Lo que empieza mal, termina mal

Muy pocos Presidentes en la historia de Colombia han recibido, si es que alguna vez sucedió, una herencia política y de gestión de Gobierno como la que le fue entregada a Juan Manuel Santos.

Cuando obtuvo el apoyo de los colombianos, el país no había solucionado todos sus problemas, pero la inmensa mayoría compartía la opinión de que se iba por buen camino.

Y como el hoy Presidente había sido una figura destacada de la administración que llegaba a su fin, de cara a la imposibilidad de reelegir a Álvaro Uribe Vélez, optaron por pronunciarse en favor del exministro de defensa que había contribuido, con éxito, a ejecutar el programa con el que había estado comprometido.

El razonamiento de los electores fue sencillo y claro. Al otorgarle la victoria, le dieron al nuevo Jefe del Estado el claro mandato de darle continuidad a dicho programa.

Lo hicieron, además, dando prueba de una madurez admirable habida cuenta de que, en aquel momento, tenían la posibilidad de votar en favor del cambio, cuya sola mención tiene efectos mágicos en política.

Cuando se proclamó su triunfo, la mayoría del país respiró con confianza y tranquilidad en el futuro de la nación.

Todo parecía estar en orden. Nadie esperaba que el nuevo mandatario mostrara la misma actitud personal del Presidente saliente porque son personalidades diferentes.

Así mismo, no escapaba al criterio de ninguno que el recién elegido recibía funciones constitucionales y legales que estaba llamado a ejercer.

Lo que se pretendía era que Santos conservara el rumbo y siguiera transitando por la senda que había permitido avances muy positivos en la solución de problemas que agobiaban al país.

Pero, la ilusión con la cual se votó empezó a transformarse muy pronto en desconcierto y, poco a poco, en malestar, primero, y franco rechazo, después.

Algunos de los mensajes que la cabeza del Gobierno transmitió en los primeros meses de su administración padecían de una ambigüedad que alimentó las preocupaciones de muchos.

No obstante, el natural margen de confianza que la ciudadanía le otorga a los mandatarios que inician su período constitucional, fue suficiente para que el Presidente conservara altos niveles de apoyo en los meses iniciales.

Empero, bastante temprano, se insinuó el nacimiento de una tendencia negativa en el juicio de la opinión acerca del manejo de distintos sectores.

A lo anterior se sumó el impacto de varias decisiones que marcaron un cambio del rumbo, las cuales fueron calificadas por los electores como un desconocimiento del mandato que se le dio al Presidente de la República.

Esa impresión inicial se ha ido acentuando, hasta el punto de  convertirse en un señalamiento por parte de millones de colombianos que se quejan, con razón, de que el Gobierno haya dejado de tener en cuenta la voluntad de los ciudadanos cuando acudieron a las urnas.

En tales condiciones, no puede haber dudas acerca de las razones que inspiran los resultados de las encuestas de opinión más recientes sobre la gestión del Presidente Santos.

Esa es la verdad de lo que está sucediendo.

Ya veremos la evolución de los acontecimientos en los próximos meses.

Por lo pronto, bueno es acudir a la sabiduría popular para recordar que lo que empieza mal, termina mal.

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