THE MANCHURIAN CANDIDATE

El título traduce El candidato manchuriano, pero en Colombia y entre el público hispano parlante fue exhibida como El embajador del miedo. Filmada en 1962 y dirigida por John Frankenheimer, esta película constituye uno de los grandes clásicos de la llamada política-ficción.

Les resumo el argumento: una patrulla de soldados norteamericanos es capturada durante la guerra de Corea. Los conducen a un extraño centro y los someten a hipnosis profunda y a otra clase de tratamientos. Se supone que la mente humana no puede ser obligada a violentar sus propios parámetros morales bajo esta clase de estado, pero al menos uno de los soldados obedece la orden de asesinar a sus compañeros. Lo controlan mostrándole una carta del póker, la reina de picas. El amo de su mente es un tenebroso esculapio oriental.

Todo hace parte del tinglado de la guerra fría. El soldado regresa con la misión de asesinar al candidato a la presidencia de los Estados Unidos que tiene segura la victoria. Su muerte permitirá que un agente enemigo, colocado como fórmula vicepresidencial, asuma el mando de la nación. Este es el candidato manchuriano, la conspiración pondrá bajo el control del eje Moscú-Pekin dirigido por Stalin a todo el mundo libre.

Prodigios del celuloide. La siquiatría y la medicina del cerebro debatieron durante décadas esta insólita fantasía y concluyeron que no es posible controlar la mente humana al grado de esclavizarla para fines tan perversos. El mundo se tranquilizó.

Pero cincuenta años después de la película de Frankenheimer, y al menos para mí, la pesadilla ha vuelto a revivir. Me explicaré: ¿cómo es posible que todo un ex-ministro de Defensa, alguien que se supone el más confiable de los soldados, los oficiales y los generales, el hombre que supuestamente dirigió y capitalizó los grandes golpes propinados a los truhanes de las FARC, el adalid de la Operación Jaque, el impertérrito comandante sobre el que llovieron los rayos y centellas desde el Ecuador luego de la baja del comandante Reyes, el duro que los colombianos elegimos con más de nueve millones de votos por creerlo el sucesor de la política de seguridad del presidente Uribe, el lancero que debía concluir la carga y llevarnos a la victoria, cómo es posible, me pregunto, que se haya convertido en el más obsecuente caballo de Troya de la insurgencia terrorista colombiana a través de un proceso de paz signado por la impunidad, en el facilitador de la dictadura madurista, en el calla y otorga del despojo que nos ha hecho la Corte de la Haya a favor del tirano de Nicaragua?

No soy capaz de creer que pudo mimetizarse tras la figura del presidente Uribe durante tanto tiempo, que supo disimular en forma tan perfecta que ni un solo rumor se le escuchó ni un gesto lo delató. Puesto en el solio de Bolívar, está claro que no coincide ni en una letra con su predecesor, que no comparte ninguno de sus principios, que lo abomina y lo niega, pero no como Pedro a Jesús, sino como Judas.

Me pregunto entonces si fue que le implantaron un micro-chip. La tecnología ha avanzado mucho en estos últimos años, he escuchado decir que ahora es posible dirigir ciertas máquinas, un helicóptero por ejemplo, con el pensamiento. Se requiere de micro-chips, pero una vez instalados, los controles funcionan. ¿Y si ya es posible hacerlo con humanos? Dios nos libre si lo que elegimos fue el candidato manchuriano, pero todo lo confirma.

En una cárcel del Ecuador languidece, prisionero político de Rafael Correa, el diputado de ese país Fernando Balda. Fue el abogado del exministro Santos ante el juez de Sucumbíos que quería juzgarlo por la baja de Reyes. Había buscado refugio en Colombia. Los agentes de Correa viajaron a Bogotá, realizaron un intento de secuestro e intentaron llevárselo, pero fracasaron. Tres meses después, el gobierno de Santos lo capturó y lo puso en manos de Correa, sin mediar ninguna explicación, sin una nota de la Cancillería, sin ninguna mención oficial del caso. Todo parece un acto reflejo ejecutado al escuchar el sonido de un timbre. ¿Efecto del micro-chip?

En la película de Frankenheimer los compañeros del soldado convertido en títere mortal sufren de pesadillas. Se despiertan en mitad de la noche envueltos en sudor. Frank Sinatra, el célebre actor que hace el papel de uno de ellos, descubre finalmente que todo lo activa una carta del póker, la reina de picas. Aquellas mismas pesadillas recurrentes las sufrimos hoy varios millones de colombianos. Por desgracia, no estamos en una película de ficción política, sino en un drama real.

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