Un año de mentiras

Hace exactamente un año Juan Manuel Santos metió a Colombia en una falsa disyuntiva para mantenerse en el poder: elegirlo a él significaba la paz y derrotarlo sería el triunfo de la guerra. La simplificación le permitió ganar un segundo periodo con los votos de algunos esperanzados sinceros y otros inocentes incautos.

Para las presidenciales del 2014, las Farc y Santos jugaron en el mismo equipo para mantener el proceso de La Habana. Días antes de las votaciones se dieron palmadas en la espalda, apuraron pactos dudosos y le metieron el acelerador a la mesa. La paz estaba a la vuelta de la esquina y se firmaría sin tardanza antes de acabar el año.

Doce meses después de la trampa política, el proceso de paz está en su peor momento. El presidente se amarró de tal forma a los diálogos por las promesas de campaña, que se lastra con él y nos ahoga a todos. Las Farc, en medio de su sangrienta violencia y su enorme torpeza política, insisten en arremeter con asesinatos para demostrar un liderazgo perdido y obligar a un cese bilateral. Lo primero no lo obtendrán nunca, rechazadas como están por una abrumadora mayoría de colombianos, y lo segundo lo tenían ya ganado informalmente cuando Santos paró los bombardeos. Hoy, solo hay retrocesos.

Las mentiras de la campaña electoral nos dejaron con un proceso tambaleante y un pésimo presidente. El manejo del país es confuso con problemas en la educación, la salud y la inversión social. Mientras la violencia crece, la economía se estanca. Incluso, los pocos logros son imperceptibles ante la gran dificultad de este gobierno de comunicar sus propuestas y exponer los avances.

Pero más grave aún es la penosa división social a la que nos abocó con sus etiquetas fáciles de pacifistas y guerreristas. La nación se fractura mientras se acusa de guerrilleros a todos aquellos que defienden el proceso y de paramilitares sanguinarios a quienes lo critican.

Es paradójico que se pretenda recomponer un país en La Habana, acabando con una guerra de medio siglo, mientras Colombia se radicaliza en nuevos odios y desconfianzas. Ahora no solo la paz parece lejana, sino que se incuban las semillas de una sociedad resentida que en lo último que piensa es en la reconciliación.

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