Ni rojo, ni azul: blanco

Desde luego, este auge del voto en blanco es alarmante. ¿Podrán reducirlo los candidatos presidenciales que han saltado a la arena? No lo sabemos aún.

Nunca imaginé semejante sorpresa. Me refiero al 30 por ciento que los sondeos electorales le asignan al voto en blanco. Yo llegué a pensar que este voto florecía exclusivamente en un sofisticado ámbito urbano donde se mueve el voto de opinión. Imaginaba que obedecía al disgusto que produce nuestro mundo político en jóvenes estudiantes inmersos en las redes sociales, en señoras de buenos apellidos, de pronto en algún disgustado chofer de taxi (los he oído) o en caballeros de cierta edad que siguen añorando tiempos mejores. Pues bien, estaba equivocado.

Lo descubrí con enorme sorpresa cuando estuve por azar en Toca, el pueblo boyacense de mi padre. Caminando por una vereda encontré a un campesino, dueño de tres vacas y una pequeña parcela, a quien conocía de tiempo atrás. ¿Por quién va a votar en las elecciones para Presidente?, le pregunté. Pensaba que, influido por los personajes que mueven los votos en la región, me iba a responder: “Por el doctor Santos, sumerced”. Pero no fue así. “Aquí todos vamos a votar en blanco –me dijo–. Se lo estamos diciendo a los políticos que vienen a vernos”.

Al parecer, lo mismo está ocurriendo en otros pueblos boyacenses, como Tibaná, Cómbita, Tuta, Turmequé o Samacá. Y algo más asombroso: en la propia Tunja, donde aparecen en las calles carteles que dicen ‘Boyacá es blanco’.

Boyacá –es oportuno recordarlo– siempre fue un arquetipo de lo que electoralmente sucedía en el país. Desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX fue un hirviente confín de pasiones partidistas. Se votaba rojo o se votaba azul en todos los pueblos, con espontáneas movilizaciones de campesinos que seguían fieles a los compromisos heredados de sus abuelos, muchos de los cuales habían participado en las guerras civiles. En Toca, los campesinos de la vereda San Francisco salían con sus banderas rojas hacia el pueblo a votar por el candidato liberal a la presidencia. Otro tanto hacían, pero con trapos azules, los campesinos conservadores de la vereda La Chorrera.

Esa desinteresada y a veces peligrosa pasión partidista desapareció con el Frente Nacional para dar paso al clientelismo y al “Pa’ yo qué, sumerced” del que tanto he hablado. Es decir, a la plata, los piquetes, las tejas de zinc o los bultos de cemento, privilegiados instrumentos electorales. Claro, esos eran otros tiempos, los que acaban de terminar con la inesperada aparición del voto en blanco.

¿A qué se debe este fenómeno? En el país urbano, empezando por Bogotá, se debe, por una parte, al desengaño que produce el mundo político y a la impresión de que no había hasta hace poco candidatos presidenciales ciertamente sólidos para evitar la reelección de Santos. En el caso de Boyacá y otros departamentos con vocación agraria, existe entre los agricultores, grandes y pequeños, la impresión de que han sido víctimas de un engaño por parte del Gobierno y la clase política. Nada de lo ofrecido con motivo del paro agrario les ha sido cumplido. Los insumos así como fungicidas, insecticidas y fertilizantes son exageradamente más caros en Colombia que en Ecuador y Venezuela. En el caso de Toca, los paperos, debido a estos costos, afrontan una situación nunca vista. Ante tal realidad no resuelta, a los políticos que recogían sus votos han terminado por decirles: “doctor, pa’ qué insistir: los remedios de antes ya no funcionan”.

Desde luego, este auge del voto en blanco es alarmante. ¿Podrán reducirlo los candidatos presidenciales que han saltado a la arena? No lo sabemos aún. A mi modo de ver, Marta Lucía Ramírez puede subir en las encuestas a condición de no teñirse de azul de la cabeza a los pies. Una gaseosa oferta de paz sin determinar condiciones y costo de la misma no basta para romper el desencanto que hoy nos rodea. Sí. Mi campesino de Toca nos está dando un campanazo de alarma.

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