Convenciones y disensos

GRAN RAZÓN TUVO EL MINISTRO DEL Interior, Germán Vargas, cuando criticó la figura de las consultas internas, una vez conocido el escandaloso nivel de abstención en el certamen del pasado domingo.

12,2 millones de colombianos estaban convocados a las urnas, pero a éstas se acercó un poco más del 10% de ese censo, cifra que aunque quieran hacerla parecer como un “triunfo de la democracia” es palmariamente demostrativa de lo poco útil que resultaron las consultas, incorporadas en la raquítica reforma política.

Dirán los amigos de las consultas en Colombia que esa es una herramienta útil. Tendrían razón si, en efecto, el mecanismo fuera acogido masivamente por la sociedad y no por un porcentaje microscópico.

Causa gracia que una nación como la nuestra, cuyos partidos políticos son un remedo de lo que en efecto estas agrupaciones significan en las democracias maduras, haya adoptado modelos sofisticadísimos que muy pocos países utilizan.

Nuestro sistema político construyó un cóctel Molotov al que se le mezclan prácticas espantosas como la compra de votos, la trashumancia, en fin el abecé de los delitos contra el sufragio, con fórmulas imposibles de materializar como las consultas.

Lo decía Leandro Alem: en los partidos políticos se desenvuelve la personalidad de los ciudadanos. La identidad ideológica hace parte del mapa genético de las personas que buscan, a través de las colectividades, desarrollar el animal político que todos llevamos dentro.

Si queremos vivir en democracia, necesitamos de partidos fuertes, capaces de convocar y de tramitar los intereses de los ciudadanos. Por eso, el fracaso del domingo debe convocarnos a una discusión sensata respecto de la forma como los ciudadanos podemos participar en las decisiones de la colectividad.

En los regímenes totalitarios que estuvieron en boga durante la primera mitad del siglo pasado, todo se hacía a través del partido y nada por fuera de este; los ciudadanos se limitaban a militar y a votar disciplinadamente, sin que hubiera espacios suficientes e incluyentes que facilitaran la participación en sus decisiones internas.

La reforma política que está tramitando el Congreso de la República debería explorar la posibilidad de fortalecer el concepto de las convenciones internas: grandes eventos partidistas en los que el mayor número de militantes actúen y resuelvan sus diferencias.

Ese elemento es menos oneroso, expedito y garantiza que las decisiones efectivamente sean tomadas por los miembros, sin riesgo de intromisiones ajenas, que siempre resultan dañinas. Las reglas actuales permiten por ejemplo que liberales y hasta comunistas puedan meterse en las cuestiones del conservatismo.

Otro elemento nefasto que persiste en Colombia es el de la disciplina para perros de la que hablaba Laureano Gómez. Eso significa que la capacidad de disenso es limitadísima. Quien no esté de acuerdo con la decisión de la mayoría, está obligado a allanarse a la misma, so pena de ser expulsado de la colectividad, como les sucedió a los patricios conservadores Enrique Gómez Hurtado, Ignacio Valencia y Mariano Ospina Hernández, a quienes botaron del partido porque no estuvieron de acuerdo con la candidatura de Noemí Sanín, promovida por el ingratamente recordado expresidente Pastrana.

Significaría un gran avance para el fortalecimiento ideológico y democrático que en adelante se permitiera que nuestros partidos tengan la posibilidad de avalar listas y candidatos disidentes.

Ernesto Yamhure
El Espectador, Bogotá.
Junio 01 de 2011
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