LA FARSA Y LA TRAMPA

Olvidémonos de la suspensión decidida por las Farc y de la pataleta del Presidente diciendo que quien "decreta las pausas y pone las condiciones" es él, como si alguien le creyera. Es una farsa. Ni el Gobierno ni la guerrilla van a romper las conversaciones de La Habana. A ninguno le conviene. La única bandera de Santos para su reelección es el proceso de paz y las Farc ganan tanto con la negociación que sería una insensatez patear la mesa. Más temprano que tarde se sentarán de nuevo.

En cambio sí es importante el anuncio del Gobierno de celebrar "un referendo constitucional con ocasión de un acuerdo final para la terminación del conflicto armado" y de hacer coincidir su fecha "con otros actos electorales". La primera impresión es que, por fin, el Gobierno le ganó un pulso a la guerrilla y no uno cualquiera, sino el fundamental sobre el mecanismo de aprobación de las reformas constitucionales que se acuerden (las Farc insistían en una asamblea constituyente). Pero solo fue eso, una ilusión pasajera, porque unas pocas horas después del anuncio, Humberto De la Calle, jefe de los negociadores gubernamentales, dejó las puertas abiertas a sistemas distintos al referendo cuando afirmó que "la eventual concreción del [referendo] o cualquier mecanismo depende de lo que las delegaciones acuerden en La Habana". ¿Al fin qué? ¿Referendo o "cualquier otro mecanismo"? ¿Lo decide Casa de Nariño o también las Farc en Cuba? Como en casi todo, de nuevo el Gobierno recula.

Supongo yo que el Presidente, a pesar de las "precisiones" de De la Calle, insistirá en el referendo. Así como a las Farc les encanta la constituyente porque pretenden conseguir ahí lo que no obtengan en la mesa, a Santos le para el pelo. Primero, porque es una caja de Pandora. Todo el mundo sabe cómo empieza pero nadie cómo termina. Después, porque no puede manipularla. El Gobierno no tiene, ni mucho menos, garantía de que tendrá mayoría en la eventual asamblea, aun si la tuviera no puede controlar a los constituyentes y, para rematar, es posible que el uribismo y los otros sectores con dudas de fondo sobre las concesiones de Santos a las Farc obtengan una representación decisoria. La constituyente podría no aprobar los acuerdos o hacerlo solo parcialmente. Finalmente, porque la constituyente también podría abrir la puerta a la reelección de Uribe, un escenario que el Gobierno considera tan malo como el fracaso de los acuerdos con la guerrilla.

Por eso Santos se la jugará por el referendo. Pero no será un juego limpio. La artimaña está en la fecha. Al hacer coincidir el referendo con otras elecciones, el Gobierno pretende dos ventajas. Por un lado, evadir los riesgos de que el referendo no pase el umbral que necesita para su aprobación. Se requieren la participación del 25 % de los ciudadanos que conforman el censo electoral y obtener la mitad más uno de los votos (el referendo de Uribe alcanzó más de un 95 % de votos favorables en todas las preguntas pero, menos en una, no alcanzó el umbral requerido). Al unir el referendo a las elecciones, se garantiza la participación necesaria para superar el umbral. Por el otro, busca impulsar a los candidatos del Gobierno untándolos de la mermelada de la paz y, al mismo tiempo, castigar al uribismo que es la única fuerza en la oposición que ha formulado reparos a la manera en que el Gobierno está encarando las negociaciones y a las previsibles concesiones a la guerrilla.

La Constitución dice claramente que las consultas al pueblo de "decisiones de trascendencia nacional… no podrán realizarse en concurrencia con otra elección". La ley actual ratifica que los referendos no pueden coincidir con otras elecciones. Lo que se busca es que la expresión de la voluntad popular no esté contaminada políticamente y que en las elecciones los candidatos no tomen ventaja de lo que se discute con los referendos. A Santos, débil, vulnerable y marrullero, ambas cosas le incomodan. Por eso viene la trampa.

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