LAS ENSEÑANZAS DEL CORAZÓN GRANDE

¡Ay…Ay…Ay…A.yyyy ¡ Que bonita es esta vida, aunque duela tanto, y a pesar de los pesares, siempre hay alguien que nos cuida.

Esta vida, vallenato de Jorge Celedón

El 7 de febrero, hace 11 años, según crónica de El Tiempo de esa misma fecha en el 2014, como dolorosa y hermosamente lo canta el vallenato de Celedón, (el verdadero Himno de la Paz y la Alegría colombiana), la muerte llevaba prisa pa’ borrar de la lista a 36 bogotanos y dejar hundidos en el horror a 200 heridos, innumerables familias y todo un país. Quienes lo vieron y vivieron, las señoras María Amalia Casas y Martha Luz Amorocho me hicieron recordar, con su tragedia, que el Mono Jojoy había llevado a la realidad su intención de “llevar la guerra al Chicó pa’ que esos ‘oligarcas’ sepan lo que es la guerra…” y no sé qué más cosas estaban en el corazón de ese señor (q.e.p.d.). Sin embargo, en ese infierno, en contra de los cálculos de Jojoy, alguien ‘cuidó’ a muchos y ‘permitió’ que otros se fueran. (Así lo vemos desde nuestra perspectiva humana.) Pero esa mezcla de alegría, agradecimiento y sufrimiento en el horror, no se hizo para aumentar la lista de buenos y malos, sino para que esos buenos y malos tuviéramos la oportunidad de demostrar nuestra grandeza; la verdadera, la que no cotiza en bolsa, los medios, los directorios políticos que son flor de un día, sino en el corazón agradecido de los hombres de buena crianza y costumbres. Entonces es grande el mutilado y el bombero que lo auxilia; grande el guerrillero que lucha por un ideal de manera equivocada y el soldado que lo auxilia al caer herido; grande el que muere por la patria, con decoro o en el campo de batalla, el que lo llora y sepulta y el que pide perdón.

Pero también los que no han sido de buenas costumbres tienen su oportunidad. El más conocido: San Agustín. Dicen que Santa Mónica, su madre, perseveró en oración muchos años para que su hijo calavera sentara cabeza. Otros lo hacen después de una lectura iluminadora, una película, otra experiencia. Conozco el caso de un hombre que se encontró en un sueño consciente deambulando, bien vestido y limpio, en un barrio pobre de su ciudad al que nunca hubiera ido en su estado de vigilia. Senderos sucios, llenos de maleantes, niños harapientos que miraban su vestidura como un botín; no había taxis que lo sacaran de ese lugar; tendría que confiar en alguien, buscó al cura; pero resultó ser un borracho andrajoso, engañador y promiscuo. De pronto apareció un amigo querido que había dejado de ver hacía muchos años, a quien pensó muerto, con la cara quemada y desfigurada, a quien no reconoció, sino por su voz cuando lo llamó y le contó la tragedia de ser atropellado por un conductor borracho, su carro incendiado, quedando desfigurado y ciego, abandonado a la mendicidad. Este hombre lloró en el sueño consciente, con un dolor inmenso. Y se dio cuenta que los niños harapientos, el cura borracho, la prostituta hermosa contaminada, el ladrón, el señor decente, el político, el presidente, cada uno tenía su tragedia; que buscaba y no encontraba quién lo sacara de esos pasos perdidos en una ciudad que era su ciudad, pero que no conocía. En el último momento cuando su vida estaba perdida, se acordó de una oración que le había enseñado su madre al acostarse, cuando era niño, que devotamente rezaba todas las noches, pero que abandonó cuando ‘creció’. Despertó. Para el EGO, siempre a la defensiva cuidando su territorio, era una pesadilla; pero desde su alma verdadera, que no es la psique, algo le dijo que era una lección para atesorar, rumiar, guardar; una lección que debería proteger de los afanes corrientes de la vida que la engulliría. Una lección que lo cambiaría. El amigo desfigurado lo había despertado y también la oración.

¿Quién o qué nos cuida? Unos dirán que Dios, otros que el ángel de la guarda, Jesús, la Virgen. Los escépticos racionalistas dirán que la suerte o la probabilidad. Sin embargo creo que esos escépticos quedan también agradecidos de una salvada. Pero también el aire nos cuida, la lluvia, ‘el olor que tiene la mañana, el primer traguito de café, sentir cómo el sol se asoma en la ventana, la paz de las montañas, los colores del atardecer’ y hasta el tequila, según nos lo canta el trovador, sin olvidar al cónyuge y la buena suegra, que las hay. Es decir, la vida nos cuida; está hecha para ser nuestra madre y padre, pero no le creemos. Así que dispararle a la vida, de cualquier manera que se haga, es dispararle a nuestra familia universal, a ese alguien que nos cuida. Tan feo como dispararle a la mamá. Por lo tanto no es grande quien da la orden de disparar o lo hace, pues debe vivir con ese peso en su conciencia, no importa qué justificaciones tenga. Algunos guerrilleros, ‘paracos’, soldados y bandidos dicen que los muertos los visitan. Entonces ¿Cómo nos hace ver, sentir y pensar la vida cuando no hemos llegado al extremo de matar físicamente? Con el sufrimiento y el dolor, para los de a pie y los encumbrados; no con una voz que sale de la nada, sino con el razonamiento que, de formas que entendemos y no entendemos, cosechamos las consecuencias solidarias e individuales de nuestros pensamiento, palabra, sentir y actos, como individuos y miembros de la familia, la sociedad y la especie. Esto lo sabemos, pero ¿por qué no nos convencemos y cambiamos?

