¿Acuerdo histórico?

En momentos en que muchos medios de comunicación enmermelados andan tañendo campanas por un supuesto acuerdo “histórico” entre la agrupación terrorista Farc y el gobierno de Juan Manuel Santos, hay que tratar de insistir en que todo esto no es más que un engaño, a ver si tan siquiera un solo colombiano abre los ojos y se da cuenta de que nos estamos echando la soga al cuello.

Entonces, no importa cómo nos tilde el gobierno a los mal llamados “enemigos de la paz”, también vilipendiados como “tiburones”, “buitres” y muchas otras bajezas, lo que cuenta es recordarles algunos elementos de juicio que se deben mantener presentes en este proceso.

Para empezar, recordemos que a Santos no se le dio un mandato para que pactara algún tipo de paz con las Farc y menos uno como el que está concediendo; todo lo contrario, los 9 millones de votos que lo llevaron a la Primera Magistratura contenían el mandato de continuar el combate al terrorismo. Ni siquiera el Artículo 22 de la Constitución Nacional, que indica que la paz es de obligatorio cumplimiento, implica que el Estado deba renunciar al uso de medidas coercitivas que son también, a la postre, mandatos constitucionales.

Muchos no entendemos por qué Santos dio un viraje tan radical cuando era seguro que mantener el camino que se traía lo iba a convertir en un mandatario exitoso con un preeminente lugar en la historia o, para decirlo de una manera más directa, cuando lo tenía todo para ser, de lejos, el mejor. Para ello no tenía que imitar ni obedecer a su antecesor, simplemente serle fiel a sus electores, con lo que aseguraría la gloria como el líder de un país que recibía el impulso definitivo para alcanzar el desarrollo.

Por lo menos para nosotros, ese es un éxito mucho más encomiable que el de un dudoso Nobel de Paz, la Secretaría General de las Naciones Unidas o el vagabundeo de conferencista de izquierda al que acuden a aplaudir, en todos los escenarios, esos mismos perros rabiosos que le gritan “terrorista” y “paraco” al que sacó al país de las fauces de la fiera.

Nadie entiende cómo Juan Manuel Santos hizo a un lado todo lo que escribió por décadas en el periódico de su familia —y que está ahí, a la vista de todo el mundo, y se puede consultar por Internet—, traicionándose a sí mismo, pero todo se hace más claro si sopesamos sus reuniones con guerrilleros y hasta la cercanía de su hermano Enrique con el M-19.

Fue Santos el que se reunió con Carlos Castaño y luego con ‘Raúl Reyes’ para sacar a Ernesto Samper del poder. De hecho, recientemente trascendió que Samper tiene una grabación de conversaciones secretas entre Santos y ‘Reyes’. Fue Santos quien se inventó, nada más y nada menos, que la zona desmilitarizada del Caguán, donde la guerrilla de las Farc no se hizo al control del país por su inmensa miopía y su nula destreza para obtener logros en el terreno político.

Esto nos demuestra, entonces, que Santos ha sido como un caballo de Troya que, en el entramado de la política nacional, ha estado escondido a la vista de todo el mundo para no despertar ninguna sospecha, y con gran habilidad ha escalado por distintos peldaños hasta llegar al sitial desde el que podía convertirse en el gran ‘traidor de clase’ que siempre soñó ser.

Pero no nos quedemos solo en Santos. Las Farc entendieron que, derrotadas militarmente por un Ejército sin fuero cuyos mejores soldados están irremediable y literalmente condenados al cadalso, tenían por camino expedito el de llegar al poder siguiendo el camino de sus pares continentales: hacer política llena de promesas populistas, alcanzar el poder mediante el voto y reformar las constituciones para atornillarse eternamente en el mando y aplicar la receta castro-comunista hasta el punto de arruinar al país más rico de Latinoamérica, donde el pueblo expresa su suprema felicidad limpiándose el trasero con hojas de plátano. ¡Y para allá vamos!

Porque la paz a la que nos lleva Santos no es la que soñamos; lo que se está tramitando es el triunfo de las Farc, la revolución por decreto. Por eso se solazan en los balnearios de Cuba mientras felicitan al gobierno de Managua por arrebatarnos nuestro mar y aviones de sus amigos rusos violan nuestro aire a sabiendas de que ya no somos más que inquilinos nostálgicos de una casa vieja que van a ocupar nuestros verdugos sin que muchos sospechen siquiera que la paz que se nos viene es la de los sepulcros.

El acuerdo sobre participación en política, al igual que el de tierras, no solo no se ha completado sino que se trata de un texto ambiguo y confuso que seguramente esconde sus verdaderos alcances y que fue suscrito con la urgencia de favorecer a Santos con un gesto que le permita anunciar que va por la reelección.

Triste destino el que nos espera en manos de una horda de mafiosos y asesinos que no han cambiado nunca su plan de someternos al trastorno de sus delirios. Queda la esperanza de que el pueblo rechace este engaño en las urnas, si acaso es cierto que ello será materia de un referendo. ¿Será esperar demasiado?

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar