La parábola del próspero

Eso es, precisamente, lo que ocurre en los países donde se desestimula la iniciativa privada, en no pocas ocasiones a golpes. Ya lo había dicho Margaret Thatcher: "El socialismo fracasa cuando se les acaba el dinero…. de los demás".

O Winston Churchill: “El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo de la ignorancia y el evangelio de la envidia; su virtud inherente es la distribución equitativa de la miseria”.

Entre esas historias apócrifas que circulan por Internet, hay una parábola muy simpática que ilustra a la perfección los perniciosos efectos que puede acarrear una mala práctica de dudosos conceptos como justicia social, equidad o distribución. Me he permitido hacer algunos ajustes pero la historia es más o menos así:

Diez amigos que se conocían desde el colegio convienen reunirse en un bar, dos veces por semana, para tomarse unos tragos y recordar los viejos tiempos. El consumo de los diez es de 100.000 pesos, pero en vez de aportar una cuota de $10.000 por cabeza deciden pagarla de manera proporcional a sus ingresos, como si se tratara de un pago de impuestos. Al fin y al cabo, no todos corrieron con la misma ‘suerte’; algunos no lograron entrar a la universidad y viven del rebusque para mantener una prole numerosa y apenas uno de ellos, don Próspero, había logrado montar una empresa que solo hasta ahora, después de muchos años de lucha, le estaba dando frutos.

De manera que luego de hacer una clasificación por ingresos, tomaron la siguiente decisión: los cuatro más pobres no pagarían nada, su consumo sería subsidiado por completo. Otros recibirían un subsidio parcial: el quinto solo pagaría $1.000; el sexto, $3.000, y el séptimo, $7.000. Los demás, de ahí para arriba, asumirían la carga así: el octavo, pagaría $12.000; el noveno, $18.000, y el empresario, apenas 59.000 pesitos. Mejor dicho, todo un acto de justicia y progresismo.

Después de varios meses de felicidad, el dueño del bar decidió fidelizarlos porque la competencia era dura, la zona estaba llena de bares: “Ya que ustedes son tan buenos clientes, les voy a hacer un descuento del 20%”. Ante el anuncio, todos se pusieron eufóricos y hasta corearon el nombre del tabernero.

Sin embargo, a la hora de pagar surgió un inconveniente: ¿Cómo debían repartir los $20.000 de rebaja de manera que cada uno recibiese una porción justa? Recordemos que los cuatro de menores ingresos bebían gratis, por lo que  la rebaja no les afectaba en absoluto. 

Pero,¿qué pasaba con los seis que sí abonaban a la cuenta? Como $20.000 dividido entre seis da un total de $3.333, se deduce que el quinto y el sexto de menores ingresos estarían cobrando por beber, pues antes pagaban $1.000 y $3.000 respectivamente, así que decidieron aplicar el descuento con el mismo criterio de equidad que habían tenido antes, favoreciendo a los de menores ingresos de la siguiente forma:

  • El 5º de menores ingresos, al igual que los cuatro primeros, no pagaría nada, obteniendo un ahorro o beneficio del 100%. 
  • El 6º pagaría ahora $2.000 en lugar de $3.000, para un beneficio del 33%. 
  • El 7º pagaría $5.000 en lugar de $7.000. Un ahorro del 28%. 
  • El 8º pagaría $9.000 en lugar de $12.000. Ahorro del 25%. 
  • El 9º pagaría $14.000 en lugar de $18.000. Ahorro del 22%. 
  • Y el 10º, el más rico, pagaría $49.000 en lugar de $59.000. Su ahorro, con toda justicia, sería el menor, tan solo del 16%. 

Sin embargo, una vez fuera del bar surgieron discrepancias al comparar los ahorros de cada uno. El sexto de menores ingresos se quejó por recibir apenas $1.000 de los $20.000 ahorrados, e increpó al más rico por recibir $10.000 pesos de devolución. “¡Es injusto!”, exclamó.

El quinto dijo que solo había recibido $1.000, sin fijarse que ahora no pagaba nada. “¡Los ricos siempre reciben los mayores beneficios!”, expresó.

El asunto llegó al extremo cuando los cuatro de menores ingresos gritaron al unísono: “¡Nosotros no hemos recibido nada de nada! ¡El sistema explota a los pobres!”.

De repente, los nueve hombres rodearon a Próspero y le dieron una paliza. Cosas de tragos, sin duda, pero a la siguiente reunión el empresario no llegó. Los nueve rieron y bebieron como si nada, pero a la hora de cancelar la cuenta se percataron de que entre todos, con el sistema acordado, no alcanzaban a pagar ni siquiera la mitad del consumo.

Eso es, precisamente, lo que ocurre en los países donde se desestimula la iniciativa privada, en no pocas ocasiones a golpes. Ya lo había dicho Margaret Thatcher: "El socialismo fracasa cuando se les acaba el dinero…. de los demás".

O Winston Churchill: “El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo de la ignorancia y el evangelio de la envidia; su virtud inherente es la distribución equitativa de la miseria”.

O Abraham Lincoln en un decálogo que se le atribuye: 

  1. No se puede crear prosperidad desalentando la iniciativa particular
  2. No se puede fortalecer al débil debilitando al fuerte.
  3. No se puede ayudar a los pequeños aplastando a los grandes.
  4. No se puede ayudar al pobre destruyendo al rico.
  5. No se puede elevar al asalariado presionando a quien paga el salario.
  6. No se puede gastar más de lo se que gana.
  7. No se puede promover la fraternidad incitando el odio de clases.
  8. No se puede garantizar una adecuada seguridad con dinero prestado.
  9. No se puede formar el carácter y el valor del hombre quitándole su independencia e iniciativa.

10. No se puede ayudar a los hombres realizando por ellos permanentemente lo que ellos pueden y deben hacer por sí mismos.

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