Quizá porque no sabemos que, esta vida en la que alguien nos cuida, presentada de manera sencilla en un vallenato, también tiene su versión para quienes prefieren otro estilo. Según su naturaleza rebelde o conciliadora, cada quien escoge su estilo de aprendizaje entre el sufrimiento y las pesadillas, o aprender con Cristo, Buda, Pablo, Plotino, Mahoma, Dante, Bartolomé de Las Casas, John Yepes, Francis Bacon, William Blake, Honoré de Balzac, Walt Whitman, Edward Carpenter, Isaías, Moisés, Sócrates, Thoreau. Todos ellos de manera perfecta o imperfecta; directa, sutil, o dudosa; experimentaron que hay una dimensión de la vida en la que algo de pronto los ilumina, que los eleva moralmente; su inteligencia despierta a la comprensión de muchas cosas; saben que la inmortalidad es real por lo que pierden el miedo a la muerte; saben que todo lo que pasa tiene una razón de ser desde leyes incomprensibles por lo que el ‘pecado’, sin perder su tremenda realidad, suelta ese grillete de perdición ante el despliegue de la misericordia real, comprensiva, que el Buda llamó compasión. El carácter de la persona cambia, y los otros lo notan, quieren estar con él. Cuando esa nueva conciencia se hace presente, los otros la notan, los atrae, los magnetiza. Pero no todo es color de rosa en este despertar, pues los seres humanos nos hemos inventado una manera cómoda y respetable de justificar nuestra propia destrucción, de desnaturalizarnos, decaer y llamarlo de manera atractiva a nombre del derecho, la moda, la liberación, mandando al cubo de la suspicacia lo que nos enaltece como especie, a nombre de un supuesto progreso que no aceptamos cuando la ciencia nos pone frente a los medios pacíficos que la burla inculta y democrática desacredita. Es el caso de la oración y la meditación.

En 1993, John Halegin, en colaboración con el FBI y las principales universidades de la región, realizó un experimento en Washington DC sobre la conciencia colectiva teniendo en cuenta que a medida que el verano sube su temperatura, lo mismo ocurre con la violencia. Halegin, doctor en física, propuso la hipótesis de reunir en Washington un grupo grande para meditar sobre la paz, el amor, la compasión, y probar que se reduciría la tasa de criminalidad. 4000 meditadores llegaron a Washington y utilizaron la técnica de la Meditación Trascendental, según Maharishi, el gurú de los Beatles, con la intención de la paz. La tasa de criminalidad se redujo en un 25% ese junio. El Jefe de Policía de Washington, burlándose, había afirmado: “Va a ser necesario que caigan 30 centímetros de nieve en Washington para que el crimen se reduzca en un 20%.” Fue uno de los que firmaron con los autores del informe final y reconoció que era estadísticamente imposible la enorme reducción de la tasa de criminalidad sin el factor de la meditación. La Madre Teresa lo resumió cuando le preguntaron por qué ella no asistía a manifestaciones contra la guerra. “Una vez me preguntaron por qué no participaba en manifestaciones contra la guerra. Dije que nunca lo haría, pero que tan pronto hubiera una manifestación a favor de la paz, yo estaría allí.” Mientras navegamos la ola de miedo y violencia recordemos que somos mucho más poderosos cuando nos enfocamos en lo que queremos: la paz, la compasión, la unidad, frente a lo que no queremos.

Por otra parte, en 1987, en Merseyside se registró el tercer índice de criminalidad más alto de los once proyectos de prevención del delito, en las áreas metropolitanas de Inglaterra y Gales; sin embargo en 1992 tenía la tasa de criminalidad más baja de ese grupo. El nivel de delincuencia fue del 40% por debajo de los niveles previstos de acuerdo con comportamientos anteriores.

El análisis estadístico muestra que, como resultado del grupo de meditación, se estimaba que había 255.000 crímenes menos en Merseyside 1988-1992 de lo que hubiera podido esperarse si Merseyside hubiera continuado siguiendo la tendencia de la delincuencia nacional.

Cifras del Ministerio del Interior indican que los ahorros en Merseyside podrían superar los £ 1.250 millones de libras durante el período de cinco años. Los investigadores tomaron en cuenta los cambios demográficos, las variables económicas, la práctica policial, y otros factores en el estudio y calcularon que éstas no habrían generado los cambios observados.

Colombia no ha sido ajena a esta bendición. En el libro Luz y Sombras en el Laberinto por George Otis Jr. Editorial Unilit, 1997, páginas 359 – 365, se narra cómo en 1995, después de dos noches de vigilia de 30 mil personas en el Coliseo del Pueblo, dirigidas a combatir los ‘bastiones de espiritualidad negativa’ que dominaban la ciudad, hubo una noche sin crímenes, y comenzó el derrumbe del Cartel de Cali. Entonces ¿Qué pasaría si 40 millones de colombianos comenzáramos a orar todos los días, con convicción, por la paz, con sabiduría, justicia y sin engaños? Algún grupo de oración, bien orientado, debe venir haciéndolo pues, según El Tiempo (07.02.14) “EE.UU. condiciona ayuda a que ‘no haya amnistía a delitos atroces’. Es decir, lo que canta Celedón es verdad: a pesar de los pesares de la paz ‘siempre hay alguien que nos cuida’, porque quizá la buena música, popular o clásica, así como el buen arte y la excelente literatura, como la extraña política altruista basada en el sacrificio y el amor incondicional por el pueblo, nos muestra una nueva vida, más allá del miedo a la muerte o a la ignominia. El corazón grande es la vida que nos cuida, que Jesús llamó El Padre. Por eso Pablo decía que estaba más cerca de nosotros que la respiración.

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