La pesadilla venezolana

¿Hasta cuándo nos va a durar la diplomacia mentirosa con Venezuela?

En todas las esferas gubernamentales y gremiales se habla de los abusos del nuevo mejor amigo y no cesan los medios de mostrarnos los exabruptos que se cometen, no sólo con la población civil de ese pobre país, sino también con nuestros connacionales.

Sin embargo, y en aras de no dañar nuestras relaciones, nada se dice porque estamos muertos de miedo de que el chafarote ese se enfurezca y nos descabale los intercambios comerciales.

Venezuela le debe a la industria nacional miles de millones que no le ha pagado desde hace años, pese a las promesas de sus últimos dos dictadores. Además, lo que sucede en la frontera con nuestros comerciantes es un abuso y una falta de respeto, y en ninguno de los dos casos el Gobierno se pronuncia como debiera hacerlo por —repito— físico culillo, perjudicando así a cientos de miles de compatriotas.

Y por otro lado, ay de que osemos denunciar lo que allá está sucediendo y que va para una guerra civil inatajable: el dictador Maduro insulta al presidente porque recibe a Capriles o porque expresa su inquietud en el caso de López. Y nosotros debemos meter el rabo entre las piernas ante los gritos destemplados de quien dice regir los destinos de un país hermano que está totalmente quebrado.

Tampoco hablemos de su complicidad con la guerrilla, tema que es tabú y del cual nada nos dice la Casa de Nariño. No hay semana en que no se filtre el proteccionismo de Maduro con la narcoguerrilla, sapos que deben tragarse en La Habana y a los que se les echa tierra para que no trascienda el arrodillamiento al que estamos sometidos.

Venezuela es, pues, la gran pesadilla de Colombia y su castrochavismo anda muy campante infiltrándose y financiando, como lo ha hecho en otras oportunidades, a sus fichas para el Senado y la Cámara, e insisto: el Gobierno nada dice y por el contrario maneja con pinzas todos los abusos, las intromisiones, los incumplimientos, los desplantes y los engaños a quien hay que decirle no más, porque Colombia merece respeto.

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