La paz que nos espera

Pobreza y oprobio para todos en vez de estantes llenos para cada vez más colombianos. Esa es la paz que nos espera a los que no tenemos forma de largarnos para otra parte mientras muchos de los que nos venden por treinta monedas irán a refugiarse a sus guaridas de París, Londres o Nueva York.

Mientras el gobierno de Santos se desgañitaba pidiendo celeridad en los diálogos de La Habana, los emisarios del grupo subversivo se traían entre manos una nueva sorpresa como fue la del aplazamiento de las conversaciones por tres semanas.

El Gobierno, por supuesto, evitó mostrarse contrariado ante la opinión pública y, más bien, prefirió anunciar la noticia en un comunicado conjunto que no podría hacer más evidente la incoherencia: en cinco meses no se ha logrado finiquitar el primer punto de la agenda (el tema de la tierra) y en vez de agilizar, como ruegan desde Palacio, pensando en los tiempos de la reelección, las Farc meten el partido en la nevera y congelan los diálogos, muertas de la risa.

Pero no fue la única bofetada. Poco antes, con motivo del aniversario de la muerte del criminal ‘Tirofijo’, la guerrilla emitió un comunicado que debe haber causado conmoción en el Gobierno, pues mientras se insiste en que el proceso va viento en popa y que no habrá impunidad, ni atomización del territorio nacional, ni asamblea constituyente, etc., las Farc reiteran, básicamente, todo lo contrario.

En realidad, el mayor enemigo de la paz es la guerrilla. No lo es Uribe, como dice el camarero Carrillo, ni lo somos los demás críticos del proceso, de lo que venimos siendo señalados por el mismísimo presidente Santos desde hace largo rato. No. Con estas bofetadas al proceso, más los crímenes de sangre que perpetran todos los días, las Farc sabotean la negociación porque ellas sí son coherentes en su empeño de mantener la violencia, y durante décadas se han valido de los procesos de paz para obtener réditos políticos, militares y hasta propagandísticos y no para terminar sus días de barbarie, pues no les interesa negociar parcelitas de poder sino alcanzar todo el poder.

La verdad es que a pesar de los finales trágicos de ‘Reyes’, ‘Jojoy’ y ‘Cano’, entre otros, la dirigencia fariana nunca se ha sentido particularmente en riesgo; viven bien, como lo testimonian sus Harleys, sus Hummers y sus Rolex, mientras otros desgraciados son los que hacen de carne de cañón: niños reclutados a la fuerza, indígenas, campesinos… En suma, personas obligadas por sus circunstancias que encuentran en la violencia la única opción laboral, aunque no compartan o ni siquiera conozcan la ideología de la subversivos.

Por eso, los verdaderos prosélitos del comunismo que conforman la elite fariana, ni siquiera se han planteado la posibilidad real de dejar las armas y jugar bajo las reglas de la democracia. Y no se trata tampoco de que teman por su seguridad pues ahí está en la palestra un notable grupo de dirigentes de izquierda, que no corren más riesgos que los líderes de otras corrientes.

Lo que ocurre es que los cabecillas de las Farc siguen cómodos con su papel y no tienen serias intenciones de jugar en democracia porque ese no es su terreno. Ellos no han cejado en su empeño de esclavizar a todos los colombianos metiendo al país a ese club de dinosaurios fracasados que ahora preside el loquito de Corea del Norte, donde cambiaremos los estantes llenos del, según ellos, ‘capitalismo inmoral’, por libretas de racionamiento de paraíso comunista.

Pobreza y oprobio para todos en vez de estantes llenos para cada vez más colombianos. Esa es la paz que nos espera a los que no tenemos forma de largarnos para otra parte mientras muchos de los que nos venden por treinta monedas irán a refugiarse a sus guaridas de París, Londres o Nueva York.

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