NECESITAMOS “HUEVITOS” MÁS GRANDES QUE LOS DE URIBE

En los primeros años de juventud mi rebeldía fue encausada por las acciones que programaba el Partido Comunista antes de que existiera el Moir. En poco tiempo, y gracias a mi militancia en el segundo grupo, aprovechando los efervescentes debates estudiantiles y las actividades sindicales en el gremio de los educadores, comprendí que los diversos grupúsculos revolucionarios, estimulados por la revolución cubana, favorecían la lucha de los “focos” armados contra el “imperio del norte”, poniéndose al servicio del imperio naciente: el social imperialismo soviético.

Las reivindicaciones campesinas, a partir de la década del sesenta del siglo pasado, se encuadró en este esquema de la llamada “guerra popular” de los grupúsculos armados, aprovechando también la resistencia civil contra las dictaduras militares en varios países latinoamericanos, y en el caso colombiano, la violencia política entre los partidos tradicionales, todo lo cual sirvió de caldo de cultivo para el surgimiento de estos grupos, subvencionados desde el exterior por la URSS. Derrumbado el imperio soviético y entrada en crisis económica la revolución cubana, el accionar posterior de la mayoría de estos “focos” degeneró en actividades terroristas combinadas con el negocio multimillonario del narcotráfico para garantizar su existencia, a lo cual se sumó el apoyo de la dictadura chavista que financia con los petrodólares el llamado Socialismo del Siglo XXI. Solo comprendieron el cambio histórico los del M-19 para aceptar y participar en las reglas de la democracia.

Entender este resumido marco geopolítico, dentro de los avatares por  fortalecer una democracia a favor de la mayoría del pueblo colombiano, no ha sido tarea fácil en las últimas décadas. Desentrañar el carácter terrorista de estos grupos disfrazados de revolucionarios, dentro de una democracia que presenta graves falencias en varias de sus instituciones como los partidos políticos y la justicia, ha sido una tarea que exige un debate político e ideológico largo, permanente y a fondo. Sus primeros frutos concretos se dieron con la aplicación exitosa de la política de Seguridad Democrática durante los gobiernos de Álvaro Uribe Vélez. Fue la base para que la patria “inviable”, después de fortalecidas las fuerzas armadas, empezara a tomar un nuevo rumbo para descaguanizar al país.

La carencia de una estrategia política para mantener el rumbo apoyándose en un verdadero partido para que mantuviera en alto estas banderas, y la falta de coordinación a nivel nacional de los dirigentes que comprendían la necesidad de continuar desarrollando dichas políticas para bien de la nación, permitió que seudoliberales populistas enquistados en el poder, como Juan Manuel Santos, se alzaran con el santo y la limosna para ponerlos al servicio de los enemigos de la democracia. Reivindicar como política al servicio de la nación una acuerdo de paz haciendo toda clase de concesiones al terrorismo, ha sido una traición dolorosa para el país que puede volver a ser considerado como “inviable” de darse una reelección del populismo narcoterrorista. Y las concesiones han sido bastantes.

La experiencia venezolana es un espejo cercano de cuánto cuesta curar una democracia cuando para su convalecencia se acude los enemigos solapados de la misma. A raíz de esto, y a pocas semanas de atornillado Santos en el poder, gracias a la llamada mesa de Unidad Nacional, compartía con amigos, pertenecientes de antaño a diferentes vertientes políticas de izquierda, las consecuencias de la “renuncia” a la política de Seguridad Democrática para enarbolar Santos las banderas de la paz con el terrorismo. Manifestábamos que el llamado Socialismo del siglo XXI sería el más favorecido con esta política y que el país se polarizaría en dos “bandos”: el Santismo y el Uribismo, teniendo el primero el respaldo de todos los grupos afines al populismo y a los terroristas. Que sobre la base de las “negociaciones”, legitimando a los terroristas en pie de igualdad con el Estado colombiano, se fortalecerían y extenderían sus actividades aumentando la violencia, y que el Ejército nacional y las demás instituciones de la democracia saldrían debilitadas.

Esa realidad es la que tratan de silenciar la mayoría de los medios de opinión captados por el gobierno para favorecer los llamados acuerdos de paz con el narcoterrorismo y la reelección de Santos. A pesar de ello y del exacerbado ataque a los dirigentes del “bando”  Uribista, la población que ha sufrido y sufre de nuevo las consecuencias de la “pacificación” Santista, vienen respondiendo de manera silenciosa. Un fenómeno político similar al que vivió el país después del fracasado proceso de paz del Caguán y que recogió sus frutos en el 2002, recorre hoy el territorio nacional. No puede ser para menos a fin de cobrar la traición a los partidos y los dirigentes  que le dieron la espalda a la democracia colombiana.

Hay días que resumen la historia y esos serán los de las próximas elecciones, si queremos un futuro con porvenir para la patria. En manos de los dirigentes del Uribismo, del candidato a la Presidencia y de las bancadas al Congreso, encabezadas por su líder nato, está el labrarlo con el apoyo de los colombianos que saldremos multitudinariamente a las urnas a respaldarlos. El camino de una nueva estrategia política para retomar el rumbo del el país está en marcha, y ésta necesita de líderes y de organizaciones incorruptibles para sacarla triunfante, con “huevitos” más grandes que los empollados durante los dos gobiernos de Uribe.

Alfonso Lorza González.

Miembro del CPPC

Bogotá, Enero 21 de 2014.

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