¿Es factible retornar al espíritu de la unidad nacional?

A un año de la puesta en escena de la Unidad Nacional se justifica hacer un balance sobre sus realizaciones, fallas y limitaciones. En el plano económico el gobierno Santos mantiene las cifras macroeconómicas en similares rangos a los dejados por su antecesor. El otorgamiento de grados de inversión no se da abruptamente sino sobre la base de observaciones en gran escala y por un amplio periodo. Importante para el futuro la nueva ley de regalías que puede abrir una puerta grande para un desarrollo con mayor equidad para las regiones que carecen de riquezas naturales abundantes. Se mantiene el reto de seguir creciendo a tasas por encima del 5% pero con poca generación de empleo formal. La reconstrucción del país por los daños del invierno así como el emprendimiento de grandes obras de infraestructura podría jugar un papel clave en la superación del desempleo.

En las relaciones internacionales se reconoce una gran mejoría en el trato con los gobiernos de la llamada alianza bolivariana, promesa de avance en el ingreso al Acuerdo de Países del Pacífico y renovados anuncios de aprobación de los TLC con EE. UU. y la Unión Europea. Se han dado algunos pasos y señales de liderazgo, pero nada de dimensiones extraordinarias.  No son muy convincentes  versiones de algunos medios que han sobredimensionado los progresos.

Lo que hemos observado en las dos esferas anteriores no justifica para nada las celebraciones de los enemigos del gobierno anterior que han pretendido mostrar todo como producto de un supuesto cambio de rumbo y de toma de correctivos del presidente Santos respecto de errores y desaciertos de Uribe, desconociendo que el acercamiento con Chávez y Correa está mediado por calculados intereses políticos internos y externos de estos.

El proyecto de Unidad Nacional  ha sido desfigurado por el liberalismo, la corriente política más perdedora en la contienda presidencial. Este partido ha entablado una alianza con Cambio Radical dentro de la Unidad para perjudicar el partido de la U, a la fuerza más importante, y a fe que lo ha logrado. El liberalismo ha revivido la tesis maturanista “perder es ganar”. Los grandes medios no pierden ocasión para presentar las cosas como si estuviésemos ante un “Renacimiento” que deja atrás un pasado de confrontación, ordinariez, arbitrariedades, militarismo, autoritarismo y corrupción. Hasta los más destacados antisantistas durante la campaña se inclinan sin pudor ante el nuevo mandatario  y lo maduran a punta de periódico como se maduran los aguacates. El director del liberalismo, Rafael Pardo, aupado por su Sancho Panza senador Cristo, fracasados ambos en el terreno electoral, nos informan con creces de su astucia en los entretelones del poder. Aceptaron el llamado de Santos, le impusieron su programa estrella, la Ley de Víctimas,  y desde ahí  le han dado rejo al uribismo.

La Unidad Nacional, en pura esencia, no es tal, pues ha sido utilizada en detrimento de su supuesta fuerza principal. Santos no ha sido suficientemente claro en el sentido de exigirle al liberalismo un comportamiento  unitario ni lo suficientemente convincente cuando dice que no le interesa distanciarse de Uribe.  Pero, la historia de la Unidad nacional se repite. Sucede ahora algo muy parecido a lo que ocurrió con la Unión Nacional de Ospina Pérez con los liberales, que nunca pudo cristalizarse por el doble juego de unos contra otros y por la falta de compromiso sincero con la reconciliación que se pregonaba para conjurar la matazón entre liberales y conservadores. Así pues, Uribe, el mayor elector de Santos, termina siendo  el gran perdedor. Uribe y su equipo aguantan los chorros de agua sucia y hasta señales de persecución ideológica se advierten cuando sus más leales defensores son asimilados a una “mano negra” de la extrema derecha por parte del presidente Santos. ¿Qué tanta responsabilidad tiene Santos en esta situación arrevesada? Hasta ahora él se reafirma en que está cuidando bien los tres huevos que heredó de Uribe, pero, no logra convencer a la audiencia. Lo que sí parece muy claro es que el entorno más cercano de sus asesores está conformado por figuras de la elite capitalina que reflejan el sentir de un sector que nunca se tragó a Uribe, mucho menos su seguridad democrática.

Gozan de nuevas energías por sus posiciones inmerecidas en el gobierno el pastranismo y el samperismo. Tienen bien puesto el retrovisor que les permite atribuir todos los males habidos y por haber al odioso hacendado.  Cuentan a su favor con todos los medios masivos. La campaña sucia es implacable. La sevicia les impide ver los peligros que se ciernen. Sólo los tontos creen que pueden dar vuelta de tuerca sin pagar un precio por ello, pues mientras todo este barullo prosigue, los verdaderos enemigos del país, esos sí enemigos, “arrecian” sus ataques contra la tropa y contra la sociedad.

Y es en el terreno de la seguridad en el que se aprecian notables nubarrones. Desde una guerra jurídica bien montada (no es necesario mencionar de nuevo los desafortunados fallos de jueces y magistrados) hasta calculadas argumentaciones en pro de la re-fallida tesis mamerta de la “salida negociada al conflicto social y armado”. Para tal efecto hay que desprestigiar la política de seguridad democrática, pregonar por el mundo entero que el de Uribe fue un gobierno criminal y anti democrático, que persiguió con saña a los defensores de los derechos humanos, etc. Mientras tanto hay síntomas de evidente malestar y desánimo moral en la Fuerza Pública.

Sólo cabe albergar una tenue esperanza en que el presidente Santos retome el control total del gobierno, ponga orden en casa y a sus ministros en su justo punto, y por qué no, en que produzca una crisis de gabinete para retornar al espíritu original de junio del 2010. Aún está a tiempo. ¿Qué ganamos con buenas relaciones internacionales y buen desempeño de la economía si la gobernabilidad se rompe en migajas y la inseguridad nos amilana de nuevo?

Darío Acevedo Carmona

ventanaabierta.blogspirit.com

Julio 1 de 2011

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