A Sesenta años de un 26 de Julio

Después de la Segunda Guerra Mundial, América Latina en su discurrir político albergó varias dictaduras militares que pretendieron  saldar las debilidades de algunas democracias haciendo populismo. Era la época de la Guerra Fría  entre la Unión Soviética y los EE-UU.

En Cuba se alzaría en armas el movimiento 26 de Julio contra la dictadura de Batista. Del fracasado intento de tomarse el cuartel Moncada en 1953, asumiría emblemáticamente ese nombre y los colores rojo y negro para su organización. Amnistiado, como sucedió años después con Hugo Chávez en Venezuela, Fidel Castro regresaría a la isla  en 1956,  para dirigir la  insurrección  armada que lo llevaría al poder dos  años después.

En esa fecha se inició el camino de la dictadura de los Castro, bastión en América Latina de  los intereses de la Unión Soviética hasta su desaparición en 1989, dictadura que para subsistir acude, después,  al apoyo de los petrodólares del “Socialismo del Siglo XXI”,  comandado por la República Bolivariana de Venezuela.

Desde la década del 60 del siglo pasado la Cuba castrista, obedeciendo las orientaciones soviéticas,  soliviantó a numerosos grupúsculos  que a nombre del “pueblo” se alzaron en armas contra las democracias constitucionales en varios países de América Latina.

En nuestra patria la actividad naciente de estos grupos se entremezcló con la de las bandas armadas supervivientes de la violencia bipartidista una vez derrocada la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla e instaurado el Frente Nacional,  como salida a la confrontación que se vivía en varias partes del territorio nacional.

El desmadre de la actividad terrorista de estos grupos y la ineficacia de una política fuerte del  estado para combatirlos, daría nacimiento  a otra forma de violencia contestataria representada pos los grupos llamados paramilitares. La actividad criminal de unos y otros sería reducida a su mínima expresión a principios del presente siglo, cuando el pueblo harto de la violencia que propiciaban, dio legítimo respaldo a la Política de Seguridad Democrática que llevó al poder a Álvaro Uribe Vélez por espacio de ocho años.

Desmovilizados la mayoría de estos grupos terroristas, solo  las Farc, el Eln y las llamadas Bacrim  sobreviven gracias al negocio del narcotráfico, el apoyo de los regímenes autocráticos del  “Socialismo del Siglo XXI”  y  la complacencia de gobiernos como el de Santos que  contraviniendo el mandato por el cual fue elegido en el 2010, aprobó el marco legal para reconocer políticamente su accionar narcoterrorista contra el Estado,  y  aceptarlos como contraparte en la negociación  del llamado “conflicto armado interno colombiano”.

Hoy, con las negociaciones de paz en  La Habana,  soplan nuevos vientos de entrega territorial a favor del narcoterrorismo.  Sus pretensiones apuntan a conquistar regiones estratégicas , para ponerlas  bajo su control político-militar  gracias a las concesiones gubernamentales en la mesa de acuerdos. La ampliación territorial para  las Zonas de Reserva Campesina está encaminada a que,  junto con los resguardos indígenas y  los  consejos comunitarios de población negra,  se conviertan en pequeñas republiquetas controladas por ellos  como primera cuota para su  ascenso al  poder.

En el pulso del tu a tu de los narcoterroristas con el gobierno de Santos, hace parte el paro que respalda la creación de una ZRC en la estratégica  región del Catatumbo. Para la soberanía y unidad nacional ceder en esta petición es tanto como estimular la solicitud raizal de autonomía  sobre las Islas de San Andrés y Providencia, aprovechando el doloso fallo de la Corte Internacional de La Haya,  o  aceptar que en el encuentro nacional de organizaciones de la comunidad afrodescendiente, programado para el mes de Agosto en la capital del Chocó, se amplíe el número de los consejos comunitarios y su autonomía para ejercer control sobre los mismos, tal como lo hacen en los resguardos indígenas.

De suceder también esto, buena parte del estratégico territorio chocoano, regiones de la costa pacífica y el Urabá antioqueño, estarían a disposición de los narcoterroristas, con todo lo que implica la  representatividad constitucional  de las llamadas minorías étnicas y raciales en organismos claves del Estado para la toma de decisiones sobre políticas y programas gubernamentales.

Los teóricos mamertos, que incluye liberales populistas, prestan un gran servicio a la causa de las Farc.  Infiltrados en los órganos de poder y en otros partidos que tienen presencia en el Congreso, alimentan las teorías  sobre  ordenamiento territorial y autonomía regional, contribuyendo  al desarrollo de las mismas con una legislación que bien saben utilizar para su beneficio. Ha sido una nueva forma de la combinación de todas las formas de lucha contra una democracia  que dista bastante del llamado  a la insurrección popular del  movimiento 26 de julio contra una dictadura en la Sierra Maestra hace 60 años.

Por todo lo anterior, la  contienda electoral del 2014 es un gran pulso entre la  defensa de la democracia colombiana y los que le apostaron al totalitarismo del “Socialismo del Siglo XXI”, por convicción o como idiotas útiles. Dos fuerzas representan la confrontación: el  Centro Democrático,  liderado por Álvaro Uribe y el de la llamada Unidad Nacional del  gobierno de Santos.

En el Centro Democrático no caben vacilaciones ni divisiones pues  ambas le sirven a los enemigos de la democracia. Unidad frente a los principios y programas;  organización férrea  para encarar las tareas con éxito;  y lucha resuelta  para enfrentar con entereza y de manera civilizada a los contradictores, son las mejores armas que el momento histórico reclama para la defensa de la democracia y la Patria, ambas en peligro por el curso que llevan las negociaciones de La Habana.

Exmiembro del Comité Ejecutivo de la CUT
Miembro del  CD y del CPPC

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