El eterno retorno de las cosas

Es el “eterno retorno de las cosas” que un hombre terrible, de deslumbrante inteligencia, Federico Nietzche, nos anticipó. ¿Pero por qué las cosas que vuelven suelen ser las peores? No lo sabemos. Lo que  sabemos es que así suele acontecer. El regreso de Samper y Nicanor a la arena política son la amarga prueba.  

Ver y oír a Ernesto Samper aconsejando la conducta que debemos asumir en la lucha contra las drogas, es como si volviera de los infiernos Pablo Escobar para sermonear sobre la inconveniencia de poner bombas y sembrar con ellas el terror.

 La desfachatez de Samper nos parece como una mueca grotesca que la Historia nos hace. El que recibió en las arcas de su campaña presidencial, en los días finales, cuando aquéllas andaban exhaustas, más de cuatro mil millones de pesos de la época, que superan los cincuenta mil de hoy, procedentes de Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, es el menos indicado para tratar en Colombia este tema.

Como era de esperarse, los tiempos de su mandato fueron los más amargos que se recuerden. Como tenía que pagar favores y dependía del silencio de sus cómplices, propuso para ellos condiciones de reclusión que hubiera envidiado Pablo Escobar desde “La Catedral”; dejó llenar el país de sembrados de coca; los cafetales quedaron solitarios y los campos lejanos recibieron más de trescientos mil compatriotas, condenados a ganarse la vida cultivando y raspando coca; celebró acuerdos impúdicos con las FARC, que llamó humanitarios; desbarató la economía y envileció la política; y para salvarse del juicio ante el Senado, repartió entre sus áulicos la mayor cantidad de dinero en auxilios que pueda recordarse.

Ese es el personaje y esas sus ejecutorias, para que estas ignaras generaciones nuevas lo sepan y para que las antiguas, desmemoriadas e ingenuas, lo recuerden. Ese es el predicador del nuevo credo, que también habrá de recordarse, no puede viajar a los Estados Unidos porque perdió su visa por estas tristes hazañas.

Otro que emerge de las brumas del pasado es un hombre querido, simpático, probablemente bien intencionado, que un buen día dejó su solar propio, el de los negocios, para aventurarse en un mundo que le era tan desconocido, el de la política. Y aquí vino Troya. El buenazo de Nicanor Restrepo, que de él hablamos, tomó la bandera de la paz y se dedicó con toda el alma a catequizar a los guerrilleros de las FARC, hombres y mujeres, allá, en los lejanos parajes de El Caguán.

La responsabilidad política de ese desastre, que pagamos con ríos de sangre, con miles de sufrimientos y corriendo los más atroces peligros, recae en el Presidente Pastrana. Y probablemente en los que votamos por él. Para sus electores la Historia reserva el descargo de que la alternativa, Horacio Serpa, habría sido peor. Y el otro, consuelo de los vencidos por los hechos, de que Pastrana bien aconsejado hubiera sido un razonable Presidente.

Pero fue cuando saltó a la palestra la legión de ilusos enamorados de la paz. Lenin los llamaba peor, pero no queremos ofender. Así que resolvieron estrenarse en política recomendando la entrega de la Nación al enemigo, porque, decían, era imposible vencerlo. Y se fueron en procesión a El Caguán, se hicieron retratar, comieron cantaron y bailaron y Nicanor, el primer catecúmeno de aquella fe, proclamada tan nueva y realmente tan antigua, pareció el más entusiasta y el más influyente de aquel grupo nefasto. No eran los primeros convencidos de que las fieras se tranquilizan entregándoles lo que piden, y cuando es necesario, más de lo que piden. Chamberlain lo ensayó  con Hitler. Cincuenta millones de muertos en la Segunda Guerra Mundial, alcanzaron a probar que estaba equivocado.

Nicanor es de los que han diseñado la tesis de que ahora sí se puede. Y no nos cuentan por qué. Cuando tratan de explicarlo, caen en torpezas muy similares a las que usaban para decirnos que Tirofijo también estaba loco por la paz. No han acabo de probar el aserto, que a tan alto precio pagamos.

Es el “eterno retorno de las cosas” que un hombre terrible, de deslumbrante inteligencia, Federico Nietzche, nos anticipó. ¿Pero por qué las cosas que vuelven suelen ser las peores? No lo sabemos. Lo que  sabemos es que así suele acontecer. El regreso de Samper y Nicanor a la arena política son la amarga prueba.

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