La revolución en el Pacífico es cultural

¿Por qué, en las regiones cuya población es mayoritariamente afro descendiente, los índices de pobreza humana (IPH), están diez (10) puntos porcentuales por encima del promedio nacional? ¿Por qué las condiciones socioeconómicas de estas minorías étnicas son tan precarias? ¿Por qué se presentan déficits tan considerables en los cupos escolares, en general en la oferta de servicios sociales, en salud o en vivienda digna? ¿Por qué la brecha, en comparación con el resto del país, es tan grande en el acceso a los servicios básicos domiciliarios y el acceso a la educación media y superior es tan escaso?

Todo esto repercute en una falta absoluta de reconocimiento y baja autoestima de estas  comunidades y es consecuente con una problemática social extremamente delicada: luchas internas, cultivos ilícitos, delincuencia común proliferante, cientos de desplazados de estas regiones, narcotráfico y ante todo, una fragilidad organizativa de los municipios del Litoral.

En términos económicos no existe un modelo productivo en lo local y faltan oportunidades para la generación de ingresos. Además, se presenta una desarticulación del sector privado con el desarrollo social (baja oferta de empleo y servicios sociales), precarias posibilidades para adelantar procesos de investigación (alta riqueza natural y desconocimiento para volverlos riqueza real).

¿Soluciones? Soy nacido en esta región pacífica  y definitivamente, creo que no hay de otra. Está en el  evangelio y es para todos: hay que nacer de nuevo. No es casualidad que los centros industriales estén empotrados en ciertas partes. Influyen muchos factores que estén equidistantes a las ciudades, un mercado cerca, la logística de distribución,  que  la cadena de insumos sea cercana,  pero sobretodo; que la gente tenga cultura empresarial,  quiera trabajar, tenga aspiraciones y que se rehúse a morir más pobre de lo que se nace. Sí, esto es así. Es difícil arrancar de la noche a la mañana un nuevo concepto de mundo y la forma de vida que hemos tenido y visto  desde que adquirimos  uso de razón.

Que los hombres no lloran… que la religión… que el televisor… que la  música… que la fiesta… que el fútbol… que la novia… que la pareja… que la familia… que los hijos, cuyos problemas son mayores cuando comienzan a crecer. Y  el ego,  ¿dónde me lo dejan?: si no tengo dos o tres mujeres, entonces estoy  “out”.  Por qué no entendemos de una vez que  para triunfar hay que tener orden y el orden empieza en el corazón.

Los chinos en su lenguaje gráfico para decir pelea o disputa, pintan dos mujeres debajo del mismo techo.  Difícil todo esto. ¿Cómo nos organizamos después de todo este fenómeno de aculturamiento? ¿Por dónde empezar después de tanta generación perdida, cuando escasamente se supera un uno (1) % y en medio de un gobierno insulso, mediocre e irresponsable.

De la clase empresarial ni hablar, de dirigencia ahí sí, peor. Cómo es posible que de tantos modelos exitosos en el mundo, todos nos queden grandes y pese a que la vida es corta, nos la pasamos improvisando todo el tiempo.

Cómo llegar a un país tan joven -promedio 26 años- cuando no se ve orilla como decimos en el Pacifico, cuando todo es un mar de desesperanza donde abunda todo lo ilícito, donde no piden referencias ni experiencia profesional.

Estamos en una noche, eso sí sin luna y sin estrellas;  es inaplazable un PLAN CULTURAL donde todas las vertientes lleguen a un solo río, con vida y no moribundas al mar. Nosotros que sufrimos con alegría, debemos empezar a domar y enseñar, a domar esto que se llama vida. La primavera árabe nos indica que hay que saber para qué se despierta.  Toda revolución sin plan, sin saber para qué se hace, resulta peor como cura que enfermedad. Miremos pues, si somos capaces de construir ese plan desde  la conciencia intrínseca del hombre del Pacifico para mermar notablemente  el derroche de vida y juventud que hoy llenan las cárceles, los cementerios, las esquinas de nuestras comunas, hoyas, puentes y semáforos de las ciudades.

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