¿Y cómo anda Colombia?

Después de repasar la lista de males que nos oprimen y nos deprimen, la triste y verídica respuesta que uno podría dar es: francamente, más mal que bien.

En un encuentro continental que tuvo lugar el mes pasado en Lima y otro que acaba de realizarse en Rosario (Argentina), esta era la pregunta que yo escuchaba a cada paso. Como nos habíamos reunido para mostrar no solo los peligros del populismo en América Latina, sino también los avances de un modelo de libertad política y económica, la respuesta que esperaban mis amigos era "bien, muy bien". Y lo comprendo. ¿Acaso no es Colombia un país democrático, acaso no presenta un crecimiento sostenido, un clima hospitalario para las inversiones extranjeras, baja inflación, desempleo en descenso, crecimiento del sector minero y energético y, como si fuera poco, un proceso de paz capaz de poner fin a un conflicto armado de más de cincuenta años?

Si, ante esta buena imagen que suele mostrar en el exterior nuestro querido presidente Santos, parecería antipatriótico negarla de plano. De modo que yo prefería advertir: "Bueno, tenemos algunos delicados problemas". Pero ya en casa, siente uno necesidad de ser sincero y colgar en esta columna los males que nos oprimen y nos deprimen.

¿Por dónde empezar? La inseguridad. La percibimos todos. Con Uribe se la estaba combatiendo con éxito, pero hoy vuelve a sacar sus afiladas armas en el TransMilenio, en calles de barrio y también, cómo no, en carreteras, veredas y pueblos. Las bacrim compiten con la guerrilla en extorsiones, secuestros y narcotráfico.

Segundo problema muy inquietante: la corrupción. Salta en periódicos y noticieros todos los días. Penetra el mundo político y los más recónditos ámbitos de la administración pública. Saltó a la vista en Bogotá, pero también en muchos lugares del país cuyos beneficiarios han sido gobernadores y alcaldes, elegidos a veces con ayuda de los brazos políticos de las Farc.

Algo muy grave: el agente contaminador de este cáncer se ubica en la justicia misma. Lo he escrito muchas veces. Los falsos testigos, que hoy tanto inquietan al fiscal Montealegre, se compran en cárceles o barrios y permiten absurdos beneficios a cuanto Rafael García y 'Pitirris' aparecen con falsedades para llevar a la cárcel a colaboradores del presidente Uribe o a militares como Alfonso Plazas, Arias Cabrales, Rito Alejo del Río, Mejía Gutiérrez, Jaime Uscátegui y muchos otros. Las injusticias cometidas con todos ellos son espantables.

A estos problemas todavía insolubles se suman la debacle en las reformas de la salud y la justicia, la pasmosa lentitud para poner en marcha las obras de infraestructura, la restitución de tierras o la ayuda a los damnificados y ahora la visible crisis de la agricultura y el descenso en las exportaciones de la industria. Dos factores pesan en la mala confrontación a estos males. El Ejecutivo es parsimonioso por obra de una burocracia sustentada en cuotas políticas. Pero también tal lentitud es atribuible a un mandatario que, cuidando ante todo su imagen, da relieve a sus planes y proyectos de gobierno sin vigilar su ejecución. Y ahora, cosa grave, la opción reeleccionista parece convertirlo en un candidato en el poder que nos ofrece -para el futuro, claro- un país 'Justo, Moderno y Seguro', sin reparar en lo que no ha llegado a cumplir.

Muchos piensan que su reelección depende de un acuerdo de paz con las Farc. No encuentro impugnable la búsqueda de este acuerdo, pero comparto temores y dudas. Por ejemplo, las 54 zonas de reserva campesina que proponen las Farc, con nueve millones de hectáreas, autonomía política y administrativa y justicia comunitaria, buscan garantizarles el control y dominio de media Colombia. Es dudoso, además, que entreguen las armas y prescindan del narcotráfico como fuente de financiación.

¿Cómo anda Colombia? Después de todo esto, la triste y verídica respuesta que uno podría dar es: francamente, más mal que bien.

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