Qué pifiada

Desconchiflarse es una enfermedad delicada para las personas; pero si se trata de un país es súper grave pues casi no existe antídoto y su recuperación es muy lenta. Tiene la característica de que nada llama la atención porque todo parece normal. Y Colombia se desconchifló hace años y cada día se desconchifla más. De otra manera no se pueden entender las bestialidades que diariamente pasan sin que llamen la atención porque nos parecen normales.

Empecemos por el día en que a un fulano le robaron cuatro gallinas y un puerco, motivo suficiente para que naciera la guerrilla más antigua y mejor financiada del mundo, liderada por décadas por un campesino analfabeto pero genial, llamado Pedro Antonio Marín, alias Manuel Marulanda, alias Tirofijo, quien era el dueño del cerdo y de las cuatro aves de corral. Pero lo increíble es que eso ocurrió hace más de 50 años y las Farc siguen vigentes, teniendo ahora como supremo comandante a un tal ‘Timochenko’ quien, sin estar presente en los diálogo de paz de La Habana pone tras bambalinas condiciones a diestra y siniestra. Y los colombianos, aunque hastiados, estamos indiferentes a los hechos porque no nos llaman la atención al parecernos normales.

Seguir un orden cronológico de la desconchiflada colombiana es imposible, porque no tiene ni pies ni cabeza. Llegó el momento, por ejemplo, en que simultáneamente tres de los candidatos presidenciales a las elecciones de 1974 eran delfines: Álvaro Gómez, La Nena Rojas y Alfonso López Michelsen, show folklórico no visto antes en ninguna parte. Poco después surgió algo realmente grave, cuando en la campaña electoral de 1990, que llevó a la Casa de Nariño a César Gaviria, fueron asesinados cuatro precandidatos presidenciales: Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Ossa, Luis Carlos Galán y Carlos Pizarro, cosa no experimentada ni en las más bárbaras naciones de la antigüedad, pero que aquí no llamó mucho la atención porque era normal. Al margen, como un pequeño paréntesis que entre tanta sangre parece baladí, el M-19 fusiló a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, otra cosa normal que no nos llamó mucho la atención, pero que nos dejó como unos verdaderos salvajes ante la humanidad entera.

En 1991 el presidente Gaviria convocó una Asamblea en la que se reformó la Constitución de 1886. Uno de los cambios de mayor importancia fue darle enorme poder a la Procuraduría General de la Nación, precisamente para que tuviera las armas necesarias para combatir la corrupción que nos estaba comiendo. Y así se hizo. Fueron destituidos con razón, decenas de gobernadores, centenares de alcaldes, concejales y congresistas. La ciudadanía feliz creyó que empezaba la recuperación de la desconchiflada. Hasta que el procurador Alejandro Ordóñez, cumpliendo con su deber, tocó al intocable Gustavo Petro, uno de los peores alcaldes que ha tenido Bogota, y lo destituyó. Y ahí fue Troya. El desconchifle llegó a su máxima expresión y es el momento en que nadie sabe nada de nada con respecto al futuro del petulante burgomaestre. Todo mundo interviene y opina y no pasa nada. Pero aunque el sainete va para largo, la ciudadanía está feliz conociendo diariamente un nuevo capítulo de esta dolorosa y risible historia.
¿Dónde ira a parar este globo? Averígüelo Vargas. ¿Y mientras tanto, dónde está el antídoto para que Colombia no siga desconchiflada?

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