Caída libre

De forma inexplicable, salvo a la Andi, a todos nos preocupa el comportamiento de la industria.

En 9 de los 11 meses que van de enero a noviembre del 2013, los resultados del sector han sido negativos, confirmando una grave tendencia. Las caídas más fuertes han sido en el sector automotor (-19,1 por ciento), metales preciosos y no ferrosos (-18 por ciento), el sector editorial (-11,4 por ciento), papel y cartón (-7,5 por ciento) y confecciones (-5,8 por ciento).

Más grave aún, durante el mismo periodo, 31 de los 44 subsectores de la industria tuvieron comportamientos negativos.

No es, por lo tanto, un fenómeno aislado, sino una tendencia mayoritaria del desempeño de las empresas industriales.

Para algunos, la desindustrialización no es un problema grave, pues se inscribe en la natural evolución de la economía, descrita en el modelo de Colin Clark y Fourastié hacia la terciarización.

Al igual que las economías avanzadas, nuestro país estaría experimentando un desarrollo del sector servicios que desplazaría al sector primario de la agricultura y al industrial. Pero la evidencia demuestra que el asunto es mucho más complejo.

La desindustrialización y pérdida de competitividad del ramo agrícola van acompañadas de una caída del país en los índices internacionales que miden la eficiencia de nuestra economía.

A la par de los resultados macroeconómicos, que no son malos por el efecto de los volúmenes de inversión extranjera y la tendencia deflacionista de los precios, el desempeño estructural de nuestro país deja mucho que desear. Siguen siendo pésimas las estadísticas comparativas sobre calidad de la educación (pruebas Pisa), inversión en tecnología (Foro Económico Mundial) y calidad de la infraestructura (Banco Mundial). Estos son los tres pilares que soportan la productividad de largo plazo y, por lo tanto, no es de extrañar que afecte al sector agropecuario e industrial, que son los más sensibles a estas debilidades.

No sobra recordar que el deterioro de la industria trae graves consecuencias de mediano plazo, pues el empleo de este sector tiende a ser de mejor calidad y aporta un mayor valor agregado.

Cuando la industria se deprime, se pierden puestos de trabajo que no se trasladan al sector de servicios, en el cual la mano de obra tiene menores remuneraciones y no cuenta con los crecimientos de productividad comparables.

Sucedió en Europa y años más tarde en Estados Unidos: al perder participación el sector industrial en el producto nacional, se debilitó la dinámica de crecimiento y su productividad promedio descendió notoriamente.

En una economía abierta, en la cual el gasto público y las importaciones han asumido roles protagónicos, la industria tiene dificultades para mantener su participación.

La competencia externa se hace más fuerte en áreas de bienes y servicios que antes eran considerados no transables.

La grave recesión europea y el lento crecimiento de EE. UU. atraen a Colombia empresarios de esas latitudes que quieren compensar la crisis de sus mercados e incrementa la competencia para los proveedores industriales colombianos.

Perder industria no es algo ‘normal’ para la economía colombiana. Es el reflejo de problemas mayores que no deberíamos seguir ignorando.

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