Tiempo perdido

Lánguido el informe que acaba de rendir el jefe de los negociadores del gobierno colombiano sobre las conversaciones de paz con las Farc. La ampulosa retórica empleada por el dr De la Calle da para todo y para nada.

Decir que hay coincidencias en algunos temas relacionados con la tierra no aclara mucho sobre qué es lo que está dispuesto a ceder el gobierno y hasta dónde ve justificable lo que proponen las guerrillas que dicen representar al campesinado. Reafirmar que no se precisa de una constituyente para validar los acuerdos tampoco tranquiliza. Hay que entender que las Farc lanza globos para enredar, confundir y sopesar la reacción gubernamental. Preocupa, eso sí, la graduación del gremio ganadero como enemigo de la paz cuando ha sido uno de los más golpeados por el secuestro y el boleteo de las guerrillas.

Estamos en la discusión del tema agrario, primer punto de la Agenda de cinco puntos. Llevamos cerca de cuatro meses y lo que hay sobre la mesa es una marejada de propuestas y documentos producto de una reunión de delegados de organizaciones sociales a instancias de un equipo de la Universidad Nacional. Nada claro en concreto, excepto en la idea de que hay que hacer reformas en la tenencia de tierras que conduzcan a una mayor equidad en el campo. Muy difícil no estar de acuerdo con esta idea. Pero, a la hora de hilar delgado, ¿qué camino se va a tomar? ¿qué criterios se aplicarán? ¿cuánto tiempo se invertirá en este punto? Ni se avanza ni se retrocede sino todo lo contrario, parece la conclusión apropiada para un periodo que se cierra con más pena que gloria.

El tiempo corre y con mayor urgencia para el presidente Santos que depende de un buen y oportuno resultado para aspirar a su reelección. Si utilizáramos la metáfora de una partida de póker para representar la negociación, el presidente Santos la está pasando mal pues no hay cosa peor para un jugador que dejar ver su (carta) necesidad. Se la van a cobrar y muy duro.

Por supuesto que a las Farc también les sirve que el juego se alargue. De hecho están ganando algunos lances: reconocimiento internacional como parte de un conflicto armado, reconocimiento del estado colombiano, publicidad a sus propuestas que airean de humanitarias y justicieras, tratamiento de salud para miembros de la comisión que están enfermos, restablecimiento de canales de comunicación con sus frentes. No se pueden quejar, aunque para aparentar una fortaleza que no tienen hacen declaraciones salidas de tono y desafiantes como las de que “nosotros no estamos negociando nada”, “nosotros somos víctimas” y “somos el pueblo en armas”.

Así pues, no hay mucho que decir o analizar. Ante el vacío de materia, procede la especulación. Es muy probable que dentro de poco, quizás antes de finalizar el mes de octubre se produzca el anuncio feliz en el sentido de que las partes han llegado al acuerdo de poner fin al conflicto. En la letra menuda se dirá que la terminación es un proceso por etapas. Que la última de ellas es la relacionada con la desmovilización de sus frentes rurales, quedarán con el poder político en sus zonas de influencia, dando gusto a la voz de intelectuales estructuralistas que sostienen la tesis de las causas objetivas del conflicto: la desigual tenencia de la tierra. Acordarán abrir un periodo de experimentación política que les facilite, con todas las garantías, su participación en elecciones a partir del 2014. Los comandantes farianos pedirán libre ingreso al país, suspensión de todas las órdenes de captura, saldrán en libertad por amnistía y pena cumplida centenares de guerrilleros, al diablo la CPI y el derecho internacional humanitario, nada de cárcel. Se les garantizará financiación para su actividad proselitista y acceso a los medios. A cambio, la guerrilla se compromete a una tregua indefinida en su accionar militar.

Después de elecciones e independiente de los resultados, el estado colombiano, sea quien sea el presidente, debe poner en marcha la nueva política agraria fruto de las intensas negociaciones en La Habana. Es lo que De la Calle ha llamado fase de consolidación.
La entrega de armas queda supeditada a la ejecución en el largo tiempo de todo lo acordado. No importa cuántas décadas nos tomemos en contar con unas relaciones sociales en el agro a la medida de las Farc.

Si no hay acuerdo, entonces, de nuevo, todo habrá sido en vano, el presidente hará una fortísima declaración de autoridad, convocará a la unión de la nación contra los violentos, dará a la Fuerza Pública, una vez más, la orden de pasar a la ofensiva, dirá que por fortuna y tal como lo había asegurado “nada se perdió”.

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