La ley del embudo al revés

Una suerte de ley del embudo al revés parece gobernar la diplomacia santista frente a Venezuela y las Farc. Ellos tienen prerrogativas inauditas: pueden despotricar, insultar, acusar, calumniar, descalificar sin reparos, en público y a voz en cuello, mientras el gobierno de la “prosperidad democrática” cae en el mutismo y solo ofrece responder en privado las invectivas y provocaciones.

“Ancho para uno, estrecho para otros”, es el refrán muy conocido que se apoya en la forma del embudo, ancha en la boca y estrecha en el conducto de salida, para aplicarla a situaciones de desigualdad y desequilibrio en las relaciones entre personas o entidades.

Una suerte de ley del embudo al revés parece gobernar la diplomacia santista frente a Venezuela y las Farc. Ellos tienen prerrogativas inauditas: pueden despotricar, insultar, acusar, calumniar, descalificar sin reparos, en público y a voz en cuello, mientras el gobierno de la “prosperidad democrática” cae en el mutismo y solo ofrece responder en privado las invectivas y provocaciones.

Para el presidente Santos, su Canciller y el coro laudatorio de la prensa oficialista, se trata de una estrategia apaciguadora, calmada, discreta, prudente, que descarta la guerra de los micrófonos para impedir que las relaciones con el país vecino, o el proceso de “paz” con los narcoterroristas, se descarrilen.

No pocos analistas del acontecer nacional, alineados con esa conducta, la alaban por su sapiencia y tino. Todo lo contrario. Lo que denota semejante comportamiento es una desafortunada actitud que en lugar de apaciguar, envalentona a la contraparte que cada día se torna más agresiva y desvergonzada. Y convierte la diplomacia colombiana en rehén de quienes en lugar de ser nuestros “nuevos mejores amigos” son nuestros viejos y peores enemigos. Venezuela, a la par que las Farc, quieren dictar la política exterior colombiana.

Con las Farc esa ha sido la constante. Los voceros de la pandilla narcoterrorista hablan en La Habana de lo divino y humano, acusan, insultan, vetan, señalan, proponen, sin cortapisa alguna. Mientras tanto los voceros y negociadores del gobierno, salvo excepciones –que solo confirman la regla- se limitan a señalar que se abstienen de debatir en público porque así se acordó, y que solo se ventilarán los diferentes asuntos en la mesa de diálogo.

Hace unas semanas se inició una seguidilla de agresiones verbales de la dirigencia venezolana. Maduro acusó falazmente al expresidente Uribe de tramar un complot para asesinarlo y utilizó gruesos epítetos contra el exmandatario. Irritados los colombianos le exigieron a Santos responder con altivez en defensa de nuestra dignidad, pero éste, luego de una larga espera solo  atinó a balbucear que el tema lo tratarían por canales diplomáticos de manera reservada y punto.

Luego vino la andanada contra Santos de la alta dirigencia chavista al unísono -Jaua, Cabello, Maduro- por su reunión con Capriles. El lenguaje tremendista de “bomba” a las relaciones y de complot volvió a escucharse desde el otro lado de la frontera. Unido al chantaje de afectar el proceso de paz con las Farc. De nuevo el presidente colombiano se escabulló con el argumento de que había un malentendido y que darían las explicaciones del caso por vía diplomática. Pero no ofreció respuesta pública alguna a los agravios.

Ahora hasta Evo Morales, contagiado de la arrogancia chavista de sus pares venezolanos, salta al ruedo para indicarle a Colombia con quién puede aliarse o no en el escenario internacional, a raíz de las declaraciones –imprecisas, como suele ocurrir- de Santos de que adelanta gestiones para fortalecer la cooperación con la OTAN. De nuevo Maduro riposta para calificar esas relaciones de Colombia como una desvergüenza. Y el mismo Daniel Ortega se sintió autorizado para lanzar sus improperios. ¡Hasta dónde ha llegado la desfachatez de estos personajes, que se codean con la escoria terrorista del mundo y se alían con los peores regímenes del orbe, para querer dictar nuestro rumbo y amistades! ¡Cómo les ha facilitado ese camino de dicterios y amenazas la actitud claudicante y rodillona del actual primer mandatario colombiano! ¿Repetirá Santos la dosis bobalicona de callarse y agachar la cabeza en este episodio de la OTAN? Ya balbució, a través de su ministro de defensa, una excusa tonta que no enfrenta los insultos ni los chantajes de los vecinos.

Y no es que haya que rebajarse al nivel de los chafarotes que gobiernan a Venezuela, ni al de los cínicos de la guerrilla, ni de liarse con ellos todos los días en público en una riña de descalificaciones sin fin. No. Se trata de tener unas reglas claras de conducta, aplicables en todos los casos, que se cumplan, y que sean equilibradas. Si se acuerda una diplomacia cerrada para todos los casos y en ambos sentidos, que así sea. Pero si es solo en una dirección -la nuestra-, mientras en la otra la diplomacia de los micrófonos y discursos incendiarios es la norma, esa ley del embudo es inaceptable.

Porque lo que nuestro gobierno ha establecido como práctica es eso: Maduro, Cabello, Jaua, Timochenko, Márquez y Cia, pueden decir lo que se les venga en gana y nada pasa. Simplemente se les da una respuesta (váyase a saber cuál) por canales diplomáticos cerrados, privados, y así cree el gobierno salvada su responsabilidad. Pero ellos quedan autorizados a repetir sus andanadas y el gobierno sigue como el cangrejo, reculando.

Es la consecuencia de haber vendido el alma al diablo. Al renunciar a la seguridad democrática y conceder estatus legítimo a las Farc con miras a negociar la “paz” con ellos, y aceptar la tutoría de Caracas y la Habana en ese proceso, Santos quedó prisionero de ellos. Su futuro, que es el futuro del proceso de “paz”, está hipotecado a los más feroces enemigos de la democracia colombiana. Ellos entienden que la llave del éxito político del presidente está en sus manos. Por ende no solo lo extorsionan, con exigencias que Santos viene concediendo, sino que con desfachatez le dan órdenes y ultimátum en público.

Santos tiene pavor de confrontar a sus “socios”, porque pueden irse a pique sus aspiraciones y su futuro. Por eso se ha inventado la estrategia rodillona –aunque revistiéndola de un toque de ingenio y supuesta malicia- de aceptar chantajes y agravios públicos, sin cortarlos, mientras calla y solo ofrece susurrar disculpas y explicaciones inanes en privado, que nadie a ciencia cierta sabe qué contendrán. Pero como dice el refrán popular, tanto va el cántaro al agua que al final se rompe.

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