Quintana, el Rey de la Táctica

Un vexilólogo, es decir, un experto en banderas, notará de inmediato, al mirar la clasificación general del Tour de Francia, la grandeza de Nairo Quintana.

En el primer renglón verá, fuerte como un roble, como el jayán del esfuerzo físico que es, a un atleta cuya bandera es la Union Jack, un torrotito que ha ondeado en los puertos de todos los continentes, para recordarle al mundo que ellos, los ingleses,  siempre han mandado en los mares.

Y en el segundo puesto, nada más y nada menos, encontrará la bandera de Colombia: esa combinación de los tres colores básicos, con predominio del amarillo oro, un estandarte que le insinuó y le dictó el poeta alemán Goethe al prócer de las Américas, Francisco Miranda.

Subalternas, muy subalternas, verá, más atrás, el asta con los colores amarillo y rojo del reino de España. Y después observará el blasón de  Dinamarca, ese reino habitado por los intrépidos vikingos cuya personalidad nacional es la de Olafo el Amargado.

Más atrás, siempre dentro de los diez mejores corredores, aparecerá la bandera de los Países Bajos, una potencia del agua y de los deportes y, más abajo, advertirá la gaya de una de esas repúblicas cuyo nombre no nos dice nada, a no ser que la asociemos a la “antigua Unión Soviética”.

Remata el podio de los diez grandes, la bandera de las estrellas y las barras de los Estados Unidos de América. Siete banderas, apenas, porque la grandeza ciclística de España le permite poner entre los diez primeros a cuatro de sus figuras mayores del esfuerzo y de la inteligencia,  que eso es el ciclismo.

Pero Nairo Quintana ni es una golondrina solitaria que pretenda hacer verano ni es flor de un día ni es la mariposa efímera. Quintana es estrella de una generación de estrellas. Las generaciones brillantes son un acumulado de trabajo, experiencia, esfuerzos y ensayos de las generaciones que las precedieron. Por eso, en los años que vienen, el ciclismo colombiano recogerá los frutos de lo que ha sembrado desde 1951, año inaugural de la Vuelta a Colombia.

Quintana no es golondrina solitaria, digo, porque son varios los apellidos vernáculos que bien podría haber acompañado nuestra banderita en el listado de los top ten: Urán, Betancur, Henao, Acevedo y…, para qué sigo.

Los dioses otorgan sus favores a muchos; pero la diosa fortuna escoge a quienes están llamados a ser únicos. Quintana es tan escalador como Froome y tan inteligente como Valverde. Pero la Fortuna puso sus ojos favorables en Quintana; él es su bien amado. A los 23 años ha alcanzado lo nunca hubieran soñado Froome y Valverde cuando legaron a esa edad.

Quintana es el rey de la fuerza, pero, también, el genio de la táctica. Dicen sus padres que cuando niño sufrió una enfermedad parecida a la propia muerte, porque era frío como un cadáver. Pues ese frío, que fue un achaque, es ahora una grande virtud: todo lo calcula y nada lo desespera. Por eso los locutores y comentaristas meten a cada rato la pata: hacen alharaca con su inminente derrota y, nada, el hombre sigue ahí; o anuncian un ataque fulminante, y, nada, el hombre se pone a la rueda de los que llaman “explosivos”, a los que hace ver, más bien, como embaladores histéricos.

Un genio de la táctica ni se distrae escuchando cantos de sirena ni consulta con el enemigo su propia táctica. Hace sus presupuestos e invierte sus fuerzas según la dosificación programada. Quintana miró con sorna (aunque se quedó callado) a Contador, campeón español de mil batallas, cuando criticó la estrategia diseñada para cierta etapa por Movistar, el equipo de Quintana. Este, impávido, lo dejó hablar,  pero apuntó en una libretica un minuto a su favor.

En la penúltima etapa, con un final entre las nubes del cielo, Quintana y su equipo, coordinado por Valverde, escribieron un guión y lo cumplieron letra por letra. Al final, Movistar parecía una de esas máquinas conocida como “combinada”, que recogía la abundante cosecha de lo que había sembrado: ganó la etapa, tomó la camiseta de montaña y la camiseta de jóvenes, avanzó a Valverde en la general, y, nada más y nada menos, tomó el subtítulo definitivo para Quintana.

Y así como Quintana es un genio de la táctica en la carretera; en la los asuntos de la vida es la ecuanimidad y el sentido común personificados. Después de miles de “compasivas” cuartillas mamertas sobre Colombia, a la que pintan en Europa como un nido de ratas sometido a la tiranía de un gato bandido, Nairo mandó al carajo al  periodista (todo “sociológico” él) del diario El País de Madrid, y se negó a hablar en el consiguiente lenguaje autocompasivo que se espera de nosotros: “Nuestro sentido de pobre era que no teníamos para darnos lujos. Que haya ido en bicicleta al colegio no era porque no tuviese para el autobús, porque lo teníamos, o si no tampoco podría haber ido nunca al colegio…Trabajé desde pequeño con mi padre porque era inválido, y eso nos enseñó a luchar y a tener dinero”. ¡Buena esa, Nairo!

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar