El pulso de Venezuela

Al presidente venezolano Rómulo Betancourt lo odiaron por igual los revolucionarios de izquierda y los dictadorzuelos de derecha.

Fidel Castro lo aborreció porque se negó a financiar su revolución con el petróleo venezolano, cosa que finalmente sí hicieron Chávez y Maduro. También lo odió Rafael Trujillo, el militar ultraderechista que tiranizó la República Dominica, por las denuncias que hizo a su gobierno en diversas tribunas internacionales. Tal fue su odio que Trujillo intentó matarlo con un carro bomba que estalló a su paso en un desfile militar. Rara avis de los sesenta, Betancourt no se dejó seducir por los cantos de sirena de la revolución izquierdista ni del autoritarismo derechista, y gracias a eso, como recordaba hace poco el escritor venezolano Juan Carlos Chirinos, Venezuela no sólo fue un país con una sólida tradición democrática, sino un refugio para los exiliados que escapaban de las dictaduras vecinas y lejanas.

La venganza pospuesta durante más de 50 años por Castro y Trujillo parece asolar a Venezuela hoy. Mientras la desahuciada revolución cubana sobrevive con un respirador artificial de 4’000.000 de barriles anuales de petróleo venezolano, las instituciones que sembró Bentancourt han sido desmanteladas y pisoteadas. No sólo su producción petrolera ha sido cooptada por Cuba, también sus organismos de seguridad. Castro sonríe y Betancourt se revuelve en su tumba. El pulso que dieron los dos políticos por señalar el camino de América Latina sigue sin decantarse claramente hacia ningún lado. La revolución socialista o la democracia liberal, ahí seguimos. Se puede ver el vaso medio lleno o medio vacío. Es cierto que ahora hay más democracias, y que aquellas que no lo son o lo son a medias intentan parecerlo, pero también es cierto que buena parte de la población no entiende qué es la democracia, o sencillamente la desprecia.

El fracaso cultural de América Latina ha sido ese: no haber arrastrado al conjunto de las sociedades al mundo surgido tras la caída del muro de Berlín. Lo demuestra la actitud de los líderes que no se han atrevido a manifestarse en contra de los atropellos de Maduro. Betancourt tuvo una visión más elevada. Entendió la importancia de forjar una comunidad de naciones latinoamericanas refractarias a las dictaduras, bien fueran como la dominicana o la cubana. Esa lección sigue sin ser asimilada. Hoy, cuando Venezuela más necesita del apoyo internacional de los líderes democráticos del continente, sólo hay silencio o voces timoratas. Y lo que debe decirse con toda claridad es que una democracia no es compatible con la censura de la prensa, con los colectivos paramilitares, con las leyes habilitantes, con el control presidencial de los demás poderes, con la persecución de los opositores, con la coacción de los empresarios, con las amenazas públicas ni con la criminalización de las protestas callejeras. Quien no entienda eso, no entiende qué es la democracia. Y quien lo justifica, adiós máscaras, sencillamente no tiene en mente un proyecto democrático para América Latina, sino un sistema más parecido al de Trujillo o al de Castro.

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