Paciencia Ilimitada

En Colombia, como en cualquier parte del mundo, la gente prefiere la paz a la guerra. Nadie lo discute. Por eso son tan engañosos algunos estudios de opinión que no toman en cuenta las inclinaciones básicas de la gente porque, si bien es cierto que la gente prefiere la paz, igualmente anhela vivir en un mundo con seguridad de las personas y de los bienes garantizados, aunque para lograrla se necesiten enfrentamientos duros y dolorosos. Muchas veces es necesario ir más allá de las circunstancias políticas y electorales de cada país para darle continuidad a las políticas que caminan en la dirección correcta.

La paz no es exactamente la ausencia de guerra. En la Venezuela de estos últimos años, registramos cerca de 250.000 muertes violentas sin una guerra declarada, pero nadie duda de la complicidad del régimen con los factores que lo han determinado. La impunidad existente con un hampa que dejó de ser “común” para convertirse en hampa organizada al servicio de las causas criminales más horrendas, es obra del alto gobierno civil y militar. La revolución que pregona el “socialismo del siglo XXI” se va imponiendo sobre la base del miedo, que directa o indirectamente estimulan quienes la dirigen. La inseguridad es tal que el índice de vehículos blindados, las medidas de seguridad para los barrios y urbanizaciones, más la prudencia lógica de la gente, hacen lucir al país como sometido a un toque de queda espontáneo. Hay miedo en el ciudadano común, pero la indignación crece y cuando la rabia supere al temor, la confrontación será inevitable, quizás terrible. Para mi gusto se agota la paciencia.

El caso colombiano es insólito. Todo el mundo desea una paz estable y definitiva. Mucha gente apostó inicialmente por el éxito de las conversaciones entre el gobierno de Santos y las FARC en La Habana, pero por encima de eso, se esperaba la continuidad de la exitosa política de Seguridad Democrática del presidente Uribe, de la cual el mismo Santos fue factor importante como ministro de la defensa. Pero el tiempo pasa. Los resultados se ven lejanos. Crece la convicción de que el proceso actual está rodeado de gran hipocresía por ambas partes. Los resultados son inciertos, pero la inseguridad echa por tierra los logros uribistas. Se aspira a un cambio, no hacia atrás, sino hacia adelante para superar el tiempo perdido en la extraña coyuntura creada por el actual gobierno.

En medio de todo esto se avecinan unas elecciones condicionadas por la supuesta aspiración reeleccionista del presidente Santos. Cuando todo se supedita a este factor, se desatienden los problemas fundamentales de la gente. El pueblo sufre las consecuencias y, en su momento, pasa factura. Santos acaba de decirle a las FARC que la paciencia de Colombia no es ilimitada. Tiene razón, pero esto también tiene validez con relación a su gobierno.

oalvarezpaz@gmail.com

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