Estupor y temblores

La oscura profecía de Mario Vargas Llosa se cumplió en el Perú. Si en la primera vuelta de las elecciones presidenciales -dijo el escritor- ganasen Ollanta Humala y Keiko Fujimori, estaríamos obligados a elegir entre un cáncer terminal y el sida. Ocurrido el desastre temido por él, ahora Mario piensa que la alternativa para su país es la de un suicidio (Keiko) o la de un milagro (Humala).
Supongo que el milagro que podría esperarse de Humala es el de que en vez de seguir los pasos de Chávez, su inquietante amigo, siguiera los de Lula da Silva. Pero es dudoso que esto ocurra. Como candidato de aquí hasta la segunda vuelta, el 5 de junio, Humala puede dejar suspendida esta ilusión para atraer el voto de la clase media o disipar sus temores. Pero una vez llegado al poder, su libreto tendrá seguramente las azarosas semejanzas con el seguido por el líder bolivariano y luego por Evo Morales, Correa y Daniel Ortega. Su primer punto sería la convocatoria de una asamblea constituyente capaz de asegurarle supremos poderes. Y por ese camino, se configuraría una peligrosa alianza con los gobiernos que hoy en el continente comulgan con el llamado Socialismo del Siglo XXI.
Los riesgos que ofrece Keiko Fujimori son de otro orden. Ante todo, el de seguir el modelo de su padre, «un coctel duro y amargo -ha escrito el analista peruano Luis Benavente- con ingredientes traumáticos de autoritarismo y restricción de las libertades sufridos por la sociedad peruana durante una década; es decir, una mezcla de fascismo y populismo».
¿Cómo y por qué ha llegado el Perú a semejante alternativa, luego de haber consolidado un modelo económico ejemplar, con un crecimiento económico anual superior al 7 por ciento, un aumento considerable de la inversión extranjera y de las exportaciones y un descenso de la pobreza extrema de un 48,6 por ciento al 34,3 por ciento? La respuesta puede encontrarse en los estratos populares de la población que esperan resultados inmediatos y tangibles ofrecidos siempre por el populismo y que una economía de corte liberal, por exitosa que sea, tarda en darles. El discurso populista que señala a los ricos como únicos beneficiarios de este modelo y su oferta de medidas asistenciales, como las que Chávez hizo visibles en los cerros de Caracas, tiene a corto plazo buenos efectos electorales.
Nunca he olvidado la suerte adversa que en el año noventa corrió la candidatura de Mario Vargas Llosa por trazar y proponer planes rigurosos de desarrollo en vez de hacer propuestas populistas. «No hay que satanizar al empresario privado» -le oí decir desde una relumbrante tribuna de Chiclayo, mientras que los cholitos que estaban a mi lado permanecían perplejos, sin entender nada y, por lo consiguiente, sin mostrar entusiasmo alguno. «Si en vez de eso, hubieses dicho que en tu país hay pocos que tienen mucho y muchos que no tienen nada y que la riqueza de los primeros debe ser repartida entre los segundos -llegué a comentarle después- serías con toda seguridad elegido presidente».
Inquietante: la llamada opinión pública de cualquier país nuestro se sitúa en la clase media, donde no basta ofrecer milagros para obtener su apoyo. Esa clase media es por completo ajena a Chávez, y ahora en el Perú ha quedado derrotada por repartir sus votos entre Toledo y Kuzcynski.
Alguna vez, en una pared de Bogotá, vi el famoso letrero que decía: «No queremos realidades, queremos ilusiones». Ahí, creo, está el ingrediente secreto que explica lo que acaba de suceder en el Perú. ¿Qué harán ahora allí mis amigos? Deben padecer, como reza el título de la famosa novela de Amelie Nothomb, estupor y temblores. ¿Se quedarán en casa el 5 de junio? ¿O, después de persignarse, votarán por el menor de los males?

Plinio Apuleyo Mendoza
Eltiempo.com

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