Ni enigma ni sorpresa

¿Qué busca Uribe? La reconquista de la seguridad es un objetivo primordial, como lo era en su campaña triunfadora del año 2002. Colombia está extorsionada, toda entera.

Nadie puede sorprenderse ante un presidente Uribe en plan de batalla por los grandes intereses de la Nación. Su vida entera ha estado dedicada a las mejores causas del país y en los últimos meses ha sido infatigable peregrino de todos los caminos, huésped de todos los pueblos, tribuno de todas las plazas. A nadie se le podía ocurrir que fuera otro el desenlace de tamaña faena.

Y no hay nada extraño ni enigmático en el significado de esa conducta. ¿Qué busca Uribe?, se pregunta alguno. Pues lo único que en el ejercicio de la política se busca, que es el poder. Y como la Corte Constitucional resolvió vetarlo para aspirar a la Presidencia, ha partido para conformar una fuerza decisiva en el Congreso de la Nación. Eso es casi todo. Porque falta que a esa lucha por el Poder Legislativo se sume la propuesta de un candidato a la primera magistratura de la República.

Y al mando de esa formidable legión, lo que busca Uribe Vélez es tan claro como el agua de nuestros manantiales de los páramos. Nada hay que la enturbie.

La reconquista de la seguridad es un objetivo primordial, como lo era en su campaña triunfadora del año 2002. Colombia está extorsionada, toda entera. El más humilde vendedor de una plaza de mercado, el conductor de un bus, el que lleva a la venta cuatro bultos de papas, y el tendero y el empresario se saben tributarios de la protección forzada que se les ofrece. Las industrias petrolera y minera andan en retirada, porque a sus empleados los secuestran, porque vuelan sus instalaciones, porque las más crueles amenazas son el pan cotidiano. Las últimas cifras criminales son escalofriantes, aterradoras. Estamos en manos de la delincuencia armada y magro consuelo ofrece el Gobierno recordando ya viejas operaciones aéreas exitosas contra guerrilleros abatidos.

Dejamos pasar a nuestra vera, porque un gobierno inepto se dedicó a repartir mermelada, que es el viejo estiércol de Satanás, la más brillante ocasión de industrializar el país, desarrollar el campo, salir de la pobreza. Se invirtieron a nuestro favor los términos de intercambio comercial, sin nuestro mérito, y hemos dilapidado una fortuna. Las oportunidades nunca vuelven a la mano que las desperdicia. Y la que tuvimos nos da un adiós triste. Petróleo a más de cien dólares, bonanza carbonera, bonanza aurífera, todo a la vez, no se repite. Y de aquel milagro no quedaron sino politiqueros hastiados de tostadas endulzadas. Ni una fábrica, ni una carretera, ni una agroindustria recordarán este derroche.

Destruida la que Uribe llamó la confianza inversionista, y que nosotros preferimos con el nombre de desarrollo económico, quedaba la inclusión social. Y el panorama no puede ser más desolador. Las colas denigrantes a las puertas de los hospitales no han cesado. Dejaron de mostrarlas, que es bien otra cosa. Y Santos terminará su mandato sin inaugurar un hospital, una clínica, nada.

No han sido capaces de construir las cien mil casas que regalarán al que se comprometa a votar la reelección. Ni siquiera eso. Y las cifras sobre techos nuevos no pueden ser más desoladoras. A Colciencias la convirtieron en botín político y al Icetex lo tienen vuelto otro fortín clientelista. Los estudiantes del Sena ya no estudian. Marchan indignados. Los centenares de miles de empleos nuevos no existen más que en las cuentas del Dane. Los profesionales se sienten con suerte si encuentran un taxi para manejar y el que empuja un carro con frutas califica como empleado por su cuenta o sin remuneración. Las cifras de empleo son las peores de la región.

El presidente Uribe no se resigna a ser espectador mudo de ese desastre. Es todo. Pero no es menos que eso.

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