VENEZUELA ESTÁ TRISTE……

Y tiene mil motivos para estarlo. Está triste porque ve pisoteada su dignidad de pueblo libre por la bota cubana; está triste por ver en añicos su industria petrolera, ayer una de las mayores y mejor organizadas del mundo; está triste porque no tiene energía eléctrica, cuando pudiera tener plantas de generación que surtieran medio continente; está triste por ver invadidas de maleantes sus mejores tierras y convertidas en charrascales improductivos; está triste porque hace 15 años no sabe lo que es una carretera nueva y tiene destruidas las antiguas, que formaron la mejor red vial del Latinoamérica; está triste porque sus hijos tienen que pelearse a dentelladas un mendrugo de pan en los mercados desabastecidos; está triste porque la aflige la peor inflación del mundo; está triste porque sus calles, sus plazas, sus campos, son escenario de una pavorosa inseguridad, la mayor de las conocidas; está triste al sentir amordazada su prensa, cerrados sus canales de televisión y radio. Está triste por ver atestadas sus cárceles de presos políticos, de mártires de la verdad y del Derecho.

¡Vaya si son motivos válidos de amargura los que padece la que fue la princesa codiciada de un cuento de hadas!

Pero hay algo que aún le duele más que todo lo dicho a Venezuela. Y es el sentirse sola en sus pesares, abandonada en sus luchas, ignorada en su batalla contra tanta desolación. Nadie habla por Venezuela. Nadie protesta por los ultrajes que sufre y nadie le tiende una mano fraterna. Comprende que América del Sur está tomada por el sistema depravado que la gobierna. Comprende que nada puede esperar de los Estados Unidos, mientras lo mande un irresoluto impenitente y hombre de tan cortos alcances como Obama. Comprende que Europa juega su propio partido, aplaudiendo izquierdas frenéticas, siempre y cuando no le queden demasiado cerca. Y comprende que la China y Rusia son sus formidables enemigos, como que ven llegada la hora de poner su planta en América del Sur y dominar el Caribe y poner en jaque la potencia que fue siempre temible adversaria.

Lo que no comprende Venezuela es el abandono de Colombia. El desvío de aquella con la que formó el sueño bolivariano de la Gran Colombia. Con la que comparte millones de súbditos que a ambos lados de la frontera se sienten colombianos y venezolanos a la vez. Con la que comulga en democracia, más pregonada en la Patria hermana que dentro de sus límites propios. Con la que llegó a ser su más poderosa socia comercial. Con la que le hace llegar fraternos mensajes de solidaridad de su gente. ¿Qué le pasa, se pregunta Venezuela, con el gobierno de Colombia?

No es fácil explicárselo. Porque no es fácil mandarle la radiografía moral de su Presidente, con la que se aproximaría tanto a una respuesta cabal a su desgarradora pregunta. Porque no entiende que ese gobierno está dominado por las mafias del narcotráfico que son las FARC, con las que avanza en un diálogo de paz, que no tiene por objetivo la paz sino el poder, entendido a la manera en que cada parte lo mira. Porque Santos sabe lo que se juega pateando a los hombres y mujeres libres de Venezuela, pero le importa más acercarse al peón que la maltrata.

Venezuela está triste. Y somos la más horrenda causa de su tristeza sin orillas. Y muy pronto pagaremos, demasiado caro, este abandono miserable.

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