La mutilación de niñas indígenas.

Desde la época faraónica existe una costumbre cuyo soporte cultural es desconocido, pero que se practica aún entre nosotros, concretamente entre la etnia emberá chamí. Se trata de la ablación o extirpación del clítoris a las mujeres en edad muy temprana, aun siendo bebés. Hace pocos días voceros de esa comunidad indígena declararon que no ocurrirá más. Ojalá sea una determinación que cobije a todos los asentamientos situados en áreas diferentes de Colombia. Habrá que seguirle la pista a esta declaración en mano del Código Penal que castiga esta violación a los derechos fundamentales del niño y de la mujer en particular, aunque para aplicar la ablación son las mujeres las encargadas de esta aberrante operación. Lo cierto es que las comunidades indígenas han realizado la ablación desde hace tantos años como su existencia misma, por fuera de las normas legales de la nación y sin embargo nada ha ocurrido, puesto que se presenta como una acción ancestral y cultural de esa comunidad.

 

La ablación consiste en un acto ritual, considerada como el ingreso de las mujeres jóvenes a la vida adulta con posibilidades matrimoniales y para que lleguen vírgenes a quienes las toman como esposas. Pero hay ablaciones a niñas de pocos años o meses de nacidas. La operación la efectúan comadronas que utilizan cuchillas de afeitar, vidrios o cuchillos ordinarios. Muchas mujeres mueren desangradas o adquieren infecciones que las conducen al mismo fin.

 

Un tipo de ablación más compleja y grave es la infibulación en la cual, además de mutilar el clítoris cercenan los labios inferiores y superiores de la vagina y cosen los bordes de tal manera que solo queda un orificio para la orina y la menstruación.

 

Millones de mujeres han muerto por las ablaciones y en la actualidad se calcula más de cien millones de mujeres a quienes se les ha aplicado. Una niña de cinco años, nacida en Somalia, huyó de su familia tribal ante esta agresión y después de largos sufrimientos llegó a Londres donde trabajó como empleada doméstica. Un día un fotógrafo descubrió en ella porte y belleza. Allí surgió la modelo Wanis Dirie, venida en los años 60 en el desierto somalí. Hoy es una abanderada contra esta práctica cultural que realizan animistas, musulmanes, judíos y cristianos. Pero entre nosotros los “ablacionistas” han sido los emberá chamí. Y saber que hay personas, inclusive con formación académica, que sacralizan a las comunidades indígenas, como un ejemplo a mantener, cuando su natural destino es que se incorporen a la civilización y a la democracia. Las etnias indígenas no deben ser protegidas con criterios paternalistas que las convierten en objetivos turísticos para europeos y gringos en plan de aventuras fotográficas. Los conocimientos ancestrales en el uso de plantas naturales, sus dialectos, corresponde estudiarlos y catalogarlos a sus propios miembros que adquieran el saber académico y científico.

 

El usual maltrato machista de los varones tribales contra las mujeres indígenas se supera empoderándolas a ellas de valores democráticos civilistas, con el respeto a las leyes de la república y no a las normas de sus consejos exclusivamente masculinos. Calificar como sagrados los ritos intocables como la ablación es consagrar la humillación, la inferioridad y el desprecio por las mujeres, mas aun cuando son niñas o jóvenes subyugadas.

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