Señores, ¡se puede volver a las fincas!

Con las Farc merodeando en las carreteras siempre había riesgo de un secuestro. En algún tiempo, de 1998 al 2001, incluso se llamaron “pescas milagrosas”, porque se trataba de retenes ilegales en los que los guerrilleros alzaban con todo el que llegaba y luego, poco a poco, apenas confirmaban los bienes y la importancia de sus víctimas, dejaban a unas y liberaban a otras.

Tampoco era seguro viajar en medio de la guerra territorial de las Farc y del Eln con los paramilitares, por ejemplo en la Autopista Medellín-Bogotá. Entre 2000 y 2001, esa vía estuvo deshabitada desde el peaje de Santuario hasta las cercanías de Puerto Triunfo. Durante el recorrido, a lo sumo, se cruzaban cinco o seis vehículos en un trayecto de dos horas.

Para los camioneros también era un suplicio: los paraban, les robaban la carga útil para la guerrilla y en los casos más extremos, si sus empresas o ellos no estaban pagando “vacuna”, les quemaban los camiones o las tractomulas.

Cuando Álvaro Uribe Vélez recuperó con su seguridad democrática el control de los puntos críticos de las carreteras nacionales, se hacían caravanas con tremendo bullicio y odas a tanto heroísmo.

Había una felicidad inusual entre las clases medias y altas del país urbano, porque pudieron volver a salir a pasear: a las fincas, a los sitios de mayor interés turístico y a los balnearios y playas atlánticas.

Pero en ese discurso, comprensible por el desahogo que generaba y porque era mínimo el pillaje de las Farc en las vías, nunca se escuchó preocupación por mirar esa Colombia olvidada y pobre que había a la vera de los caminos “de la Patria”: en el Alto de Ventanas, en los rancheríos de La Guajira, en los recodos polvorientos del Meta, en los pueblos miserables que cuelgan de los desfiladeros de la vía a Quibdó. Nada. Todo era euforia porque se podía pasear, “ir a la finca”.

Ahora que las Farc han firmado un acuerdo (un compromiso de cara a la comunidad internacional) de no volver a disparar ni a extorsionar ni a intimidar ni a matar a nadie en este país, esperemos que cumplan y seamos veedores, todos, del efecto de tranquilidad y seguridad que ello pueda traer, aunque relativo porque las bandas criminales y el Eln seguirán activos.

Ojalá se escuche y se descubra también a un país más solidario. Menos egoísta y menos ocupado por resolver necesidades tantas veces suntuarias, y que aplaza, como siempre, los problemas de fondo.

Que los desplazados vuelvan a sus tierras y los niños no mueran de hambre a metros de las carreteras. Así que, ¡señores, se puede volver a las fincas! Pero ojalá se vuelva la mirada a un país que necesita construir una paz que vaya más allá de silenciar fusiles. Uno sin esa frase fácil “los buenos somos más”, pero que se ahoga en corrupción. Uno más complejo y exigente de hacer. Uno donde “los pobres sean menos” y la miseria apenas otro mal recuerdo, como cuando las Farc disparaban, secuestraban y mataban a gente de cualquier condición.

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