EL HÉROE DISCRETO

Acabo de terminar la lectura del último trabajo novelesco de ese gran escritor peruano Mario Vargas Llosa. Extraordinario. Lo leí completo en una sentada. Tengo grabadas algunas sabias expresiones de esos personajes que pareciendo de ficción, pertenecen a la vida real. Suele suceder con todas las obras de este novelista tan propio, tan latinoamericano, tan claro en la valoración de las cosas más importantes de la vida. Sus novelas y ensayos tienen un toque testimonial que las hace aún más interesantes. Lo empezamos a leer en la década de los sesenta y desde entonces, hemos seguido sus pasos con atención y ánimo de aprendizaje.

En muy contadas ocasiones he discrepado de sus opiniones relacionadas a la política y a algunas consideraciones sociales vinculadas al narcotráfico que no comparto, al menos en la forma en que han llegado a mi conocimiento. Tiene pleno derecho a hacerlo. Eso no le pone ni le quita a la valoración que merece su extraordinaria trayectoria de escritor y hombre público.

En esta oportunidad, con ambiente de tanta decadencia ética, de tanto juego calculado, quizás por sobrevivencia, de hombres de trabajo y de empresa acostumbrados a ceder para poder continuar sin luchar, ni arriesgar. Para contrarrestar estas actitudes, tan extendidas en Latinoamérica, la novela cuenta la historia de dos empresarios de características distintas. Felícito Yanaqué e Ismael Carrera, dan lecciones cada uno a su manera, de cómo vivir y trabajar a su manera y dentro de sus propias convicciones de dignidad. Ojala y todos pudiéramos ser tan consecuentes con nosotros mismos para enfrentar y derrotar las amenazas y presiones del mal que nos rodea por todas partes.

De las palabras mejor logradas están las del padre de Felicito, antes de morir, dirigidas a su hijo. Adornan la contraportada de la edición en mis manos. “Nunca te dejes pisotear por nadie, hijo. Este consejo es la única herencia que vas a tener”. Le hizo caso, nunca se dejó pisotear y, según el autor, con su medio siglo y pico en las espaldas “ya estaba viejo para cambiar de costumbres”.

Ustedes se preguntarán el porqué de este artículo cuando tantos y tan calificados analistas se han ocupado de hacer las correspondientes críticas a la novela. Pues, sencillamente, porque me recordó mucho a mi padre, a las largas tenidas que tuvimos poco antes de morir a los 64 años de edad, cuando yo estaba a punto de graduarme de abogado y era Presidente de la Federación de Centros Universitarios, máxima agrupación del estudiantado zuliano. Me tocó dirigirla en los años de la subversión castro-comunista de los sesenta y setenta, finalmente derrotada por las fuerzas democráticas de entonces. Gracias Dios, he sido fiel a sus enseñanzas y a su ejemplo.

oalvarezpaz@gmail.com  Jueves,16 de enero de 2014

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar