La política y las encuestas

Lo importante son las tendencias

Menos personalismo y más elementos programáticos

Las encuestas de medición política se inventaron en Estados Unidos hace más de 80 años y en Colombia  van para 40. Con todo y ello, en el país sigue el mismo debate de hace décadas, en cuanto a si ellas son realmente la radiografía del momento electoral o si, por el contrario, son mecanismos de manipulación para marcar las preferencias de los candidatos.

Hoy, a no dudarlo, las encuestas en Colombia hacen parte de la libertad de expresión. Pero como dice la Constitución, el ciudadano siempre debe recibir una información veraz e imparcial. El hecho, en todo caso, es que las encuestas deberían ser los instrumentos que permitan señalar las tendencias. Es decir no necesariamente quien va ganando, sino quien puede ganar o quienes están de favoritos para hacerlo. No obstante, como mucha gente suele determinar su voto por quien va en punta, las encuestas también son un potente factor de incidencia electoral.

Por lo general hay muchos políticos o candidatos que simplemente compaginan sus propuestas y programas con lo que señalan los sondeos. No tienen, por lo tanto, una personalidad específica y el temperamento para señalar los derroteros, sino que esperan a tomar el curso que les dictan estos instrumentos técnicos. Siendo así, las encuestas se vuelven más bien una plataforma populista.

Pero la política, por el contrario, se supone el arte de predecir y moldear el futuro, poner en marcha las convicciones y explicar unas ideas de modo que la campaña sea un teatro para convencer a los ciudadanos de que están ante la mejor alternativa. Tales son los escasos políticos que podrían reputarse de estadistas, es decir que conocen el Estado y sus posibilidades, no improvisan, tienen las condiciones para manejar y aplicar grandes presupuestos, no rehúyen el escrutinio público y lo que tratan es de generar políticas para abocar el progreso social,  los modelos sostenibles y el desarrollo económico en condiciones de equidad.

Las encuestas, a su vez, tienen una ficha técnica que muchas veces es descartada por quienes las leen. En ellas, justamente, se establece el tamaño de la muestra, el método, la estratificación, el género de los encuestados, la división territorial y particularmente el margen de error. Muchas de estas consideraciones no suelen tenerse en cuenta. Ni siquiera se repara en las formulaciones de las preguntas, que muchas difieren, pero que la mayoría les da equivalencia. Por ejemplo, una cosa es cuando se pregunta por la popularidad, la favorabilidad o la imagen de un candidato, elementos aparentemente sinónimos, pero que no lo son. De otra parte, es indispensable la relación existente entre el peso electoral, por ejemplo en una ciudad con determinadas localidades y zonas, y el número de encuestados.

El margen de error, así mismo, es una prevención que libremente se toma el encuestador para señalar el porcentaje de una eventual desviación de sus pronósticos. En la mayoría de las veces ese margen ronda el 3 por ciento. Es decir, que el porcentaje preciso para cada candidato puede fluctuar en tal rango, hacia arriba o hacia abajo. En la actualidad, sin embargo, se están dando rubros del 4 y 5 por ciento, lo que ciertamente puede ser altísimo para ciertos casos. Tómese, verbi gracia a Bogotá, donde un 4 por ciento de margen de error puede significar alrededor de 92 mil votos. Lo que, desde luego es una cifra voluminosa. Mucho más, por supuesto, si un candidato puede subir en esa proporción mientras otro baja en el mismo guarismo, representando entonces  más de 180 mil sufragios de diferencia.

Por eso las encuestas no pueden tomarse en sus datos precisos, sino en las tendencias. O sea, si un candidato marca una línea ascendente o descendente y si la campaña ha servido para aumentar su favorabilidad o desfavorabilidad. Y los niveles de conocimiento o desconocimiento, tanto de la persona como de sus programas.

Las encuestas, a no dudarlo, son parte integral de la política moderna. Lo que no se puede, sin embargo, es considerarlas como el único elemento a tener en cuenta. Sirven, como se dijo, para tomar la temperatura de la campaña, pero faltan aspectos para que sean  más eficaces y positivas, como por ejemplo, hacer más énfasis en las propuestas que en las personas.

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