es su mente, ni su psiquis) a ver si logran que el EGO, causa de todas sus desgracias, al fin se someta, y tengan la oportunidad de volver a ser humanos. Con su trabajo deben producir el dinero suficiente para proveer un fondo para las viudas y huérfanos que dejaron. ¿Por qué debe pagar el estado por lo que ellos a conciencia hicieron?” Desde luego que entonces entrarán en juego las células, colegios, logias y cofradías de los constitucionalistas, oenegistas, malabaristas del derecho, carteristas de las conciencias, etc.; embaucadores del más allá y del más acá, que también están dormidos, porque no saben conectar el derecho, la religión, la medicina, los negocios, la política, el dinero, con el alma.”

Seguidamente diría el sabio: “Si alguno de ellos quiere ser presidente, después de pagar lo que le debe a la sociedad, que le pruebe a los mejores economistas del país cómo se hace para aumentar el PIB en 2 puntos en el primer año de gobierno; cómo se implementan un sistema educativo y de salud de calidad; cómo se le devuelve la seguridad a los campos y ciudades; cómo se mejora el transporte y cómo se evitan los errores de Cuba y Venezuela; cómo se destierra la droga y recupera a los adictos. Desde ya, voto por esa persona.”

Continuaría hablando el sabio y propondría que levantaran la mano los que quisieran ganarse el balotto. Todos en el auditorio lo harían. Y les propondría entonces el siguiente enigma:” ¿Creen ustedes que exista un balotto en el que todos puedan ganar con diferentes números el premio gordo del mismo sorteo?” “¡Nooooooooo!” Sería el barullo general. “Yo digo que sí.” Silencio en la tribuna. “¿Quieren ustedes ganar? La respuesta clamorosa, a pesar de la ilógica propuesta es: “¡Sííííí!” “Entonces voten por Santos.” ¡Plof!  como en Condorito. En ese momento el sabio les develaría el misterio: “Ustedes, frustrados, quieren sentir la sensación de ganar, así sea algo ilógico, como es el que no les guste Santos para nada, pero votan por él porque dicen que es el que va a ganar. Siempre quieren estar en el bando ganador, aunque ganar no les retribuya nada.” Preguntaría entonces a alquien: “¿Usted es uribista?” “Sí.” “¿Va a votar por Óscar Iván?” “No.” “¿Por qué?” “Porque son diferentes.” “Pero OIZ enarbola las mismas banderas de Uribe y hay garantía de que no hay traición.” “Sí, pero…” “¿No es ilógico votar por Santos que no representa a Uribe, sino lo contrario, solamente porque crees que va a ganar? Por qué das tu voto por una creencia y no por lo que te dice la experiencia, por qué no votas por las ideas comprobadas, por las realizaciones reales y posibles?” Esas preguntas jamás se las había hecho el interpelado.

Entonces alguien en el auditorio dirá: “Pero las encuestas…” Contestará el sabio: “Conozco personas que por quedar bien con sus amigos, dicen ‘yo también soy antiuribista,’ porque eso es lo propio del grupo. Lo dicen en contra de su sentir que todavía no escoge entre críticas válidas y reconocimientos más importantes.” Este sabio despierto obviamente no es bienvenido en los círculos políticos.

Así entre recuerdos de mi mentor, briznas de lecturas, fugaces voces de una conciencia del alma que me ayuda a veces, sugiero, para terminar auto educándonos en la toma de decisiones políticas, que nos atengamos a nuestra autenticidad y para ello  recomiendo que meses antes de votar, meditemos en la ‘Oración del Boticario Despierto’:

“Permíteme ser auténtico, es decir, ayúdame a mostrarme ante los demás como quien soy realmente. Apártame de la tentación del fingimiento, no importa que no me admitan en el círculo de iniciados; no importa que no pueda evitar la discusión; no importa que no me valoren o me rechacen; evítame fingir el papel de lo que no soy. Pues estoy en esta patria para descubrir mi propio camino, no el de los otros, ya que su camino no me llevará donde quiero ir. Dame el poder de transmitir con fuerza y convicción lo que creo; enséñame a pensar y hablar con claridad; que mi cuerpo confirme lo que dice mi boca; que mi sonrisa sea auténtica; ayúdame a acercarme al corazón de la gente para vivir con mis hermanos lo que queremos para Colombia; que mi arreglo personal transmita la verdad que hay en mí, no una imagen de agrado; oriéntame para no decir tonterías que hagan sonreír con condescendencia; que mi humor comunique amistad y alegría, nada de cinismo, ni una pizca de amargura; que mis valores hagan concordar lo que pienso, digo y hago; finalmente dame la sabiduría para que mi sencillez sea clara, no presuntuosa, sabiendo qué decir, dónde y cuándo.”

Esta oración es políticamente democrática y correcta y me la reveló el Boticario Despierto que es el mismo que se fue a dormir, estando equivocado, y cuyo despertar consiste en reflexionar con la lógica de lo obvio en esta botica de etiquetas equivocadas. También me dijo que contra esta fórmula nada puede hacer J.J. Rendón, reconociendo que ha sido muy difícil enseñársela a su cliente. Y me dijo también que una Hermandad de Demócratas Conscientes es aquella en la que los despiertos ayudan a despertar a los dormidos; y que los que se matan, engañan, corrompen o dirigen hacia el desastre, lo hacen porque están dormidos, no conocen su verdadera alma, aquella que le permitió al Gran Maestro decir: ‘El Reino de los Cielos está dentro de vosotros.’ Esto no es religión, sino experimentar la Vida Verdadera. Sólo el servicio incondicional, auténtico, amoroso, puede despertarlos e iniciarlos en la grandeza de la verdadera política.” Así sea.

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