PAIS DESCUADERNADO

Era mucho menos grave la situación de Colombia cuando Carlos Lleras soltó esta sentencia que ha recorrido los años: da la impresión de que el país se está descuadernando. Ahora la cosa es distinta, en cuanto peor: el país está descuadernado.

El primer síntoma de esta penosa enfermedad, es que vamos, frágil navecilla entre revueltas olas, sin piloto al mando. El doctor Santos no lleva brújula distinta de su enfermiza vanidad, ni sabe de otro puerto de llegada que el de sus efímeras ganancias políticas. Débil persona que se siente fuerte, limitada voluntad que se pregona firme y mediano entendimiento que se juzga superior.

Acaba de inaugurar el Presidente la última legislatura de este Congreso, afirmando que todo iba por el camino correcto. Lo decía cuando estaba aún tibia la sangre de más de veinte soldados de la Patria asesinados por las FARC, esa banda de salvajes con las que marchan tan maravillosamente las cosas. Ya el problema no es de análisis político. Le dejamos el turno a los siquiatras.

Los colombianos estamos literalmente extorsionados. En el Caquetá, donde el sábado asesinaron cinco militares e hirieron otros tres, sea recordado al paso, cada una de las reses que pastan en esa riquísima región, más de un millón ochocientas mil, paga a las FARC diez mil pesos anuales de protección, como Chicago en días de Al Capone. Y el Presidente no lo sabe. O no le importa. Y este apenas es ejemplo de lo que en materia de seguridad nos pasa.

El Estado es un paquidermo que no funciona. El Congreso no legisla, sino que se embadurna de mermelada. No hay quién administre justicia, como la gente lo dice cuando le preguntan en las encuestas. Y el Gobierno es tan derrochón como inepto. Ya perdimos la lista de los consejeros, las agencias ordinarias y especiales creadas por Santos para mantener unida la “mesa” de sus corifeos y paniaguados.

El resultado de esa dieta era previsible. El Gobierno no ejecuta el presupuesto que tiene, porque no hay quién trabaje, quién ordene, quién atienda órdenes. Si la seguridad anda en crisis, la infraestructura es un desastre. Apenas se ejecutan las obras que dejó contratadas, financiadas y empezadas el Presidente Uribe. Ni siquiera son capaces de construir las cien mil casitas que van a regalar para aceitar la maquinaria política con cuatro billones de pesos que no saben de dónde saldrán.

La salud marcha manga por hombro, y ya es mucho decir que marche. Parece increíble, pero este Gobierno es incapaz de enseñar un solo hospital que a su iniciativa se deba. Cuanto tiene para mostrar es una Ley que será como bálsamos de Fierabrás para curar todas las heridas. No habrá plata para resolver el problema del agua, y la denuncia no es nuestra, ni de otro feroz opositor de los que el Gobierno se inventa. Es de Germán Vargas Lleras.

Las cárceles son una vergüenza universal. El hacinamiento ha llegado a niveles repugnantes, mientras los fiscales negocian la libertad de los peores criminales por propinas de ochenta millones de pesos.

La industria se vino a pique, por declaraciones que ofrezca el Presidente de la ANDI, cuando le dejan tiempo las tertulias con Márquez y sus cómplices. Se cierran las empresas y las que sobreviven dudan entre mantener las plantas o cerrarlas para traer de fuera lo que venían produciendo. Y el campo está quebrado, literalmente quebrado. El Presidente Juan Manuel Santos y los gremios, que se han vuelto refugio de una democracia aturdida y servil, acusan a no se quienes de querer sembrar desorden en lugar de dedicarse a trabajar. Cosa extraña. A los campesinos les ha entrado una curiosa pasión por chupar gases lacrimógenos y un incontenible amor por los bastonazos del Smad. Se quejan por malas personas que son y se hacen maltratar, y soportan a la intemperie vientos y soles y tempestades y hambres, por puro deporte.

Y falta por lo menos un año para capotear esta tormenta. Y cuando vamos en línea recta a una cadena de arrecifes, todos gritan desesperados: ¿dónde está el piloto?

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