EN CASA DE AHORCADO

Hace sonreír -hasta al más ingenuo lector- la iniciativa cubana aprobada en la asamblea de la Celac de declarar a América Latina "territorio de paz".

¿A cuál paz se referían? ¿A la paz impuesta por la dictadura cubana a través de la mordaza, de la cárcel o del éxodo de sus opositores? ¿O a la paz de los sepulcros -conseguida con los antiguos paredones de fusilamiento- la que ahora proclama Raúl Castro para adoptarla como paradójico modelo en Latinoamérica?

¿Podía ser entonces la paz del presidente Maduro, otra caricatura del demócrata, reflejada en el desabastecimiento que sufre Venezuela? ¿O la de la inseguridad que allí se vive en sus ciudades aterrorizadas por el crimen y el atraco, índices que rompen récord en el hemisferio? ¿O la paz que impone con la persecución a la oposición política y a los medios periodísticos, violando las libertades, base esencial para una auténtica paz?

¿Será posiblemente la paz que se palpa en Nicaragua a través de la presidencia vitalicia del comandante Ortega, quien modela una Constitución a su imagen y semejanza para reelegirse indefinidamente? ¿Será "territorio de paz" el que se proyecta en la agresiva política expansionista de Nicaragua a costa de los derechos geográficos de Colombia, Panamá, Costa Rica y Jamaica?

¿O podrá ser quizá la paz que aspira lograr Colombia la que tuvieron en mente los asistentes al pintoresco foro de la Celac celebrado en la "democrática y abierta" República cubana?

Una paz que abrió tantas esperanzas a los colombianos en los comienzos de los diálogos con la ilusión de ponerle fin a un conflicto que durante más de 50 años no ha dejado sino ruinas materiales y espirituales en el alma de la nación.

¿Será ese modelo de paz a la que se aspira, llena de contradicciones y dudas fundamentadas en la disminución del Estado de derecho? Una paz elaborada a través de una justicia transicional que podría dejar los crímenes de lesa humanidad sumidos en la impunidad?

Está bien como colofón al nuevo "territorio de paz" que la Celac declare que ningún país intervendrá militarmente en los asuntos internos de otras naciones del área. Norma que debe aplicarse cuanto antes, extendiéndola a las prohibiciones de subvencionar movimientos de insurgencia en países vecinos.

Se le quedó entre el tintero a la Celac condenar expresamente en su declaración el dar asilo, conceder el libre tránsito a toda clase de delincuentes y alzados en armas contra los Estados legítimos, prácticas que naciones de gran beligerancia promueven para exportar sus revoluciones al vecindario. Norma deliberadamente ignorada por los promotores de la contradictoria propuesta de paz y que los países que no pertenecen al modelo chavista y castrista no fueron capaces de hacer incluir dado el complejo de enanismo que sufren ante los mandatarios populistas.

Mas el colmo del cinismo en el gran sainete cubano fue el de invocar en la declaración final el respeto y la promoción de los derechos humanos. Principio que en la tierra de los hermanos Castro se viola sin interrupción. Y que sin su vigencia, la paz real es utopía. ¿Acaso olvidaron los presidentes para firmar tamaña desfachatez que en casa de ahorcado no se menciona la soga?

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