LA NÁUSEA

En la política criolla es la regla: la fidelidad es solo con las aspiraciones personales y nunca con las ideas.

Si no se es leal con lo que se cree y se piensa, ni hablar de lealtad con quienes impulsaron sus carreras.

La buena relación dura lo que la posesión en el cargo. Nuestra selección de saltimbanquis y trapecistas, de salto en salto de un partido a otro, de un jefe político al siguiente, según quien unte mejor la mermelada, da para el más sofisticado Circo del Sol.

Curiosamente, quienes son fieles con su manera de pensar son tachados de dogmáticos, en el mejor de los casos, cuando no de extremistas y reaccionarios. Pero me distraigo. Escribo sobre la doble moral de nuestros gobiernos, políticos, periodistas y opinadores. Nada mejor que el proceso de paz y la sucesión en Venezuela para demostrarlo.

Quienes se escandalizaban con los delitos atroces de los paras, hoy piensan que esas conductas en las Farc no son sino desafortunadas expresiones violentas de sus intenciones políticas.

Quienes creían que los crímenes de los paras no podían ser de ninguna manera delitos políticos, hoy defienden la conexidad de las peores atrocidades guerrilleras con sus "fines altruistas".

Quienes acusaban a los paras de narcos, hoy nada dicen del hedor narcotraficante de las Farc.

Quienes exigían verdad, justicia y reparación, hoy solo hablan de reconciliación.

A quienes les parecían inaceptables por insuficientes las penas de ocho años de prisión a los paras, hoy creen indebido privar un solo día de la libertad a las monjitas de las Farc.

Quienes gritaron que la amnistía y el indulto eran imposibles para los paramilitares, hoy buscan formas benevolentes de justicia transicional que tengan el mismo resultado.

Quienes con acierto fomentaron la acción judicial contra los políticos vinculados con los paras, no dicen mu sobre los que intiman con las Farc y el Eln.

Quienes querían eliminar la posibilidad de que los paras hicieran política, hoy se devanan los sesos para permitir que los guerrilleros, si se desmovilizan, accedan a cargos de elección popular.

Y hay que ver la lista de escandalizados con los "golpes de Estado" de Honduras y Paraguay que ahora aplauden la torcida de cuello constitucional con que los chavistas se aferran al poder.

En Honduras, Micheletti llegó al poder a mediados de 2009 con el aval del parlamento y de la Corte Suprema de Justicia. En enero de 2010 lo entregó, tras elecciones abiertas y transparentes, como había prometido.

Mientras tanto, la ONU y la OEA condenaron "el golpe de Estado" y dijeron que no reconocerían al nuevo gobierno. Con la excepción valiente de Colombia y Panamá, el aislamiento de Micheletti fue total.

Los mismos indignados se pronunciaron cuando el año pasado Lugo fue destituido, tras un juicio político que se apegó a la Constitución paraguaya.

Los gobiernos suramericanos, el nuevo colombiano entre ellos, rechazaron la destitución, en algunos casos la denominaron "golpe de Estado" y llamaron a consultas a sus embajadores.

Brasil pidió la expulsión de Mercosur y Paraguay fue suspendido en esa organización y de Unasur.

En cambio, ahora Mujica, Evo y Ortega se aparecen en Caracas para legitimar al chavismo.

Nosotros nos salvamos, por cuenta de un sensato consejero, de que Santos se uniera al trío. Pero en la Cancillería colombiana le apuestan a muerte a Maduro.

Brasil, con el omnipresente Marco Aurelio García, se pasea por La Habana para acordar con el castrismo la transición y asegurar los gigantescos negocios de las multinacionales brasileras en el país patriota. Y hasta Obama maniobra para que no sea Diosdado quien se apoltrone en el sillón de Chávez.

La Constitución, la obligación de convocar a elecciones, los derechos de la oposición, la separación de poderes, la democracia, ahora importan un comino. El compromiso democrático, está visto, solo es un discurso para apretar a la derecha. Cuando de la izquierda se trata, toda la indignación se va el demonio.

Los perfectos hipócritas latinoamericanos.

Dan náuseas.

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