Jugando muy duro

El Presidente está nervioso. El Presidente está confuso. El Presidente no sabe hacia dónde dirigir su barquilla frágil, y el batallón de consejeros, agentes y asesores que paga con nuestro dinero lo saben mucho menos.

Todo apunta a que serán muy complejos los días que nos separan de las próximas elecciones, y probablemente sean parecidos los que lleguen hasta la entrega del poder, dentro de un año. El Presidente se nota desesperado, hiperestésico, perdido en la maraña de sus pasiones. Y está jugando muy duro, como el que en unos pocos lanzamientos de dados quiere reponer lo que ha perdido a lo largo de la noche sin fortuna.

La última movida del Catatumbo ha sido desvergonzada y casi suicida. Ha echado mano, para resolver un problema que dejó crecer y no supo manejar, de un elenco deplorable. Todos sabemos en qué parará el sainete. Pero traer a la escena la plana mayor del 8.000, con Ernesto Samper y Juan Fernando Cristo en los papeles estelares; llamar al padre De Roux para que desde la orilla del Gobierno se entienda con su discípulo amado César Jerez; incluir en el equipo al representante Cepeda, y aceptar como legítima contradictora a alias ‘Teodora’ resulta demasiado. Ahora aparecen los alfiles que harán y dirán y escribirán lo que los llamados campesinos, secuestradores de la región, dispongan. Eso es jugar muy duro.

Los del diálogo de La Habana han sacado sus cartas y las tienen sobre la mesa como un desafío impúdico a la paciencia de los colombianos. Curules en el Congreso sin la molestia de ganarlas en las elecciones; prensa escrita, radio y televisión con mermelada publicitaria suficiente para el tiempo que juzguen necesario; zonas de reserva campesina para tomarse el país, todo entero, y, por supuesto, condición para que todo aquello funcione, impunidad total para la interminable cadena de sus crímenes atroces, es el precio que Santos se propone pagar con cargo a los fondos morales y políticos de los que cree disponer como autócrata absoluto. Eso es jugar muy duro.

Y como las encuestas le muestran un ceniciento panorama de derrotas, ha resuelto liquidar a los miembros de la oposición. Para eso tiene la revista de su amigo, que dirige su sobrino, para lanzar las primeras bombas de profundidad. Y en la retaguardia navega un contratista agradecido, el fiscal Montealegre, que se ha mostrado capaz de cualquier cosa.

Ya disparó la primera andanada de misiles, que va contra Antioquia y contra el candidato Luis Alfredo Ramos, a quien los antioqueños, en inmenso número, estiman su líder y su símbolo. Y en la plataforma de lanzamiento ha instalado los que deberán barrer del mapa a Óscar Iván Zuluaga y a su primo hermano doble, Francisco, a quien dice despreciar como contendiente y como persona. Ya Semana ha dicho que estos tres candidatos del uribismo son paramilitares y Santos sigue creyendo que, como pasaba en los tiempos de su niñez, un dicterio de cierta prensa vale mejor que mil sentencias de los jueces. Eso es jugar muy duro.

El Presidente está nervioso. El Presidente está confuso. El Presidente no sabe hacia dónde dirigir su barquilla frágil, y el batallón de consejeros, agentes y asesores que paga con nuestro dinero lo saben mucho menos. Solo tiene claro que el país no lo quiere, que el pueblo lo rechifla en los estadios y los desfiles, que ya nadie se come el cuento de los billones que vienen y de las transformaciones que aguardan. De tanto jugar con el futuro se le secó el presente. Esa flor está marchita y no hay agua que la reviva.

Después de una inversión publicitaria de un billón seiscientos mil millones de pesos, el producto que se vende no lo compra nadie. Los colombianos se sienten empujados a la brava hacia costas que son puro acantilado. Mientras tanto, el desesperado capitán solo atina a jugar más duro, a timonear sin pericia y a buscar, en medio del oscuro horizonte, algún culpable del naufragio inevitable.

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