La veinteañera

Con toda justicia, los colombianos estamos celebrando los veinte años de la Constitución Nacional de 1991, fruto de una Asamblea Constituyente que la dio a la luz en medio de una coyuntura especial. Una sucesión de hechos contundentes en su impacto, hizo sensible al pueblo de la necesidad de un pacto político y social que reemplazara la anterior Carta que venía desde el siglo ante pasado, con modificaciones en 1936.

El acto salvaje de la toma del Palacio de Justicia por el M19 y su pretensión de juzgar en plaza pública al Presidente Belisario Betancur demostró no solo la irracionalidad de sus autores, sino la determinación  del Estado de no ceder a los actos de fuerza. Esa señal debió llegar a las esferas revolucionarias como un mensaje explícito de no permitir que ninguna organización armada pudiera acceder al poder mediante la violencia. Este hecho nos marcó a los colombianos como una herradura al rojo vivo puesta en el pecho.

No pasaron muchos años para que algunos grupos alzados en armas se desmovilizaran al amparo del indulto y la amnistía y se ganaran el derecho a ser elegidos a dicha Asamblea Constituyente. Las guerrillas M19, EPL (del Partido Comunista Marxista-Leninista, con orientación maoísta) y otros dos grupos marginales renunciaron a las armas y se colocaron en el partidor de la democracia que apuntaba a la Asamblea Constituyente. Y fueron elegidos varios exguerrilleros que desde entonces le han cumplido al país. Los combatientes  transformaron sus organizaciones militares subversivas en partidos políticos. EPL mantuvo la sigla de tres letras para su nueva denominación  Esperanza, Paz y Libertad, que sufrió los más duros y sangrientos ataques de las Farc en Urabá, donde murieron alrededor de 800 sindicalistas, el mayor genocidio de trabajadores afiliados a una organización de obreros en  este país, genocidio que no registran los dueños de los censos del martirologio mamerto ni de la social bacanería internacional.

Los partidos históricos, el Liberal y el Conservador, convivieron y bebieron dentro de la Asamblea Constituyente con los desmovilizados, indultados y amnistiados de la guerrilla. Pero el grueso de las armas alzadas contra la democracia y el pueblo colombiano, las Farc y el Eln, despreciaron esta oportunidad. Consideraron que el camino correcto para llegar al poder era la violencia revolucionaria. Eso pasó hace 20 años. Y todavía no han podido llegar al Palacio de Nariño. Por el contrario están más solos que nunca y más untados de narcotráfico. La Constitución de 1991, firmada por sus tres presidentes rotativos Horacio Serpa, Antonio Navarro Wolf y  ÁlvaroGómez Hurtado, está viva y abierta. Con sus falencias, reformas y baches, es el pacto social y político de los colombianos. Es una veinteañera que nos une y obliga como ciudadanos de una nación que tiene dirección conocida, cara descubierta y manos laboriosas. En  cambio los guerrillos solo tiene una dirección a donde no llegan las cartas: “Montañas de Colombia”. Les falta una: “Selvas y llanos de Venezuela”.

Jaime Jaramillo Panesso
El Mundo, Medellín.
Mayo 29 de 2011
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