El ocaso del poquerista

El gobierno del presidente Santos cada vez se parece más a esas películas donde el villano urde una intrincada red de engaños que lo hacen pasar por héroe la mitad del drama, pero a partir de ahí, se empieza a develar su verdadera condición en la medida que cada uno de los engaños queda al descubierto.
 
Cuan distante es el Juan Manuel Santos de la primera mitad de su gobierno del que tenemos hoy. Atrás quedo el flamante Juan Manuel Santos de pantalones amarillos en la cumbre de Cartagena, donde tanto el foro de Sao Paulo, como el presidente Obama, le cantaban loas. En tal medida se inflo su ego entonces, que fue la primera vez que se atrevió a agraviar al presidente Uribe en público cuando dijo para CNN: “Uribe es el pasado”.
 
Y vaya que así lo creía, ese pasado tan reciente era preciso enterrarlo. Para él, Uribe había hecho una especie de trabajo sucio necesario, pero indigno de la gloria. Esa le correspondería a él cuándo se tomara la foto con un dócil Timochenko entregándole su fusil. Ya el presidente Uribe había desmovilizado 15 mil guerrilleros, pero la desmovilización de los 6 mil restantes no podía ocurrir de esa manera; tenía que ser con show para el servicio de si inconmensurable ego. Para eso dispuso de un equipo que en secreto preparara las cosas con las FARC, hasta que le toco sincerarse luego de que el presidente Uribe lo pusiera en evidencia.
 
Cuan diferente luce hoy el presidente Santos, enredado con la barbarie de las FARC, a aquel que en la solemnidad de su alocución presidencial nos dijo que esta vez no cometería los errores del pasado, que este proceso será corto, que era optimista, que las FARC eran otras, y que si no se daba la paz no se habría perdido nada.
 
El engaño de la paz y el desmonte de la seguridad democrática han sido el hilo conductor de este gobierno; pero hay muchos más engaños. Hoy no vemos más a ese presidente seguro de sí mismo prometiendo la reconstrucción de gramalote, o la construcción de un millón de casas, o la reparación masiva de víctimas. El Santos de hoy ya no puede mostrar sino sus calzoncillos en una fotografía.
 
Atrás quedaron las épocas doradas en que se abrazó con Chávez en Santa Marta declarándolo su nuevo mejor amigo. En aquel entonces, Santos se veía como el hombre indispensable de Latino América, la bisagra entre el bloque castro chavista y el bloque democrático. Hoy, el heredero de Chávez lo acusa de querer desestabilizar su régimen, y los países democráticos, lo ven con reserva por haberse apresurado a reconocer el fraude electoral Venezolano.
 
El drama se acerca al final. La paz se tornó en violencia, las promesas en decepciones, los mejores amigos en decepcionados reclamantes. Y el presidente que había quedado en el pasado, se convirtió en un presente de esperanza.
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