Entre la mula y el buey

El pesebre es una tradición popular cultivada por los cristianos, más exactamente por los católicos herederos de estas creencias por la vía española, como lo son los villancicos. Así que alrededor de esta tradición que se convierte en una forma de la cultura popular de varios centenares de años, labrada entre rezos, adornos, canciones, parrandas y encuentros, poco le importará la afirmación del Papa Benedicto XVI, inscrita en un libro que ha salido a la venta al precio de 17 euros, unos 50 mil pesos colombianos. Dice el Papa que en el portal de Nazaret, no de Belén, no había mula ni había buey.

 

Tiene razón el teólogo Joseph Ratzinger. Esos dos animales pertenecen a la zoología política latinoamericana. Y en días recientes salieron al escenario con gran despliegue. Nicaragua es como la mula. Empecinada en obtener dominio sobre los mares de su norte en el mar de las Antillas, que otros llaman Caribe, Nicaragua ha superado grandes males de la naturaleza y de la política. Uno de esos males fue la dictadura del General Somoza, larga y sangrienta, que terminó con el triunfo del Frente Sandinista cuya denominación está ligada al general Augusto Nicolás Calderón Sandino, simplemente Agusto Sandino, patriota que luchó por la autonomía de su país y fue asesinado en 1934 por la Guardia Nacional. Dos grandes calamidades han caído sobre los nicas: el terremoto de 1972 que destruyó a Managua y dejó sin vida 10.000 personas. Más tarde en 1998, el Huracán Mitch arrasó al país especialmente en su zona norte donde causó la muerte de 4.000 habitantes, 5.000 desaparecidos y un millón de damnificados. Pero la última calamidad de esta nación que ha resistido como una mula de buena procedencia y de fina calidad, es el huracán Daniel Ortega, padre omnipotente de la revolución sandinista y hermano carnal del potentado filósofo del socialismo del siglo XXI. Ambos han tenido a Colombia en la mira de sus designios, de sus delirios. Y Colombia como el buey, cansino y manso, soporta las patadas del mular.

 

Ortega y sus muchachos (y su consorte Murillo, de armas tomar), el 4 de febrero de 1980, con su Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, declaró unilateralmente la nulidad del tratado Esguerra-Bárcenas, que de por sí es un acto de hostilidad diplomática contra el buey. Además elevó demanda ante la Corte Internacional de Justicia de la Haya. En este escenario el buey no se defendió en la instancia de la OEA que fue descalificada por los “social-marxista del siglo XX”, que obnubilado por el Ron Flor de Caña, cuyo uso permanente lo anima desde el desayuno, mantuvo en alzada mular su determinación de cargar contra el buey manso y lerdo.

 

No obstante lo anterior, el buey pensó que la mula revolucionaria perdería la demanda como constantemente pierde los estribos. El buey no entendió la señal de guerra diplomática que nos enviaba con la declaración unilateral de nulidad de un tratado, sin respetar el pacta sum servanda ni la historia a la que nunca apeló Colombia, de que la costa norte nicaragüense, la región Mosquitia, hizo parte de las tierras del buey en épocas anteriores. Si Colombia hubiese exigido por derecho consuetudinario, que hasta esa zona Mosquitia alcanzaban sus dominios neogranadinos, es posible que la mula no tuviera costa caribeña por la cual le permite ahora reclamar las aguas cuyo diferendo le dio la victoria al comandante sandinista. Pero esa es una disquisición entre gente que no pertenece a la nueva zoología política.

 

Mientras tanto, en el pesebre de los creyentes se apresta a una depuración presunta de dos lindos animales que se comían el heno de la cuna de Jesús Niño, lo cual habla mal del José el carpintero, pues un buen carpintero no pone hierba seca en la espalda de un recién nacido. De todas maneras, poco caso le harán los armadores de pesebres en el país del buey, porque, además el Papa Ratzinger no sabe que aquí le agregan ovejas, gallinas, autos, lagos, arroyos y ángeles voladores.

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