El Foro de Caracas

Hace ya más de una década, conscientes de la deriva castrista del régimen y las implicaciones para toda la región de un proceso expansionista que obedecía claramente a las directrices del Foro de Sao Paulo y a las nunca abandonadas pretensiones injerencistas del castrismo – repotenciadas por el consenso de todas las izquierdas de la región aunadas desde la caída del Muro de Berlín bajo la conducción de Fidel Castro y Lula da Silva – nos planteamos la urgente necesidad de coordinar los esfuerzos de los sectores liberal democráticos tras el objetivo de llamar la atención y enfrentar esa suerte de IV Internacional Comunista con un proyecto común para América Latina. Que además del necesario llamado de atención a una amenaza que la victoria de Hugo Chávez y la disposición sobre el más poderosos respaldo financiero cabía imaginar – los ingresos petroleros venezolanos – propiciara la formulación de una estrategia alternativa y modernizadora para América Latina.

Planteamos entonces la necesidad de constituir una adecuada respuesta de coordinación continental en un llamado Foro de Caracas. No sólo por ser Caracas la capital de la nueva embestida del castrocomunismo en América Latina, sino por creer que Venezuela, como hace doscientos años, está llamada a liderar una respuesta global y profunda a los intentos por desviarla de la ruta de la libertad y la democracia. En lo que coincidimos con grandes intelectuales como Mario Vargas Llosa y Enrique Krauze, que depositan en nuestras luchas una confianza plena y absoluta considerándolas el embrión del despertar de las conciencias y la rectificación del rumbo del neo castrismo en nuestra región.

Entre tanto se cumplieron con creces nuestros peores vaticinios. Ecuador, Bolivia, Argentina, Uruguay y Brasil terminaron alineándose con las políticas del Foro de Sao Paulo. Perú y México estuvieron a punto de caer bajo la influencia forista. Desde la OEA, una secretaría general aviesamente parcializada a favor del neo castrismo jugó todas sus bazas a la intangibilidad de su avance en nuestra región. Y mientras todos los países miembros, incluida la Colombia de Álvaro Uribe y el Chile de Sebastián Piñera, miraban de soslayo ante el asalto del castro chavismo en Honduras y en Paraguay, la estrategia del Foro se apoderaba de las dos organizaciones multinacionales más importantes de la región: UNASUR y la OEA. Montando su propio parapeto: la ALBA.

Hoy, el que fuera un bastión en los esfuerzos modernizadores, liberales y democráticos de América Latina, el Chile post pinochetista, reabre las heridas de sus viejos traumas y vuelve a ondear las trasnochadas banderas de la Unidad Popular en un delirante revival de la crisis de finales de los sesenta, que llevaran al gobierno a Salvador Allende y destaparan la caja de Pandora de sus peores inquinas. Una situación en gran medida propiciaba por los graves errores del que fuera el más importante partido del centro chileno, la Democracia Cristiana, que seducida por el disfrute de su participación en los gobiernos de la Concertación permitió el fortalecimiento del ala izquierdista de la alianza hasta ser masivamente desplazada por los partidos socialistas chilenos. Hoy, quien fuera el árbitro de la política chilena, se encuentra desarbolado y a la deriva. El centrismo chileno es un fantasma de lo que fuera en el pasado.

Tampoco la derecha chilena parece consciente de los peligros que acechan al proyecto de desarrollo puesto en acción por los partidos de la Concertación en tácito o explícito acuerdo con ella misma, sobre las bases de las acertadas políticas modernizadoras del régimen militar. Obnubilada por sus ambiciones tribales, prefiere caer en la celada de la radicalización que apuntar a un proyecto centrista, nacional, democrático, progresista. Incapaz de ver más allá de sus estrechos límites, perderá las próximas elecciones, empujará a la DC al abismo y permitirá el reflotamiento de las viejas confrontaciones.

El panorama no es precisamente alentador. Pues la fragmentación de los intereses nacionales y la carencia de una política democrática global para la región permite que las fuerzas regresivas del castrismo de viejo y nuevo cuño, golpeadas en uno de nuestros países, abra frente en otros. Y así, el fracaso en su intento por apoderarse del Perú se ve relativizado por la posibilidad cierta de afincarse en Chile. Es el destino de un continente convertido en tablero de ajedrez por el castro comunismo, reactualizado y puesto al día por las nuevas visiones y las nuevas perspectivas estratégicas del Foro de Sao Paulo. Que ante la caída del bloque soviético y el fracaso de la vía armada, ha sabido apostar a una suerte de neo fascismo, como fuera experimentado y probado exitosamente en Venezuela. País en donde tras 14 años de gobierno, aún controla la totalidad de las instituciones, puestas al servicio de un control totalitario.

Se puede afirmar, en ese sentido, que la región ha retrocedido a la época anterior a aquella en que, bajo la égida política e intelectual de Rómulo Betancourt, contara con una visión estratégica global, firmemente anclada en el punto fijo de sus anhelos libertarios y democráticos. ¿Quién duda que bajo Barack Obama, en relación a nuestra región, los Estados Unidos han retrocedido a los años anteriores a Kennedy? El abierto desinterés por lo que sucede “en su patio trasero” agrava la orfandad de políticas globales y hace aún más urgente el replantearse la necesidad de un Foro de Caracas.

¿Alguien lo duda?

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