¡Sin hechos de paz, no creemos!

Quienes hablan de paz, pero secues- tran, atentan contra la infraestructura del país, matan compatriotas y vuelan escuelas de niños campesinos, merecen el rechazo de todos los colombianos.

Mi abuela decía, acudiendo a la serena y deliciosa sabiduría de los mayores, que la gente no habla con lo que dice, sino con lo que hace. Esa lección la recordé al leer distintos titulares, informaciones y comentarios sobre las conversaciones en La Habana, durante el fin de semana pasado.

Muchos de ellos coincidieron, en un tono optimista, acerca de la posibilidad de concluir con éxito los diálogos que se celebran. Pero lo cierto es que una mirada más detenida al contenido de todos esos textos hace que el escepticismo y el rechazo a lo que está pasando crezcan, en vez de disminuir.

Con gran eco en las primeras planas de los diarios, Humberto de la Calle notificó, satisfecho, que se ha pasado de las aproximaciones a los acuerdos. Sin embargo, a los pocos minutos, Márquez acabó con una ilusión fugaz. “No hay acuerdos todavía”, dijo. “Estamos avanzando en su construcción, que es distinto”, afirmó, para que no quedaran dudas.

Empero, a pesar de lo dicho por el vocero de las Farc, algunas aproximaciones se presentaron como una primera gran coincidencia, cuando en realidad hay que recibirlas con prudente realismo a la luz de que “nada está acordado hasta que todo esté acordado”. Y María Jimena Duzán compartió con sus lectores una visión bastante optimista de lo que captó en Cuba durante una visita de varios días a la isla. No obstante, quienes creemos en que la condición inamovible para conversar debe ser el abandono definitivo del terrorismo contra los colombianos por parte de las Farc, quedamos con varias dudas después de leerla.

La mayor de ellas, claro está, es si la conclusión de su escrito apunta a señalar que para que haya paz debe reelegirse a Juan Manuel Santos. En el caso de que así sea, discrepo.

Por el camino que vamos no se va a recuperar la convivencia sin acciones criminales de las Farc al tiempo que se dialoga, sin impunidad y sin negociar políticas públicas con el terrorismo. Para que eso sea posible, es necesario retomar el rumbo que este Gobierno recibió y perdió, porque lo cambió.

En medio de las balas y las bombas, no se consigue el apoyo de opinión que un esfuerzo de tanta magnitud exige para construir las condiciones que permitan concluirlo con éxito. Quienes hablan de paz, pero secuestran, atentan contra la infraestructura del país, matan compatriotas y vuelan escuelas destinadas a la educación de niños campesinos, merecen el rechazo de todos los colombianos.

Los que siguen realizando actos de terrorismo no pueden esperar que se reciba como una concesión el que digan que les van a poner la cara a las víctimas.

No, a ellos hay que recordarles, con firmeza, que esa es una obligación que deberán cumplir por la acción de la justicia nacional o de la Corte Penal Internacional. En fin, las Farc tienen que tener claro que sin hechos reales y duraderos de paz, no les creemos.

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